martes, 1 de septiembre de 2015

Enfermos de poder

La publicación por nuestro medio de un artículo sobre “el vacío de poder” en el actual mandato presidencial provocó, en torno a este tema, no solo legítimas opiniones críticas sino también intentos abiertos de impedir la transparencia en un tema de alto interés público. Nuestra primera consideración es que una democracia segura de sí misma, moderna y pro transparencia, debería tener la capacidad de enfrentar sin histerismos ni amenazas estos asuntos. Más aún si están escritos con absoluto respeto.

por EL MOSTRADOR


Tal es el título de un libro del médico y periodista argentino Nelson Castro, publicado el año 2005. Su tema central es la relación entre la salud y el ejercicio del poder de los hombres públicos. Cómo puede afectarlos el querer controlar y saberlo todo acerca del Gobierno, y ocasionarles serias obsesiones sobre la permanencia en el poder y la trascendencia histórica de su mandato, hasta el punto de ocultar sus dolencias por temer que su conocimiento a nivel público los debilite políticamente. Se rodean entonces de círculos herméticos que solo funcionan con trascendidos y rumores.

El estrés del poder y la salud de los mandatarios tiene historia en América Latina. En Argentina, es posible que Perón jamás hubiese accedido al poder –sostiene Castro– de no ser por la mala salud del Presidente Ortiz. Ello permitió la llegada del vicepresidente Castillo y la maduración del golpe militar de 1943 que elevó a Perón a la jefatura del Estado. El caso de Kirchner, más reciente, deja en evidencia –según Castro– que el buen funcionamiento institucional en cualquier democracia requiere de la mayor transparencia respecto a la salud del Presidente. Porque si el poder los puede enfermar, su salud será siempre un asunto de interés público atingente al funcionamiento institucional del Gobierno y del Estado que los ciudadanos no deben desconocer.

El caso extremo de manipulación reciente fue el de Hugo Chávez, aparentemente diseñada por la Fundación CEPS de España, unthink tank izquierdista vinculado a la Universidad de Valencia, fundado por el constitucionalista Roberto Viciano, muy conocido en nuestro medio en los debates de la nueva Constitución. La estrategia llegó a sostener que las medias verdades podrían inducir a la oposición venezolana a realizar “juicios equivocados”, que redundarían en la conservación del poder chavista.

El objetivo del periodismo moderno se aparta radicalmente de esta manipulación. Su compromiso es reportar lo que se investiga de la mejor manera posible, dejando plasmada la atmósfera reinante en la cual se ha reporteado un tema. Ello, para eludir la trampa de desinformación de los poderes constituidos, económico o político, según la cual lo que no se reporta no existe, prisma con el que presionan diariamente a los medios para manejar la pauta informativa.

La publicación por nuestro medio de un artículo sobre “el vacío de poder” en el actual mandato presidencial provocó, en torno a este tema, no solo legítimas opiniones críticas, sino intentos abiertos de impedir la transparencia en un tema de alto interés público.

Nuestra primera consideración es que una democracia segura de sí misma, moderna y pro transparencia, debería tener la capacidad de enfrentar sin histerismos ni amenazas estos asuntos. Más aún si están escritos con absoluto respeto.

El 27 de septiembre de 2009, Andrew Marr –el periodista político estrella de la BBC– le preguntó en vivo al entonces Primer Ministro británico Gordon Brown si era depresivo, si tomaba píldoras y cómo eso afectaba su salud y su capacidad de liderar. No pasó inadvertido, no le faltaron críticas, pero nadie lo acusó de poner en peligro la institucionalidad democrática de esa nación. Tampoco ninguna organización gremial reclamó por el estilo periodístico.

La noticia venía dando vueltas en la web y algunos diarios la habían tomado en forma oblicua. Fue Marr el que le preguntó directamente lo que todos querían saber. La respuesta de la BBC, uno de los modelos de comunicación pública, antes las críticas fue: “Andrew le estaba haciendo preguntas legítimas acerca de la salud a uno de los líderes del país”.

Tampoco nadie en el Reino Unido acusó a los medios de poner en peligro la institucionalidad cuando comenzaron a publicar los problemas con el alcohol de Charles Kennedy, el que por una década fuera el líder del Partido Liberal. Eventualmente tuvo que admitirlo y renunciar al cargo. Es más, hubo autocrítica de los medios por no haber publicado antes algo que por años todos sabían. Ya en 2002, Jeremy Paxman, también de la BBC, le preguntó en vivo: “¿Se toma usted cuando está solo, en privado, una botella de whisky, tarde por la noche?”.

El 27 de septiembre de 2009, Andrew Marr –el periodista político estrella de la BBC– le preguntó en vivo al entonces Primer Ministro británico Gordon Brown si era depresivo, si tomaba píldoras y cómo eso afectaba su salud y su capacidad de liderar. No pasó inadvertido, no le faltaron críticas, pero nadie lo acusó de poner en peligro la institucionalidad democrática de esa nación. Tampoco ninguna organización gremial reclamó por el estilo periodístico.

Igual que a Marr, a Paxman algunos lo criticaron por la pregunta, pero nadie dijo que ponía en peligro la democracia o que solo eran rumores y por eso no se podía plantear el asunto.

En Estados Unidos, la prensa ha sido muy autocrítica por no haber reportado más en profundidad los rumores de que en los últimos dos años del segundo mandato de Ronald Reagan, el ex actor ya sufría de alzhéimer y efectivamente le habría afectado su capacidad de tomar decisiones y gobernar.

Más cerca de nuestras fronteras, el tema de la compleja relación de la Presidenta argentina Cristina Kirchner con los antidepresivos fue tema en La Nación, Clarín, Perfil, Revista Noticias y El Mundo en España.

Se les criticó a varios de esos medios el hacer un ataque político, pero nadie en serio los acusó de tocar la institucionalidad. Solo algunos medios afines al kirchnerismo sí los acusaron de ser parte de un complot.

La transparencia no solo incumbe a políticos. También a los empresarios, sobre todo si están a cargo de empresas que se cotizan en bolsa, y a instituciones importantes del Estado.

Apple fue obligada a revelar el cáncer de Steve Jobs; el gerente general de Hewlett Packard tuvo que renunciar luego que se revelara su coqueteo con una asesora comunicacional, que ni siquiera llegó a ser affaire.

Lo mismo en las Fuerzas Armadas. David Petreus, general héroe de guerra y director de la CIA, tuvo que renunciar ante la revelación de su affaire con Paula Bradwell, una periodista que estaba escribiendo su biografía.

Este estándar de transparencia se ve acentuado por un factor clave del escenario actual, cual es que los medios tradicionales comparten la construcción de la pauta con los medios digitales y las redes sociales, en un ejercicio de constante retroalimentación unos de otros.

El tema del vacío de poder se ha instalado desde el momento en que se inició la crisis del financiamiento ilegal de la política y en particular, en el caso de la Presidenta, desde el estallido del Caso Caval.

El tema ha estado rondando desde marzo de este año y El Mostrador lo reporteó por varias semanas. Lo que se intentó fue darle al “vacío de poder”, objetivado en las actuaciones del Gobierno y la intempestiva visita de líderes políticos de la Nueva Mayoría a La Moneda en ausencia de la Presidenta, el contexto de su ensimismamiento y su estado de salud. Algo que es parte del comentario cotidiano en los salones de la política y las sobremesas del conjunto de la elite. Decir lo contrario es hipocresía.

El reportar no es algo que se tiene que tomar por descontado. De acuerdo al Columbia Journalism Review, la biblia del periodismo anglosajón, hasta fines del siglo XIX Europa mostraba desdén y duras críticas al modelo inquisitivo y de investigación que ya caracterizaba a los diarios de prestigio norteamericanos. Algo similar a lo que todavía ocurre en nuestro medio, en el cual el periodismo se tutea con el poder pero –salvo contadas excepciones– jamás lo incomoda, escudado en una falsa idea de respeto que solo esconde deseos de no incomodar para codearse con él.

Nosotros no lo entendemos de esta manera. El periodismo independiente no solo debe revelar lo que gobiernos o grupos de interés privado están haciendo, sino también explicarlo. Debe fiscalizar a los poderosos y exigir que estos se expliquen ante la ciudadanía. Es un ingrediente imprescindible para una democracia con contenidos, que aspira a ser algo más que un proceso electoral cada cuatro años.

En el mundo desarrollado, con el que tanto le gusta al país compararse, y donde los niveles de transparencia están muy por encima de nuestras opacas normas, el tema de dónde están los límites entre lo público y lo privado en la política lleva años en la agenda. En la nuestra es un fenómeno reciente. Como también el convencimiento de que los mandatarios no son monarcas a los cuales la ciudadanía y los medios deben pleitesía.

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