El presidente francés presenta el presupuesto más ajustado en 30 años en medio del estancamiento económico, un alto desempleo, la deuda disparada, y la caída de su popularidad
MIGUEL MORA París 28 SEP 2012 - 10:53 CET
El presidente François Hollande pone sobre la mesa sus credenciales fiscales con la presentación del presupuesto más ajustado de Francia en 30 años y en una situación muy difícil para el país, con la economía estancada, el desempleo al alza y la popularidad del Ejecutivo cayendo en picado. El primer presupuesto anual del Ejecutivo socialista incluirá un recorte de entre 33.000 millones de euros y 40.000 millones –según sea el crecimiento del PIB- para aliviar el déficit y cumplir con las promesas hechas para contribuir a la estabilidad de la zona euro. Hoy se ha sabido que la deuda del país galo ha alcanzado el 91% del Producto Interior Bruto en el segundo trimestre del año, creciendo en 43.200 millones para un total de 1,83 billones de euros.
El ajuste se reparte en un 66% de subidas de impuestos para personas y empresas con los ingresos más altos, y un tercio de la congelación del gasto, y tiene como objetivo reducir el déficit público un 3% para 2013 y asegurar a Francia un puesto junto a Alemania como potencia creíble dentro del núcleo duro de la zona euro. “Este presupuesto no es para asfixiar a la economía, sino para reconstruirla", dijo anoche al canal France 2 el primer ministro Jean-Marc Ayrault. “Si abandonamos la meta [del 3%], los tipos de interés se elevarán de inmediato”.
Los economistas creen que los objetivos del presupuesto del Gobierno socialista son demasiado ambiciosos teniendo en cuenta que la previsión de crecimiento económico del 0,8% para el próximo año es muy optimista. Los últimos datos publicados muestran que la economía francesa lleva nueve meses estancada y que el desplome del consumo y las ventas externas han minado los esfuerzos para revitalizar la economía.
Pese a que aumentaron los salarios, los consumidores franceses prefirieron ahorrar esas ganancias extras que gastarlas, preocupados por la posibilidad de perder sus empleos en cualquier momento. Así que el consumo, motor tradicional de la economía francesa, se ha visto afectado negativamente por la escasa fe de los propios ciudadanos.
Ayrault ha insistido en la promesa del Ejecutivo de reducir el desempleo en un año y defendió la previsión de crecimiento del Gobierno del 0,8% como "realista y alcanzable". El riesgo de que finalmente el crecimiento se sitúe por debajo del objetivo aumenta las posibilidades de que Hollande, cuyos índices de popularidad han caído al 43% en tan solo cuatro meses de mandato, tenga que hacer más recortes para mantener sus metas de déficit.
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