Recorrido subterráneo por la capital de Serbia bajo cuyo suelo se despliega un entramado de túneles, búnkeres y pasadizos que alcanza los 14 kilómetros
Algunas de estas vías fueron excavadas por los romanos
EUGENIA BLANCO 5 DIC 2012 - 00:00 CET
Con más de 7.000 años de historia, pareciera que la ciudad de Belgrado siempre ha estado en la mitad del camino de una marcha militar. Ciudad de paso, bisagra de culturas, Belgrado ha ido sido cincelada a golpe de invasiones. Hasta en treinta y ocho ocasiones la capital de Serbia ha sido ocupada.
Este pasado belicoso ha otorgado a la ciudad –a sus habitantes- un carácter insubordinado que ha hecho que a la capital serbia se le dé bien ir contracorriente y presumir de un halo provocador. Sin embargo, ser el continuo tablero de un campo de batalla otorga otras particularidades. Probablemente, la más significativa es que Belgrado cuenta con un entramado de túneles, pasadizos, búnkeres de unos 14 kilómetros. Esta estimación es aproximada: incluso los expertos se han resignado a asumir que será casi imposible trazar un mapa definitivo de este laberinto bajo tierra de la ciudad. Rade Milic, arqueólogo de la Universidad de Belgrado, está trabajando en un proyecto científico sobre el subterráneo, UnderGrad, y asegura que existen 140 cavidades conocidas, aunque no puede pronosticar con exactitud cuántas más permanecen escondidas.
Las autoridades de la ciudad están haciendo un esfuerzo por rehabilitar nuevos tramos del horadado subsuelo de Belgrado, aún repleto de misterios por esclarecer y de huellas de guerras pasadas. Actualmente, la Facultad de Minas de la Universidad estudia algunos de los espacios, para así poder tramitar sus certificados de seguridad. Se podría decir que Belgrado es una ciudad hueca, pero curiosamente no tiene metro. Desde 1972 se vienen sucediendo diferentes proyectos para diseñarlo, pero todos han fracasado. Parece que un acuerdo entre una compañía francesa y el Gobierno serbio firmado el año pasado germinará con la primera línea en 2017.
Ruta por el paso del tiempo
Con todo y con eso, el viajero avezado puede tener acceso a una buena representación del panorama subterráneo de la ciudad con los tramos ya habilitados que se pueden visitar. Esta ruta underground se convierte en una descripción de las invasiones que ha sufrido Belgrado, de sus resistencias y -sobre todo- de sus huidas. Los romanos ya excavaron sus vías bajo la piedra caliza de la ciudad, drenando grandes tramos que eran frecuentemente anegados no sólo por la profusión de los dos ríos que confluyen en la ciudad –el Sava y el Danubio-, sino por los más de veinte canales subterráneos que riegan el subsuelo de la capital serbia.
La parte tal vez más significativa, la que mejor muestra el sincretismo de la ciudad, son las cuevas de Tasmajdan, que se ubican casi debajo del Parlamento de Serbia. Parece casi una alegoría. Fueron excavadas por los romanos y desde entonces han visto un trasiego de civilizaciones campeando a hurtadillas por la ciudad. En sus grutas, los austriacos extrajeron salitre para poder fabricar pólvora. En la I Guerra Mundial se convirtieron en refugios de familias que se cobijaban de los bombardeos. En la II Guerra Mundial fueron los alemanes quienes construyeron allí algunos búnkeres de protección. El propio Hitchcock, en una visita a Belgrado, según cuenta el guía Goran Markovic, se sobrecogió al conocer Tasmajdan y aseguró que pocos lugares le habían inspirado tanto.
Este espíritu esquizo está representado por la película Underground, de Emir Kusturica, estrenada en mayo de 1995. El guión, escrito por el mismo director y por Dusan Kovacevic, no es sólo un recorrido lírico por la historia de Yugoslavia en el siglo XX, es también un retrato de ese desequilibrio colectivo: una particular visión del Mito de la Caverna de Platón, que salta por los aires cuando, en mitad de un bombardeo, Marko Dren, interpretado por Miki Manojilovic, viene a decir con toda despreocupación que no sabe quién está bombardeando, porque cuando no atacaban los alemanes, atacaban los aliados.
De búnker en búnker
Uno de los lugares más representativos de Belgrado es la fortaleza de Kalemegdan, el núcleo más antiguo de la ciudad, lugar donde los diferentes pueblos que la poblaron se defendieron del invasor. Se encuentra sobre una elevación de 125 metros de altura y ofrece una vista impecable de la confluencia del río Danubio y del río Sava. En el parque, ahora plácido y con los muros como testigos de los diferentes episodios históricos, hay diferentes cancelas que bajan hacia otro de los entramados subterráneos más característicos de la ciudad.
Diferentes pasadizos y puertas selladas, como si custodiaran refugios antinucleares, salvaguardan el búnker militar que Tito mandó construir durante la Guerra Fría porque estaba seguro que los rusos castigarían su política de no-alineamiento y atacarían Belgrado. El olor a humedad es intenso, las pisadas provocan un eco envolvente, las lámparas de las paredes tienen un aire carcelario. En realidad, aquí abajo todo tiene aire carcelario: los camastros donde los soldados tenían que haberse turnado para dormir, los nichos de descanso, los huecos donde apostarse a hacer la guardia. El ataque nunca se produjo, pero el búnker permanece bajo tierra, en la parte más antigua de la ciudad. Uno de los guías, Srdjan, muestra cierto aire de orgullo al enseñar los búnkeres; asegura que Tito era un auténtico fan de estas construcciones y mandó construir en cada edificio de la ciudad un refugio para los vecinos.
En Karadjordjeva, calle que sigue el curso del Sava, hay diferentes túneles que datan del siglo XIX, tiempo en el que Serbia se liberó de Turquía. En los techos se empiezan a conformar incipientes estalactitas. Después de transitar cavidades angostas, iluminadas por tenues linternas, se llega a una bodega de tinajas viejísimas. Las cavidades, que se enfriaban con el hielo que produce el río Sava cuando se congela en invierno, eran utilizadas para producir un vino áspero y con una acidez altísima. Actualmente, se están reabriendo nuevas tabernas como Tenno Prema, que es la unión al exterior de uno de los laberintos de túneles más sinuosos y tétricos, donde muchos mendigos pasan las noches y una secta oficiaba extraños rituales, según explica Srdjan.
Pero si hay un club paradigmático en esta ruta underground en Belgrado, ése es Barutana. El guía explica que en serbio significa almacén de pólvora, así el club adquirió este nombre porque los austriacos utilizaban ese espacio como arsenal y depósito de explosivos. Estaba emplazado en las laderas de la fortaleza Kalemegdan. El club ha desaparecido, pero aún se puede ver la instalación eléctrica en los techos y las pareces, que ahora sirven como museo improvisado donde se alojan sarcófagos, esculturas o bañeras de la época romana.
Al ir descubriendo y reabriendo estos túneles, la ciudad de Belgrado escribe nuevos párrafos de su historia e hilvana piezas de su identidad. La memoria de Belgrado reside tanto en las calles que se pisan como en los pasadizos y túneles que se desvanecen en la oscuridad.
EUGENIA BLANCO 5 DIC 2012 - 00:00 CET
Con más de 7.000 años de historia, pareciera que la ciudad de Belgrado siempre ha estado en la mitad del camino de una marcha militar. Ciudad de paso, bisagra de culturas, Belgrado ha ido sido cincelada a golpe de invasiones. Hasta en treinta y ocho ocasiones la capital de Serbia ha sido ocupada.
Este pasado belicoso ha otorgado a la ciudad –a sus habitantes- un carácter insubordinado que ha hecho que a la capital serbia se le dé bien ir contracorriente y presumir de un halo provocador. Sin embargo, ser el continuo tablero de un campo de batalla otorga otras particularidades. Probablemente, la más significativa es que Belgrado cuenta con un entramado de túneles, pasadizos, búnkeres de unos 14 kilómetros. Esta estimación es aproximada: incluso los expertos se han resignado a asumir que será casi imposible trazar un mapa definitivo de este laberinto bajo tierra de la ciudad. Rade Milic, arqueólogo de la Universidad de Belgrado, está trabajando en un proyecto científico sobre el subterráneo, UnderGrad, y asegura que existen 140 cavidades conocidas, aunque no puede pronosticar con exactitud cuántas más permanecen escondidas.
Las autoridades de la ciudad están haciendo un esfuerzo por rehabilitar nuevos tramos del horadado subsuelo de Belgrado, aún repleto de misterios por esclarecer y de huellas de guerras pasadas. Actualmente, la Facultad de Minas de la Universidad estudia algunos de los espacios, para así poder tramitar sus certificados de seguridad. Se podría decir que Belgrado es una ciudad hueca, pero curiosamente no tiene metro. Desde 1972 se vienen sucediendo diferentes proyectos para diseñarlo, pero todos han fracasado. Parece que un acuerdo entre una compañía francesa y el Gobierno serbio firmado el año pasado germinará con la primera línea en 2017.
Ruta por el paso del tiempo
Pasadizo de búnker de la Segunda Guerra Mundial, en Belgrado (Serbia). / DORDE BOSKOVIC
Con todo y con eso, el viajero avezado puede tener acceso a una buena representación del panorama subterráneo de la ciudad con los tramos ya habilitados que se pueden visitar. Esta ruta underground se convierte en una descripción de las invasiones que ha sufrido Belgrado, de sus resistencias y -sobre todo- de sus huidas. Los romanos ya excavaron sus vías bajo la piedra caliza de la ciudad, drenando grandes tramos que eran frecuentemente anegados no sólo por la profusión de los dos ríos que confluyen en la ciudad –el Sava y el Danubio-, sino por los más de veinte canales subterráneos que riegan el subsuelo de la capital serbia.
La parte tal vez más significativa, la que mejor muestra el sincretismo de la ciudad, son las cuevas de Tasmajdan, que se ubican casi debajo del Parlamento de Serbia. Parece casi una alegoría. Fueron excavadas por los romanos y desde entonces han visto un trasiego de civilizaciones campeando a hurtadillas por la ciudad. En sus grutas, los austriacos extrajeron salitre para poder fabricar pólvora. En la I Guerra Mundial se convirtieron en refugios de familias que se cobijaban de los bombardeos. En la II Guerra Mundial fueron los alemanes quienes construyeron allí algunos búnkeres de protección. El propio Hitchcock, en una visita a Belgrado, según cuenta el guía Goran Markovic, se sobrecogió al conocer Tasmajdan y aseguró que pocos lugares le habían inspirado tanto.
Este espíritu esquizo está representado por la película Underground, de Emir Kusturica, estrenada en mayo de 1995. El guión, escrito por el mismo director y por Dusan Kovacevic, no es sólo un recorrido lírico por la historia de Yugoslavia en el siglo XX, es también un retrato de ese desequilibrio colectivo: una particular visión del Mito de la Caverna de Platón, que salta por los aires cuando, en mitad de un bombardeo, Marko Dren, interpretado por Miki Manojilovic, viene a decir con toda despreocupación que no sabe quién está bombardeando, porque cuando no atacaban los alemanes, atacaban los aliados.
De búnker en búnker
El búnker de Tito, que el mandatario ordenó construir durante la Guerra Fría. / E. BLANCO
Uno de los lugares más representativos de Belgrado es la fortaleza de Kalemegdan, el núcleo más antiguo de la ciudad, lugar donde los diferentes pueblos que la poblaron se defendieron del invasor. Se encuentra sobre una elevación de 125 metros de altura y ofrece una vista impecable de la confluencia del río Danubio y del río Sava. En el parque, ahora plácido y con los muros como testigos de los diferentes episodios históricos, hay diferentes cancelas que bajan hacia otro de los entramados subterráneos más característicos de la ciudad.
Diferentes pasadizos y puertas selladas, como si custodiaran refugios antinucleares, salvaguardan el búnker militar que Tito mandó construir durante la Guerra Fría porque estaba seguro que los rusos castigarían su política de no-alineamiento y atacarían Belgrado. El olor a humedad es intenso, las pisadas provocan un eco envolvente, las lámparas de las paredes tienen un aire carcelario. En realidad, aquí abajo todo tiene aire carcelario: los camastros donde los soldados tenían que haberse turnado para dormir, los nichos de descanso, los huecos donde apostarse a hacer la guardia. El ataque nunca se produjo, pero el búnker permanece bajo tierra, en la parte más antigua de la ciudad. Uno de los guías, Srdjan, muestra cierto aire de orgullo al enseñar los búnkeres; asegura que Tito era un auténtico fan de estas construcciones y mandó construir en cada edificio de la ciudad un refugio para los vecinos.
En Karadjordjeva, calle que sigue el curso del Sava, hay diferentes túneles que datan del siglo XIX, tiempo en el que Serbia se liberó de Turquía. En los techos se empiezan a conformar incipientes estalactitas. Después de transitar cavidades angostas, iluminadas por tenues linternas, se llega a una bodega de tinajas viejísimas. Las cavidades, que se enfriaban con el hielo que produce el río Sava cuando se congela en invierno, eran utilizadas para producir un vino áspero y con una acidez altísima. Actualmente, se están reabriendo nuevas tabernas como Tenno Prema, que es la unión al exterior de uno de los laberintos de túneles más sinuosos y tétricos, donde muchos mendigos pasan las noches y una secta oficiaba extraños rituales, según explica Srdjan.
El subsuelo de Belgrado guarda sorpresas como esta vieja bodega subterránea
Pero si hay un club paradigmático en esta ruta underground en Belgrado, ése es Barutana. El guía explica que en serbio significa almacén de pólvora, así el club adquirió este nombre porque los austriacos utilizaban ese espacio como arsenal y depósito de explosivos. Estaba emplazado en las laderas de la fortaleza Kalemegdan. El club ha desaparecido, pero aún se puede ver la instalación eléctrica en los techos y las pareces, que ahora sirven como museo improvisado donde se alojan sarcófagos, esculturas o bañeras de la época romana.
Al ir descubriendo y reabriendo estos túneles, la ciudad de Belgrado escribe nuevos párrafos de su historia e hilvana piezas de su identidad. La memoria de Belgrado reside tanto en las calles que se pisan como en los pasadizos y túneles que se desvanecen en la oscuridad.
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