El propio alcalde admite que un tercio de sus policías no son fiables, pero no tiene dinero para despedirlos
FRANCISCO DE ANDRÉS
Día 06/02/2013 - 11.47h
Cuando a mediados de los 80 Silvester Stallone usó los alrededores de Acapulco para rodar la segunda parte de «Acorralado», los únicos malos que conocía aquella bellísima porción de México eran los que salían en las películas. La historia indica, sin embargo, que la bahía de Acapulco fue refugio de piratas en la era de los imperios, aunque pronto el capitalismo norteamericano descubrió el tesoro sin tener que usar sus cañoneras. Faltaba una patina aristocrática, que llegó con las vacaciones de John F. Kennedy y su pasión por los crepúsculos del Pacífico en las costas de Guerrero.
Hoy los hoteles están semivacíos, los paseos marítimos se ven poco concurridos y, en los bulevares, los camareros se entretienen en mover sillas y pasar perezosamente el trapo por mesas sin clientela. El turismo de Acapulco, hasta hace años joya de la corona mexicana, es un cadáver ambulante, que revive al compás de las ofertas y el turista nacional.
También para ellos el destino de Acapulco se ha convertido desde hace cuatro años en una apuesta peligrosa. La ciudad, que frisa los 800.000 habitantes, ya no es conocida como «la joya del Pacífico» sino como la segunda ciudad más violenta de México, después de Ciudad Juárez. Los homicidios anuales superan los mil.
El propio alcalde de Acapulco ha pedido la protección de los federales porque teme por su vida. Luis Walton Aburto acaba de declarar a «El Universal» que, de los 1.400 policías con que cuenta en la ciudad, 500 no han aprobado los exámenes de «fiabilidad», pero no puede despedirlos porque no tiene dinero para indemnizarles. El ayuntamiento está en quiebra total. El nuevo presidente de México, Peña Nieto, ha decidido enviar a Guerrero efectivos de la Marina, el Ejército y la Policía federal, pero no más «plata». Las prioridades de su Gobierno no pasan, hoy por hoy, por el viejo balneario convertido en nido de bandas criminales.
Incentivos del crimen
Hasta diciembre de 2009, el crimen en Acapulco estaba controlado por el cartel de Arturo Beltrán Leyva. Su muerte rompió la baraja. Hoy son al menos 17 los grupos criminales que operan en Acapulco y en el estado de Guerrero. Viven de la droga -la cotizada marihuana local-, la extorsión y el secuestro.
La mortandad por los ajustes de cuentas es alta. Pero también supone un incentivo. Los jóvenes reclutados, procedentes del caladero que ofrece el desempleo juvenil, saben que la muerte de compañeros permite«promociones» rápidas para los más astutos y sanguinarios.
Peña Nieto ha prometido centrar su atención en la violencia y en la seguridad ciudadana y no, como hasta ahora, en la lucha frontal contra los cárteles de la droga; pero ambos extremos están tan intrincados que nadie sabe exactamente cómo pretende cuadrar el círculo.
ABC
Dos hombres asesinados en un taxi en Acapulco el 4 de febrero
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