jueves, 23 de enero de 2014

EL GRANERO DE LA COCAÍNA MUNDIAL

Perú se ha convertido en el primer productor mundial de cocaína, según la ONU. Este es un viaje al VRAEM, a las raíces del narcotráfico. Una historia de campesinos cocaleros que juran defender sus cultivos de la erradicación anunciada por el Gobierno.

POR David Beriain Sergio Caro FOTOGRAFÍA

Oscurece, pero el conductor del todoterreno se resiste a encender los faros. Esas son las instrucciones. “Nos están esperando”. A los dos lados, la selva peruana envuelve ese camino y reclama lo que es suyo. Entre la espesura aparece una mano. Un joven ordena que el coche se detenga. “Por aquí, rápido”, susurra señalando un sendero entre la maleza. Hay que moverse deprisa, en silencio. Se oye el rumor de un río. Un olor intenso a químicos comienza a llenarlo todo. Al final del sendero aparece una piscina precaria y pestilente: la poza de maceración, el lugar en el que la hoja de coca se convierte en droga.

Denis (seudónimo), el dueño, está nervioso. Ayer, los helicópteros de la policía y el Ejército peruanos asaltaron una poza cercana. Se mete dentro de ella como el vendimiador entra en la cuba para pisar la uva. La hoja de coca, cientos de kilos de ella, flota en un líquido mezcla de gasolina y agua. El pocero va y viene por la piscina, removiendo, pisando la mezcla. Se calza unas botas de agua que sirven para poco, porque el líquido le llega a las rodillas y se le mete en los pies. Pide unas cuantas bolsas y las vierte en la piscina: lejía y una sal especial que harán que la hoja suelte todo el alcaloide, el principio activo… La cal y el amonio vendrán después, para cuajar la pasta y fijar la droga. Pero antes, Denis se baja la bragueta y orina en la mezcla. “El piche es lo que da el sabor de verdad”, dice.

Estamos en el sur de Perú, en un lugar que todo el mundo conoce por sus iniciales: el VRAEM, el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro, tres afluentes amazónicos que dibujan un paisaje hermoso de selvas de montaña y valles a dos días en coche de Lima. Un lugar de casas míseras que solo muestra la riqueza que esconde en forma de las omnipresentes Toyota pickups. Un enclave que en la mente de los peruanos que no lo habitan suena solo a dos cosas: droga y Sendero Luminoso. Para sus habitantes, el VRAEM es un lugar satanizado por un Estado solo presente en su forma más militar y represiva.

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