Un militar iraní participa en las conmemoraciones del 35 aniversario de la Revolucion Islámica de 1979
ABC recorre Teherán desde sus barrios más ricos a los más pobres y descubre una sociedad con diferentes caras y preocupaciones muy diferentes
MIKEL AYESTARAN / ENVIADO ESPECIAL A TEHERÁN - Día 16/02/2014 - 15.41h
Los gritos de «¡Muerte a Estados Unidos!» y «¡Muerte a Israel!» no se escuchan más allá de las manifestaciones, exhibiciones y charlas organizadas con motivo del 35 aniversario de la república islámica. Al lado de tan arraigados histrionismos, Irán celebra esta fecha clave en su historia reciente inmerso en un proceso de acercamiento a Estados Unidos liderado por el presidente Hasán Rohani, que divide a los iraníes después de tres décadas en las que han visto a Washington como el «Gran Satán».
La avenida Valiasr (nombre del duodécimo imán del chiismo) cae desde la montaña hasta el desierto. Esta calle de casi veinte kilómetros, conocida como «Pahlevi» antes de la revolución, es el eje central de Teherán y un recorrido de norte a sur muestra las distintas caras de una sociedad que, por encima de todo, vive pendiente de la recuperación económica del país. En el norte de Valiasr se encuentran los barrios ricos de una capital que según va descendiendo pierde opulencia y gana populismo, los Mercedes y BMW importados de Dubai se convierten en Saba Saipa o Peugeot 405 de fabricación nacional y los pañuelos de colores se transforman en rigurosos chadores (mantos) negros para cubrir a las mujeres.
Nuevas fortunas
En el norte vive la «burguesía» menos apegada al sistema mezclada con la nueva élite surgida tras el triunfo de la revolución. Los viejos ricos de la época del Shá que no optaron por la emigración comparten acera con las nuevas fortunas surgidas al amparo de la república islámica. «Teherán es una ciudad cada vez más cara, sobre todo la vivienda. La diferencia entre ricos y pobres no para de crecer, ya no queda clase media. Las sanciones afectan directamente al pueblo, no a los gobernantes ni a la élite que les rodea», nos confiesa Human Asher, ingeniero de 31 años que trabaja en proyectos del grupo guipuzcoano Sarralle, dedicado al metal y que pese a las sanciones ha seguido operando en el país.
Rohani alcanzó la presidencia hace seis meses con la prioridad de reflotar la economía. Para ello centró sus esfuerzos en llegar a un acuerdo con Occidente que acabe con las sanciones impuestas por el programa nuclear. Llegó a la oficina con una inflación del 40% y el rial por los suelos.
El martes el equipo negociador iraní retomará en Viena el diálogo nuclear. Rohani (177.107 seguidores en Twitter) y su ministro de Exteriores, Javad Zarif (123.244 seguidores), contarán en inglés a la cibercomunidad sus progresos. Pero sus compatriotas lo tendrán complicado para seguir los tuits porque las redes sociales siguen censuradas en Irán. «El nuevo Gobierno es solo un gesto de cara al exterior. Entre los más jóvenes hubo momentos de esperanza e ilusión tras las elecciones, pero no habrá reformas internas, mandan los de siempre», afirma Furugh Beigi, ama de casa a la que la revolución le sorprendió con 18 años.
El iPhone, arrasa a 750 euros
En el norte de Teherán se celebró la llegada de Rohani en plazas y parques. Aquí preocupan más las reformas políticas y las libertades sociales que la economía. Un café cuesta 70.000 riales (1,75 euros) y el iPhone5s (30 millones de riales, 750 euros) se agota en los centros no oficiales de Apple en bulevares como Mirdamad. «Estoy seguro de que vendemos más smartphones que en California», bromea el vendedor Mojtada Ferdosi.
«Con Rohani se nota cierta mejora en la economía, sobre todo porque se ha fijado un precio para el cambio de las divisas (29.000 riales por dólar o 40.000 por euro), pero en lo político no soy optimista sobre su capacidad para introducir reformas», considera Aidin, estudiante de matemáticas de 17 años que, como todos los entrevistados en el norte de Teherán, responde con un «no» rotundo cuando se le pregunta sobre su participación en los fastos del aniversario revolucionario. «Para ver a ese tipo de iraní hay que cruzar la frontera de la calle Enqelab (revolución), aquí no lo encontrarás», señala Aidin.
Tras cruzar la «frontera» de Enqelab los murales revolucionarios de las paredes de los edificios están remozados y las fotos de los mártires de la guerra contra Irak presiden cada calle. En lugar de centros comerciales de lujo con productos de primeras marcas importados de Emiratos Árabes Unidos los ciudadanos colapsan galerías y mercados populares. «Solo han pasado seis meses y necesita tiempo, pero lo más urgente es que mejore la situación económica», piensa Mona, estudiante de empresariales de 23 años que espera encontrar trabajo y quedarse en su país. «La prioridad para los jóvenes es el trabajo, no la lucha contra EEUU, pero no sé lo que podrá hacer Rohani porque los anteriores presidentes no lograron nada», lamenta Puria Mohamadi, también estudiante y parte de ese 70 por ciento de los 76 millones de iraníes por debajo de los 35 años que hacen de Irán uno de los países más jóvenes del mundo.
«Somos autosuficientes»
Las inquietudes económicas en el sur de la capital –donde muchos ciudadanos se ven obligados a tener más de un trabajo para llegar a fin de mes – pasan a un segundo lugar en boca del sector más conservador que apela a las palabras del Líder Supremo, Alí Jamenei, como solución a las complicaciones. «Las sanciones nos hacen fuertes, somos un país autosuficiente y si EEUU se sienta a negociar es porque reconoce que somos la gran potencia regional», considera Abdulhamid Shahrabi, escritor y parte del equipo organizador de laexposición «400 años de tragedias de Estados Unidos» en el céntrico parque Danesyoo donde se repasa la historia estadounidense guerra a guerra.
Abdulhamid, como el documentalista Morteza Mostafavi, piensa que «el Gobierno no va por buen camino porque tarde o temprano Washington traicionará su palabra. Son unos mentirosos». Además de tener que convencer al mundo del fin pacífico del programa nuclear, Rohani tiene que superar la barrera ideológica del núcleo más dogmático del régimen que se opone a acabar con 35 años de enfrentamiento con el «Gran Satán».
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