La lectura de los cargos es el pistoletazo de salida de un juicio largo tiempo esperado pero que aún tardará en concretarse
YOLANDA MONGE Fort Meade 5 MAY 2012 - 04:26 CET
YOLANDA MONGE Fort Meade 5 MAY 2012 - 04:26 CET
El proceso judicial contra el cerebro del 11-S, Jalid Sheij Mohamed, de 47 años, ha echado finalmente a andar en un tribunal militar en la base de Guantánamo (Cuba). Será la primera vez que Mohamed, al que el público solo conoce por la foto de su captura, en la que aparece un individuo desaliñado, con una camiseta blanca sucia y con su denso bigote sobre un barba de varios días sin afeitar, escuche los cargos a los que se enfrenta.
Once años después del 11-S, nueve después de su captura y seis años desde que fue transferido a Guantánamo desde una cárcel secreta de la CIA en el extranjero –donde se le sometió a waterboarding (asfixia simulada) hasta 183 veces-, el rostro de quien se define como el autor intelectual de los ataques terroristas del 11 de Septiembre fue visto por un grupo reducido de gente, los periodistas acreditados para ello y que siguieron la lectura de los cargos en una base militar a las afueras de Washington y algunos familiares que hicieron lo mismo en bases (seis en total) y el penal de Guantánamo. Para los familiares de las víctimas que estén presentes en la vista, que se seguirá por circuito cerrado de televisión, supondrá una catarsis.
Junto a Mohamed se le leerán los cargos a otros cuatro hombres acusados de planear los ataques de Nueva York, Washington y Pensilvania. Walid Bin Attash; Ramzi Binalshibh; Ali Abdul Aziz Ali; Mustafá Ahmed Al Hawsawi y Mohamed enfrentan en consejo de guerra cargos por conspiración, actos de terrorismo, secuestro de aviones, homicidio premeditado en violación de las leyes de guerra, ataques a no combatientes, destrucción de bienes civiles, daños físicos intencionados y destrucción de propiedades.
La lectura de los cargos es el pistoletazo de salida de un juicio largo tiempo esperado pero que aún tardará en concretarse al menos otro año. Los cinco acusados están recluidos en una sección de Guantánamo bajo estrictas medidas de seguridad, tanto es así que la ubicación exacta es mantenida en secreto, y es una prisión dentro de la prisión que se conoce como Camp Seven.
El proceso simultáneo que los cinco hombres van a seguir levanta dudas y críticas por parte de abogados y grupos de defensa de los derechos civiles. Para empezar, los cinco manifestaron su deseo de declararse culpables en una vista que se produjo a un mes de la toma de posesión de Barack Obama, cuando en diciembre de 2008 tres de ellos renunciaban a sus abogados, porque no confiaban en ellos, y pidieron ser condenados a muerte. Todos buscan el martirologio y convertirse en figuras que las nuevas generaciones de yihadistas tengan colgadas en pósters en sus habitaciones. Las declaraciones de culpabilidad llevarían a plantear la necesidad de un juicio si los culpables aceptan los hechos.
Posteriormente, Obama declaró su determinación de cerrar Guantánamo un día después de asumir su cargo el 20 de enero de 2009. Como consecuencia, el presidente anunció su deseo de que los presos fueran juzgados en territorio estadounidense y en juzgados civiles. A finales de ese mismo año, el fiscal general, Eric Holder, anunciaba que los cinco hombres enfrentarían un juicio civil en Nueva York, a poca distancia de donde se erigían las Torres Gemelas que fueron derribadas por los aviones pilotados por terroristas de Al Qaeda.
La medida provocó un acalorado debate en Nueva York y llegó hasta el Capitolio, donde los republicanos bloquearon varias iniciativas que proveían de los fondos necesarios al Departamento de Justicia para transportar a los detenidos desde la base naval en Cuba hasta territorio norteamericano. Finalmente, Holder tiraba la toalla y se rendía a la evidencia de que los hombres encerrados en Guantánamo enfrentarían allí su suerte.
Si todo lo anterior no fuera poco, además, la sombra de la tortura cubre todos y cada uno de los cinco casos que serán juzgados a partir de hoy. Al autoproclamado cerebro del 11-S se le llegó aplicar hasta 183 veces en 2003 la técnica conocida como waterboarding (asfixia simulada). La gran mayoría de las confesiones de estos hombres fueron extraídas por interrogadores de la CIA bajo tortura y con métodos que la Administración Obama declaró ilegales al llegar al poder.
Once años después del 11-S, nueve después de su captura y seis años desde que fue transferido a Guantánamo desde una cárcel secreta de la CIA en el extranjero –donde se le sometió a waterboarding (asfixia simulada) hasta 183 veces-, el rostro de quien se define como el autor intelectual de los ataques terroristas del 11 de Septiembre fue visto por un grupo reducido de gente, los periodistas acreditados para ello y que siguieron la lectura de los cargos en una base militar a las afueras de Washington y algunos familiares que hicieron lo mismo en bases (seis en total) y el penal de Guantánamo. Para los familiares de las víctimas que estén presentes en la vista, que se seguirá por circuito cerrado de televisión, supondrá una catarsis.
Junto a Mohamed se le leerán los cargos a otros cuatro hombres acusados de planear los ataques de Nueva York, Washington y Pensilvania. Walid Bin Attash; Ramzi Binalshibh; Ali Abdul Aziz Ali; Mustafá Ahmed Al Hawsawi y Mohamed enfrentan en consejo de guerra cargos por conspiración, actos de terrorismo, secuestro de aviones, homicidio premeditado en violación de las leyes de guerra, ataques a no combatientes, destrucción de bienes civiles, daños físicos intencionados y destrucción de propiedades.
La lectura de los cargos es el pistoletazo de salida de un juicio largo tiempo esperado pero que aún tardará en concretarse al menos otro año. Los cinco acusados están recluidos en una sección de Guantánamo bajo estrictas medidas de seguridad, tanto es así que la ubicación exacta es mantenida en secreto, y es una prisión dentro de la prisión que se conoce como Camp Seven.
El proceso simultáneo que los cinco hombres van a seguir levanta dudas y críticas por parte de abogados y grupos de defensa de los derechos civiles. Para empezar, los cinco manifestaron su deseo de declararse culpables en una vista que se produjo a un mes de la toma de posesión de Barack Obama, cuando en diciembre de 2008 tres de ellos renunciaban a sus abogados, porque no confiaban en ellos, y pidieron ser condenados a muerte. Todos buscan el martirologio y convertirse en figuras que las nuevas generaciones de yihadistas tengan colgadas en pósters en sus habitaciones. Las declaraciones de culpabilidad llevarían a plantear la necesidad de un juicio si los culpables aceptan los hechos.
Posteriormente, Obama declaró su determinación de cerrar Guantánamo un día después de asumir su cargo el 20 de enero de 2009. Como consecuencia, el presidente anunció su deseo de que los presos fueran juzgados en territorio estadounidense y en juzgados civiles. A finales de ese mismo año, el fiscal general, Eric Holder, anunciaba que los cinco hombres enfrentarían un juicio civil en Nueva York, a poca distancia de donde se erigían las Torres Gemelas que fueron derribadas por los aviones pilotados por terroristas de Al Qaeda.
La medida provocó un acalorado debate en Nueva York y llegó hasta el Capitolio, donde los republicanos bloquearon varias iniciativas que proveían de los fondos necesarios al Departamento de Justicia para transportar a los detenidos desde la base naval en Cuba hasta territorio norteamericano. Finalmente, Holder tiraba la toalla y se rendía a la evidencia de que los hombres encerrados en Guantánamo enfrentarían allí su suerte.
Si todo lo anterior no fuera poco, además, la sombra de la tortura cubre todos y cada uno de los cinco casos que serán juzgados a partir de hoy. Al autoproclamado cerebro del 11-S se le llegó aplicar hasta 183 veces en 2003 la técnica conocida como waterboarding (asfixia simulada). La gran mayoría de las confesiones de estos hombres fueron extraídas por interrogadores de la CIA bajo tortura y con métodos que la Administración Obama declaró ilegales al llegar al poder.
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