Obama visita este lunes un centro infantil en Washington. / J. ERNST (REUTERS)
DISCURSO SOBRE EL ESTADO DE LA UNIÓN
El presidente exhibe la recuperación de EE UU y pide más impuestos a los ricos
MARC BASSETS Washington 20 ENE 2015 - 03:01 CET
El presidente Barack Obama colocará esta noche en Washington la lucha contra la desigualdad en el centro del debate político de Estados Unidos. El presidente demócrata, reforzado por la recuperación económica, propondrá en el discurso sobre el estado de la Unión subidas de impuestos a los más ricos y otras medidas redistributivas para favorecer a las clases medias. Las posibilidades de que las propuestas avancen en el Congreso, dominado por los republicanos, son escasas. El objetivo es otro. Primero, definir el campo de batalla ideológico ante las presidenciales de 2016. Y segundo, consolidar el legado de Obama como el de un presidente que no sólo sacó a su país de la mayor recesión en décadas sino que atacó de frente las desigualdades y la falta de oportunidades, una amenaza para el sueño americano.
El discurso sobre el estado de la Unión, ante ambas cámaras de Congreso, es uno de los rituales de la política norteamericana. El presidente expone su programa legislativo y formula su diagnóstico sobre el país. Esta vez, Obama modifica el ritual: en vez de mantener la expectativa hasta el último día sobre sus propuestas, las ha desgranando una a una durante semanas.
Las propuestas estrella son la subida del impuesto para los rendimientos de capital para parejas que ganan más de medio millón de dólares al año a un 28% y una mayor presión fiscal sobre las herencias, además de una tasa sobre los bancos más grandes. A cambio, el plan, que permitiría recaudar 320.000 millones de dólares en la próxima década, contempla una reducción de impuestos para familias trabajadoras y ayudas para la educación preescolar y universitaria y las jubilaciones.
Las medidas parecen inspiradas por Thomas Piketty, el economista francés autor de El capital en el siglo XXI, uno de los éxitos de 2014. Piketty pone el acento en la acumulación de riqueza por parte del 1% más rico, que es precisamente el segmento de población sobre el que recaerán las medidas de Obama, y el capitalismo patrimonial de herederos y rentista del siglo XIX.
La iniciativa de Obama no se entiende sin la irrupción de la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren. Warren es la cabeza visible del ala populista del Partido Demócrata en un país donde la palabra populismo no es forzosamente negativa y designa la retórica en defensa del pueblo frente a las elites. Warren recoge el malestar de las clases medias que no se benefician del crecimiento.
No es la primera vez que Obama plantea subir impuestos a los ricos: este fue uno de los ejes de la campaña para la reelección en 2012. Pero entonces el Partido Republicano despreciaba esta retórica. La palabra desigualdad no constaba en su vocabulario; la palabra mágica era emprendedor. Todo cambia: ahora todos quieren ser populistas. El estancamiento de los ingresos de la clase media y la pobreza figuran en los discursos de todos los aspirantes republicanos a la Casa Blanca; aunque discrepen de las soluciones del presidente demócrata, comparten el diagnóstico.
Obama llega liberado al discurso sobre el estado de la Unión, el penúltimo antes de abandonar la Casa Blanca dentro de dos años. El paro ha bajado hasta un 5,6%, el déficit presupuestario se acerca al 3%, el producto interior bruto crece a un ritmo sostenido; la gasolina no era tan barata desde hace seis años y 10 millones de personas sin cobertura sanitaria han accedido a un seguro médico gracias a la reforma sanitaria.
Hace un año, un 28% de norteamericanos se sentía satisfecho con la marcha de la economía; ahora son un 41%. Un sondeo de The Washington Post y la cadena ABC sitúa la popularidad de Obama en un 50%, el nivel más alto en casi dos años. El presidente, al que rivales y aliados dieron por amortizado tras la derrota demócrata en las legislativas del pasado noviembre, afronta confiando su primer discurso sobre el estado de la Unión con el Senado y la Cámara de Representantes en manos del Partido Republicano.
Los últimos meses han sido de los más activos de la presidencia. Con la regularización provisional de millones de inmigrantes sin papeles y el inicio del deshielo con Cuba, Obama demuestra que no se resigna a ser un líder cojo que sólo espera el relevo. Está atado de manos por un Congreso adverso, pero piensa usar el margen de que dispone para dejar su huella.
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