La caída del petróleo y el menor apoyo cubano lastran el mandato de Nicolás Maduro
El día a día: escasez, largas colas, restricciones y mercado negro
EWALD SCHARFENBERG Caracas 18 ENE 2015 - 06:20 CET
Una tormenta perfecta se cierne sobre el Gobierno de Nicolás Maduro, el sucesor designado por Hugo Chávez poco antes de morir y ratificado en las urnas como presidente de Venezuela en abril de 2013. Todo lo que antes le era favorable a las autoridades de Caracas ahora parece haberse vuelto en su contra.
La mala racha del bolivarianismo se concreta en las largas filas que se forman para entrar a tiendas de alimentación y supermercados, por lo general, desprovistos de productos básicos de la canasta diaria, como leche, carne, papel higiénico, detergentes o harina de maíz.
“La culpa de las colas la tiene la derecha”, diagnosticó el pasado miércoles el presidente de la Asamblea Nacional y número dos del chavismo, Diosdado Cabello. Dos días más tarde, el diputado del oficialismo Julio César Chávez denunció que Estados Unidos había enviado “expertos en doctrina de colapso económico” para comandar la “guerra económica” que, según la jerga gubernamental, la revolución libra.
Pero las dificultades se multiplican con otra guerra, la del petróleo, que el Gobierno atribuye a una estrategia de Estados Unidos para quebrar a Rusia y, asegura Maduro, “darle con el codo a Venezuela”. Desde junio hasta ahora, el precio medio del barril de petróleo —así como las divisas que reporta— ha caído el 60%. Al final de la semana el crudo venezolano se cotizaba, por primera vez desde 2008, por debajo de los 40 dólares por barril.
La incertidumbre, el miedo a la inseguridad y la carestía imponen unos rigores a la subsistencia diaria
Los mercados perciben que el riesgo de que Venezuela —poseedora de las mayores reservas de petróleo en el mundo— deje de pagar sus compromisos externos va en aumento. La agencia Moody's rebajó la categoría de la deuda venezolana al nivel de “alto riesgo”, lo que encarece el financiamiento externo del país.
El presidente Maduro inició el año con una gira de 14 días por Rusia, China y cuatro naciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que concluyó este sábado sin resultados visibles ni en términos de estabilidad de los precios petroleros, ni en captación de dinero fresco para Venezuela.
Pero también en el plano internacional, el país enfrenta un reto empinado y novedoso. Desprovista de la palanca petrolera como argumento diplomático, al mismo tiempo le falla el apoyo cubano. El régimen castrista luce más concentrado en buscarse su propia suerte y prepararse para un futuro sin subsidios de petróleo venezolano. La Habana negocia el restablecimiento de relaciones con Washington mientras se esmera en dar muestras de distensión con los resultados de las rondas de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), que se realizan en la capital cubana. Venezuela participa en el proceso como país acompañante pero con un papel casi ceremonial.
La incertidumbre, el miedo a la inseguridad y la carestía imponen unos rigores a la subsistencia diaria que, de tan intolerables, alimentan en las calles de las ciudades venezolanas la sensación de que algo decisivo va a pasar.
El propio oficialismo comparte esa percepción. “Si se prende el peo, con Maduro me resteo”, coreaban el miércoles pasado en Caracas los asistentes a una discreta concentración en apoyo de la gira de Maduro. La consigna quiere decir que, si se producen disturbios, sus seguidores están dispuestos a sacrificarse por él.
El pasado lunes, el think tank Stratfor se hizo eco en un informe de los rumores acerca de una conspiración encabezada por militares y sectores del chavismo para desalojar a Maduro del poder.
Ciertamente, los tiempos de vacas flacas han puesto de relieve las fracturas internas del oficialismo, desacuerdos que antes el liderazgo de Chávez era capaz de atajar. Por la izquierda, facciones como Marea Socialista —la más visible entre sus críticos— acusan al presidente de desvirtuar la revolución. Por la derecha, los grupos de tecnócratas y militares que tienen a Diosdado Cabello como su potencial representante, apenas ocultan sus dudas sobre la capacidad de Maduro para gestionar una situación que ya va adquiriendo tintes de crisis humanitaria y que fácilmente puede derivar en desórdenes públicos.
Las disputas intestinas del chavismo paralizan al Gobierno, que se ha inhibido por falta de apoyo político de adoptar medidas económicas que se llegaron a anunciar, como la modificación del intrincado régimen de control de cambios de divisas, o el llamado “sacudón” que Maduro planteó en el primer semestre de 2014 para hacer más eficiente la gestión del aparato del Estado.
Así las cosas, el Gobierno enfrenta una prueba que pone en riesgo inminente la continuidad del régimen iniciado en 1999. Sobre los peligros del momento alertaba el viernes en su cuenta de Twitter Luis Vicente León, un reconocido analista y presidente de una empresa de estudios de opinión: “Se equivocan quienes creen que este es momento para provocar acciones tendentes a desequilibrar al Gobierno. Eso sólo conduciría a la anarquía”.
La oposición firma la tregua
ALFREDO MEZA
“Sobran razones para unirnos”. El lema impreso en las paredes del plató donde se celebró la conferencia de prensa del excandidato presidencial Henrique Capriles resumía su nueva estrategia. Después de enfrentarse durante casi todo 2014 con el ala opositora que lideró las protestas contra el Gobierno venezolano, el gobernador del Estado de Miranda deja atrás las diferencias en pos del objetivo superior de poner fin al régimen de Caracas a corto plazo.
En los últimos días, el dirigente ha acercado posiciones con la defenestrada diputada María Corina Machado, con la dirigencia del partido de Leopoldo López, Voluntad Popular, y con el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Saber quién tuvo la iniciativa puede resultar ocioso. Lo que sí es una novedad es que ambas partes coinciden en aupar las movilizaciones contra el desabastecimiento y la caótica situación económica.
Coincidiendo con la comparecencia de Capriles, fueron López, Machado y Ledezma quienes enviaban un comunicado en el que reivindicaban su estrategia del año pasado. “Si en 2014 la salida era urgente, en 2015 es impostergable”. La Salida fue el nombre de las protestas entre febrero y junio y que terminaron con 43 fallecidos, cientos de heridos y torturados, y miles de detenidos, pero que propinaron al régimen una derrota política. La faz represiva del oficialismo devino en las sanciones establecidas por EE UU en enero contra parte de la nomenklatura local responsable de las violaciones de los derechos humanos.
Todo ocurre en medio de un año electoral crucial para la oposición y el oficialismo. La batalla por el control de la Asamblea Nacional, cuya renovación ocurrirá probablemente en el segundo semestre, determinará cómo llega cada bando a la mitad del período presidencial.
EWALD SCHARFENBERG Caracas 18 ENE 2015 - 06:20 CET
Una tormenta perfecta se cierne sobre el Gobierno de Nicolás Maduro, el sucesor designado por Hugo Chávez poco antes de morir y ratificado en las urnas como presidente de Venezuela en abril de 2013. Todo lo que antes le era favorable a las autoridades de Caracas ahora parece haberse vuelto en su contra.
La mala racha del bolivarianismo se concreta en las largas filas que se forman para entrar a tiendas de alimentación y supermercados, por lo general, desprovistos de productos básicos de la canasta diaria, como leche, carne, papel higiénico, detergentes o harina de maíz.
“La culpa de las colas la tiene la derecha”, diagnosticó el pasado miércoles el presidente de la Asamblea Nacional y número dos del chavismo, Diosdado Cabello. Dos días más tarde, el diputado del oficialismo Julio César Chávez denunció que Estados Unidos había enviado “expertos en doctrina de colapso económico” para comandar la “guerra económica” que, según la jerga gubernamental, la revolución libra.
Pero las dificultades se multiplican con otra guerra, la del petróleo, que el Gobierno atribuye a una estrategia de Estados Unidos para quebrar a Rusia y, asegura Maduro, “darle con el codo a Venezuela”. Desde junio hasta ahora, el precio medio del barril de petróleo —así como las divisas que reporta— ha caído el 60%. Al final de la semana el crudo venezolano se cotizaba, por primera vez desde 2008, por debajo de los 40 dólares por barril.
La incertidumbre, el miedo a la inseguridad y la carestía imponen unos rigores a la subsistencia diaria
Los mercados perciben que el riesgo de que Venezuela —poseedora de las mayores reservas de petróleo en el mundo— deje de pagar sus compromisos externos va en aumento. La agencia Moody's rebajó la categoría de la deuda venezolana al nivel de “alto riesgo”, lo que encarece el financiamiento externo del país.
El presidente Maduro inició el año con una gira de 14 días por Rusia, China y cuatro naciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que concluyó este sábado sin resultados visibles ni en términos de estabilidad de los precios petroleros, ni en captación de dinero fresco para Venezuela.
Pero también en el plano internacional, el país enfrenta un reto empinado y novedoso. Desprovista de la palanca petrolera como argumento diplomático, al mismo tiempo le falla el apoyo cubano. El régimen castrista luce más concentrado en buscarse su propia suerte y prepararse para un futuro sin subsidios de petróleo venezolano. La Habana negocia el restablecimiento de relaciones con Washington mientras se esmera en dar muestras de distensión con los resultados de las rondas de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), que se realizan en la capital cubana. Venezuela participa en el proceso como país acompañante pero con un papel casi ceremonial.
La incertidumbre, el miedo a la inseguridad y la carestía imponen unos rigores a la subsistencia diaria que, de tan intolerables, alimentan en las calles de las ciudades venezolanas la sensación de que algo decisivo va a pasar.
El propio oficialismo comparte esa percepción. “Si se prende el peo, con Maduro me resteo”, coreaban el miércoles pasado en Caracas los asistentes a una discreta concentración en apoyo de la gira de Maduro. La consigna quiere decir que, si se producen disturbios, sus seguidores están dispuestos a sacrificarse por él.
El pasado lunes, el think tank Stratfor se hizo eco en un informe de los rumores acerca de una conspiración encabezada por militares y sectores del chavismo para desalojar a Maduro del poder.
Ciertamente, los tiempos de vacas flacas han puesto de relieve las fracturas internas del oficialismo, desacuerdos que antes el liderazgo de Chávez era capaz de atajar. Por la izquierda, facciones como Marea Socialista —la más visible entre sus críticos— acusan al presidente de desvirtuar la revolución. Por la derecha, los grupos de tecnócratas y militares que tienen a Diosdado Cabello como su potencial representante, apenas ocultan sus dudas sobre la capacidad de Maduro para gestionar una situación que ya va adquiriendo tintes de crisis humanitaria y que fácilmente puede derivar en desórdenes públicos.
Las disputas intestinas del chavismo paralizan al Gobierno, que se ha inhibido por falta de apoyo político de adoptar medidas económicas que se llegaron a anunciar, como la modificación del intrincado régimen de control de cambios de divisas, o el llamado “sacudón” que Maduro planteó en el primer semestre de 2014 para hacer más eficiente la gestión del aparato del Estado.
Así las cosas, el Gobierno enfrenta una prueba que pone en riesgo inminente la continuidad del régimen iniciado en 1999. Sobre los peligros del momento alertaba el viernes en su cuenta de Twitter Luis Vicente León, un reconocido analista y presidente de una empresa de estudios de opinión: “Se equivocan quienes creen que este es momento para provocar acciones tendentes a desequilibrar al Gobierno. Eso sólo conduciría a la anarquía”.
La oposición firma la tregua
ALFREDO MEZA
“Sobran razones para unirnos”. El lema impreso en las paredes del plató donde se celebró la conferencia de prensa del excandidato presidencial Henrique Capriles resumía su nueva estrategia. Después de enfrentarse durante casi todo 2014 con el ala opositora que lideró las protestas contra el Gobierno venezolano, el gobernador del Estado de Miranda deja atrás las diferencias en pos del objetivo superior de poner fin al régimen de Caracas a corto plazo.
En los últimos días, el dirigente ha acercado posiciones con la defenestrada diputada María Corina Machado, con la dirigencia del partido de Leopoldo López, Voluntad Popular, y con el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Saber quién tuvo la iniciativa puede resultar ocioso. Lo que sí es una novedad es que ambas partes coinciden en aupar las movilizaciones contra el desabastecimiento y la caótica situación económica.
Coincidiendo con la comparecencia de Capriles, fueron López, Machado y Ledezma quienes enviaban un comunicado en el que reivindicaban su estrategia del año pasado. “Si en 2014 la salida era urgente, en 2015 es impostergable”. La Salida fue el nombre de las protestas entre febrero y junio y que terminaron con 43 fallecidos, cientos de heridos y torturados, y miles de detenidos, pero que propinaron al régimen una derrota política. La faz represiva del oficialismo devino en las sanciones establecidas por EE UU en enero contra parte de la nomenklatura local responsable de las violaciones de los derechos humanos.
Todo ocurre en medio de un año electoral crucial para la oposición y el oficialismo. La batalla por el control de la Asamblea Nacional, cuya renovación ocurrirá probablemente en el segundo semestre, determinará cómo llega cada bando a la mitad del período presidencial.
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