lunes, 1 de septiembre de 2014

Día del Trabajo en EE.UU.

¿Por qué en septiembre y no en mayo?

"Para que rinda más el dinero de los ricos, tiene que valer menos el trabajo de los pobres". Pintada en la Sorbona, París, 1968.


Por Carlos A. Mullins

En los Estados Unidos de América y en Canadá, el Día del Trabajo se celebra el primer lunes del mes de septiembre.


El resto de las naciones lo hace el primero de mayo, razón por la cual se lo denomina el Día Internacional del Trabajo. 

¿Por qué estas dos naciones se han resistido por más de un siglo a unirse a los restantes países del mundo para proclamar la dignidad de los trabajadores y para exigir el cumplimiento de las reivindicaciones de la clase obrera?

La historia, como siempre, nos ayudará a conocer, aunque tal vez no a justificar, la razón de esta divergencia. 

El primer lunes del mes de septiembre de 1882, Peter J. McGuire, un obrero de ideas socialistas, fundador del Sindicato de los Carpinteros, organizó la primera celebración del Día del Trabajo en los Estados Unidos de América.

No hay un testimonio escrito que explique la razón por la cual McGuire escogió esa fecha. 

McGuire y sus compañeros quisieron darle a la celebración del Día del Trabajo una significación de tipo espiritual, destacando la dignidad y los derechos de los trabajadores y promoviendo la unión y la solidaridad en la clase obrera. 

Cuatro años más tarde, el primero de mayo de 1886, los obreros de la McCormick Harvesting Machine Company de Chicago iniciaron una huelga en demanda de mejoras laborales. 

El día tres de mayo, seis obreros murieron al intervenir la policía para dispersar a los huelguistas. 

Al día siguiente se organizó una gran concentración de obreros en el Haymarket Square de Chicago, que fue anunciada a través de panfletos inflamatorios. 

La protesta se iba realizando en forma pacífica hasta que intervino nuevamente la fuerza policial. 

En medio de la bataola, un individuo, al que nunca se pudo identificar, arrojó una bomba, la cual mató a siete policías. 

Este trágico episodio produjo una histeria colectiva en la ciudad de Chicago. 

La policía detuvo a August Spies y a otros siete anarquistas y los acusó de haber conspirado o ayudado al desconocido que arrojó la bomba. 

Spies y tres de sus compañeros fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887.

Otro de los acusados se suicidó y los tres restantes fueron indultados por el gobernador del Estado de Illinois. 

Este hecho pasó a la historia como el motín de Haymarket Square o más popularmente como la masacre de Chicago. 

Por ser el primero de mayo el día en que se inició la huelga, la Segunda Internacional Socialista, fundada en París en 1889, estableció esa fecha como el Día del Trabajo mundialmente.

El amargo recuerdo de la masacre de Chicago y el origen socialista del primero de mayo han sido el motivo por el cual, los Estados Unidos y Canadá nunca se adhirieron a celebrar el primero de mayo el Día de Trabajo.

En muchos países, en particular en América Latina, donde la situación del obrero sigue marcada por la injusticia de salarios bajos y malas condiciones de trabajo, la celebración del primero de mayo adquiere un fuerte tono de protesta. 

En los Estados Unidos y en Canadá, el Día del Trabajo es más bien tranquilo y largo fin de semana, antes del comienzo de la actividad escolar. 

Luego de estos sucesos, que dieron origen a las dos celebraciones del Día del Trabajo, el 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII publicó la famosa encíclica Rerum novarum, con la cual se inicia la formulación de la Doctrina Social de la Iglesia. 

Junto con el nacimiento de los sindicatos, cuya esencia es la defensa de los derechos del obrero ante la inhumana explotación que les impide vivir con dignidad, se alzó una voz, inspirada en los principios del Evangelio, reclamando justicia para los obreros de todo el mundo. 

En respuestas a las injusticias del capitalismo, el Manifiesto del Partido Comunista, redactado en 1847 por Carlos Marx y Federico Engels, había lanzado la consigna: proletarios del mundo uníos. 

Así nació una despiadada lucha de clases que solamente condujo a polarizar a las dos ideologías imperantes, el capitalismo y al marxismo, que en vano han intentado liberar a la clase obrera del sometimiento al capital insensible, por un lado, o al Estado omnipotente, por el otro. 

Entre el capital y el trabajo ha existido una lucha cruel y constante, en la cual la clase trabajadora sigue en el bando de los perdedores.

La Doctrina Social de la Iglesia no es insensible al drama de los obreros y sigue alzando su voz para que el sentido de solidaridad reemplace al afán de lucro y para que se reconozca la prioridad del trabajo sobre el capital. 

Los estudiantes de la Sorbona entendieron, en 1968, la injusticia de anteponer el crecimiento del capital al valor del trabajo. Hoy deberíamos acuñar la frase contraria: para que valga más el trabajo de los pobres, tendrá que disminuir la ganancia de los ricos.

LA MASACRE DE CHICAGO

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