lunes, 17 de agosto de 2015

Cuba es así

Dos mujeres charlan en una calle de Santiago de Cuba. / PEP COMPANYS

El cubano de la calle recibe a EE UU con esperanza, escepticismo y sin perder la sonrisa

PABLO DE LLANO 17 AGO 2015 - 00:00 CEST


El jueves 13 de agosto un cubano de 51 años pisó Cuba por primera vez en su vida. Joe García, nacido en Miami Beach, excongresista demócrata partidario del deshielo entre la isla y Estados Unidos, era uno de los invitados a la ceremonia de reapertura de la embajada estadounidense en La Habana.

El viernes por la mañana, antes de que el secretario de Estado John Kerry llegase para presidir el acto, García, hijo de cubanos exiliados, le decía a los reporteros que no había necesitado más de 24 horas allí para encontrarle el sentido a toda la añoranza familiar que lo rodeó desde niño: “La nostalgia dulce de mi abuelo no era tan nostálgica. Es que Cuba es así de dulce”.

El sol empezaba a abombar la cabeza, más a los periodistas que a los invitados importantes, provistos de sombrillas por la organización. Cuando García dijo eso recordé lo que siempre me contó mi padre de su abuelo, que yo no conocí. Era un cubano nacido en Matanzas que en el primer tercio del siglo XX emigró a España, a Galicia, desandando el camino que habían hecho sus antepasados. “Era un viejo pequeño y gordito, con pinta de cubano, que siempre estaba envuelto en mantas contra el frío y que de vez en cuando, sin venir a cuento, levantaba la cabeza y suspiraba: ‘Mi Cubita linda…”.

Supongo que mi bisabuelo y el abuelo de Joe García, cuando entraban en sus raptos de melancolía, reproducían en su cabeza fotogramas de su vida como el de las cubanas de la foto, recostadas sobre un coche americano de los de antes de la revolución, riéndose delante de la entrada desvencijada de una casa de Santiago de Cuba. Una de ellas con una bandera de Estados Unidos enrollada en la cabeza.

Los cubanos de la calle han recibido el principio del fin de la guerra fría con el país vecino con esperanza y cierto escepticismo. Pero sin perder nunca la sonrisa. El cubano ha aprendido a hacer frente a los problemas. Si es necesario, como la mujer que aparece en la imagen, se hace un turbante con ellos.

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