La presidenta argentina se enfrenta a las cuestiones de alumnos de la Universidad de Harvard
FRANCISCO PEREGIL Buenos Aires 28 SEP 2012 - 05:59 CET
En Estados Unidos sucedió esta semana lo que suele suceder cuando un político que no está acostumbrado a responder preguntas desagradables, por más previsibles que parezcan, accede a contestarlas. Todo comenzó cuando un joven de apenas 18 años, estudiante de Política Internacional en la Universidad de Georgetown (Washington), con camiseta gris, camisa desabotonada y gafas, tomó la palabra. Delante de él tenía a la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, quien había viajado a Estados Unidos para asistir a la Asamblea General de la ONU y aprovechó para pronunciar una conferencia en Georgetown (Washington) el miércoles y otra el jueves en Harvard (Boston).
— Gracias, gracias por haber venido, presidenta —le dijo el estudiante—. Me llamo Gavin Bade, soy de Michigan y tengo una pregunta muy simple que yo sé que muchos argentinos tienen hoy: ¿Por qué nosotros los estudiantes en Georgetown tenemos la oportunidad de hablar contigo, cuando usted no habla con la prensa en la Argentina desde hace muchos años?
La respuesta de Fernández iba a dar mucho juego:
— No es así. En realidad hablar, hablo todos los días. Con la prensa hablo muchísimo cuando voy a actos, me entrevistan. Lo que sucede es que en la Argentina no hablar con la prensa es no decir lo que ellos quieren escuchar; me parece que hay una gran diferencia. Cualquiera que vaya a alguno de los actos políticos a los cuales voy en el Gran Buenos Aires (el conurbano de la capital) o en el interior del país… No hablo siempre, es cierto, no hablo todos los días. Pero si el periodista me pregunta le respondo. Es cierto que a algunos periodistas no les gusto cuando no les respondo lo que ellos quieren, pero es parte de la libertad del que pregunta y es parte de la libertad del que responde. Además, te puedo asegurar que cuando se hacen preguntas en algunos ámbitos… Y es mentira eso de hace años. He hablado muchísimo con periodistas acreditados en la Casa de Gobierno permanentemente; no lo hago a través de regulares y cada 15 ó 20 días conferencias de prensa. Me gustaría que asistieras a alguna conferencia de prensa en la República Argentina, donde cuando a algún periodista no le gusta algo empieza a gritar y hacer escándalo y cosas que realmente… No todos, pero le ha tocado a algún ministro por ejemplo ser respondido en la sala de conferencias de la Casa Rosada. Y lo veo a Obama cuando da conferencias, el periodista pregunta, el presidente responde y allí termina. Allá, si no les gusta la respuesta que vos das, gritan, se enojan, patean una puerta… Una vez nos patearon una puerta en la Casa de Gobierno en la sala porque no les gustaba la respuesta que habían dado.
Gavin Bade pregunta a la presidenta argentina en Georgetown. / PRESIDENCIA DE LA NACIÓN
Al día siguiente, en Argentina sucedió lo que también parecía bastante probable que podría ocurrir: Los periodistas acreditados en la Casa Rosada emitieron un comunicado en el que desmintieron las palabras de Fernández. “La jefa del Estado dio su última conferencia de prensa formal el 15 de agosto de 2011. Cuando los acreditados logran acercarse a la presidenta después de los actos, Cristina Kirchner habitualmente no responde las preguntas”, señala el comunicado.
Así que, mientras en Argentina la presidenta lleva más de un año sin comparecer en conferencia de prensa, en Estados Unidos respondió en apenas 48 horas a casi una veintena de preguntas. Y eso sirvió para que en Harvard por primera vez un estudiante pudiera plantearle en público lo que nadie había podido hacer hasta ahora: si deseaba promover una reforma de la Constitución para aspirar a presidir el país durante un tercer mandato. La presidenta eludió responder con un sí o un no y dijo que no dependía de que ella quisiera sino de que ella pudiera. Pero en ningún momento negó que se quisiera presentar a un tercer mandato. No era un tema menor. Entre quienes se manifestaron hace dos semanas con sus cacerolas, las protestas más recurrentes eran contra una posible reelección.
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Este jueves volvieron a oírse cacerolas en Buenos Aires, pero de forma mucho más tenue y limitada. Tras las respuestas de la presidenta en Georgetown, en las redes sociales se había convocado a otro cacerolazo desde las nueve a las nueve y media (hora local), previsto para cuando Fernández comenzara a hablar en Harvard. El cacerolazo sonó en ciertos lugares adinerados de la capital, como el barrio de Recoleta. Pero no coincidió con el momento en que Fernández habló en Harvard, ya que llegó con retraso a la universidad.
Varios canales de información conectaron en Argentina en directo con la charla de la presidenta en Harvard, en la que también le cuestionaron sobre temas espinosos como las cifras de inflación, la libertad de expresión en Argentina, las restricciones a la compra de dólares... Por primera vez en mucho tiempo Fernández tuvo que soportar un ambiente donde no todo el mundo sonreía y aplaudía a sus palabras. De hecho, le silbaron cuando se refirió a un estudiante como “tu compañerito”. Y ante los silbidos, echó mano de la ironía:
— Chicos, por favor, que estamos en Harvard y no en La Matanza—, en referencia a una de los municipios más pobres de la periferia bonaerense.
Pero varios estudiantes recogieron la mecha que había encendido Gavin Bade en Georgetown y volvieron a preguntar a Fernández por qué no accedía a responder preguntas a los periodistas de su país. Fernández contestó: “Yo hablo con millones de argentinos en los 20.000 actos adonde voy. Hablo con periodistas en Formosa, en Córdoba, adonde me encuentran. ¿A vos os parece que si no hubieran hablado habría ganado con el 54%?”
La respuesta de Fernández daba a entender que “hablar” durante un discurso ante miles de seguidores o frente a cientos de militantes listos para aplaudir en la primera inflexión de voz equivale a someterse a las preguntas de un grupo de periodistas. Pero, por primera vez, no todos los asistentes salieron convencidos.
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