martes, 25 de agosto de 2015

La clase política y su enervante levedad

Los actuales parlamentarios se resisten a limitar la reelección. Por cierto, todos están de acuerdo con hacerlo a futuro pero consideran una injusticia que esto rija para ellos. Con lo cual, algunos podrían cumplir hasta 44 años en el Congreso. Nada nuevo. Así, por ejemplo, haciendo honor a sus dichos, Eduardo Matte Pérez fue elegido diputado en 1873 a los 26 años y terminó su vida parlamentaria como senador cuando murió, en 1902.

Por PATRICIA POLITZER - 25 agosto 2015 (elmostrador.cl)


Para entender la resistencia de los dirigentes políticos, y en especial de los parlamentarios, frente a las reformas profundas propuestas por la Comisión Engel, quizás conviene hojear las mil páginas del nuevo libro de nuestro Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar: La enervante levedad histórica de la clase política civil.

¡Qué gran título para los tiempos que corren! Si bien no se trata de un ensayo sobre la situación actual, deja en claro lo mucho que sirve la memoria para entender y actuar el presente. El autor no solo nos provoca con la portada sino también con algunas frases célebres como la de Eduardo Matte Pérez en 1892: “Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio”. Y sigue con Alberto Edwards en 1928: “Los círculos oligárquicos… tuvieron en Chile muy escasa influencia sobre la masa del país… ganaron sus batallas en las antesalas de La Moneda o en los salones de Santiago, nunca en las urnas”.

Cien años no es nada, ¡cuánto nos pesa nuestra historia! Es evidente que cuesta mucho cambiar las costumbres, sobre todo, cuando las transformaciones conllevan pérdida de poder y privilegios.

Los actuales parlamentarios se resisten a limitar la reelección. Por cierto, todos están de acuerdo con hacerlo a futuro, pero consideran una injusticia que esto rija para ellos. Con lo cual, algunos podrían cumplir hasta 44 años en el Congreso. Nada nuevo. Así, por ejemplo, haciendo honor a sus dichos, Eduardo Matte Pérez fue elegido diputado en 1873 a los 26 años y terminó su vida parlamentaria como senador cuando murió, en 1902. Para ser precisa, hay que decir que, en medio de sus siete períodos como diputado, estuvo un par de años fuera del Congreso para convertirse en canciller y ministro del Interior.

Para estas propuestas, ya no es tan fácil conseguir los votos sin arreglines que permitan acomodar los intereses de quienes ostentan el poder. Las medidas afectan transversalmente a todo el espectro político, pero algunos sufrirán más que otros. Veamos quiénes serían los más afectados: el fin del dinero empresarial afecta mayormente a la UDI, que ha tenido una “ventaja comparativa” desde 1990; la democracia interna, es decir, la práctica prístina de un militante-un voto, espanta fundamentalmente al PC y a la UDI; la reinscripción de todos los militantes para que los partidos no sean manejados por caudillos que deciden de forma discrecional quienes quedan o no registrados.

Pero todo indica que los tiempos cambiaron. El brutal desprestigio de la clase política en su conjunto indica que la masa decidió hacer valer su opinión. Por ahora, negándose a votar: en los últimos 20 años, el porcentaje de personas con derecho que votó por partidos con representación parlamentaria bajó de 74 a 46 por ciento. Esto es peligroso para la democracia.

Así lo entendió el presidente del Senado, Patricio Walker, quien desde que estalló el caso Penta viene clamando por la necesidad de reformas profundas en materia de probidad. Apoyó de manera rotunda las propuestas de la Comisión Engel y la semana pasada, junto al presidente de la Cámara, Marco Antonio Núñez, dio a conocer los distintos proyectos presentados para transparentar su trabajo y vigilar la ética y la probidad de los honorables. Sin duda es una avance, aunque solo se trate de llevar a la letra de la ley lo que parece de perogrullo: que a los parlamentarios –como a cualquier trabajador– se le descuenten los días no trabajados, que no contraten familiares, no utilicen información privilegiada, que legislen de cara al país con debates públicos y no en un rincón de la cocina, entre otras medidas.

Pero bien lo sabe el senador Walker, lo relevante –como él mismo lo definió– son “medidas que duelan”. No son muchas pero son fundamentales y deben establecerse sin letra chica: la separación drástica y definitiva de la política y los negocios, reinscripción de militantes y democracia interna en los partidos para recibir financiamiento público, autonomía y financiamiento adecuado para el Servel.

Para estas propuestas, ya no es tan fácil conseguir los votos sin arreglines que permitan acomodar los intereses de quienes ostentan el poder. Las medidas afectan transversalmente a todo el espectro político, pero algunos sufrirán más que otros. Veamos quiénes serían los más afectados: el fin del dinero empresarial afecta mayormente a la UDI, que ha tenido una “ventaja comparativa” desde 1990; la democracia interna, es decir, la práctica prístina de un militante-un voto, espanta fundamentalmente al PC y a la UDI; la reinscripción de todos los militantes para que los partidos no sean manejados por caudillos que deciden de forma discrecional quienes quedan o no registrados, la reelección de los parlamentarios y el fortalecimiento real del Servel afectan a todos por igual. Esto explica que las propuestas del Ejecutivo se hayan ido suavizando sistemáticamente desde que la Presidenta acogió las propuestas de la comisión Engel. La semana pasada el portazo fue para una minuta presentada por el ministro Nicolás Eyzaguirre.

Para no seguir con la levedad histórica con que se ha manejado nuestra democracia hay que tener presentes algunos puntos esenciales. La agenda de probidad se sostiene en tres leyes: Fortalecimiento y Transparencia de la Democracia, Modernización de los Partidos Políticos y Servel. Las tres deben tramitarse de manera integrada, ya que se afectan mutuamente. Lo contrario, permite dejar sin efecto en una ley lo que se aprueba en otra. Así por ejemplo, de nada sirve la autonomía constitucional del Servel si no se le entregan los recursos y las normas de funcionamiento adecuadas a un verdadero control electoral.

El presidente del Senado ha demostrado tener liderazgo en estas materias, incluso proponiendo medidas impopulares. Ahora esa condición de líder está en juego ante una agenda que combine adecuadamente lo urgente y lo importante. Y, sobre todo, que no permita que sus colegas licúen las medidas.

Lo urgente es el fortalecimiento integral del Servel para que ejerza sus nuevas atribuciones –al menos de manera “piloto”– en las elecciones municipales del próximo año. Apenas queda tiempo.

Lo importante –para quienes seguimos creyendo que no hay nada mejor que la democracia representativa– es el fortalecimiento de partidos políticos capaces de sacudirse de prácticas históricas espurias para renovarse con transparencia, democracia interna (incluyendo cuotas para sectores históricamente subrepresentados) y un financiamiento público que permita el ingreso de nuevas ideas al debate público.

Senador Walker, ¡usted puede! No permita que la levedad histórica de la clase política siga enervando al país.

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