lunes, 24 de septiembre de 2012

La Haya, la Defensa y el Poder Nacional

Pasadas las festividades patrias, con sus protocolos, desfiles y símbolos relativos al Poder Nacional, es necesario reflexionar serenamente sobre el estado de la conducción de nuestros asuntos de Seguridad y Defensa. Especialmente cómo se gestionan y cómo se comporta el poder político respecto de su importancia en la coyuntura actual. No solo el gobierno, responsable directo de su conducción, sino el conjunto de la elite política.

El Mostrador

Lo que ha quedado en evidencia desde hace ya tiempo, es una notoria tendencia a improvisar en temas de política exterior y seguridad, a usar la institucionalidad del sector como plataforma para una candidatura presidencial, y a someter todo tema de este ámbito a la presión mediática y de opinión pública. La oposición es parte de ello, pues la mayoría de sus voceros no pecan de prudentes a la hora de las declaraciones y, en los últimos días, se restó masivamente a toda participación en los actos de Fiestas Patrias.

El análisis, sin embargo, debe ser hecho con la mayor altura de miras. El país se encuentra en cuenta regresiva en relación al diferendo que mantiene con Perú ante el Tribunal de La Haya por el límite marítimo. Es evidente que el fallo, previsto para mediados de 2013, año electoral en Chile, marcará una etapa importante de nuestras relaciones con el vecino país. Pero además, puede incidir, según sus resultados, de manera decisiva, para bien o para mal, en las relaciones vecinales de toda la frontera norte del país. Y puede contaminar de nacionalismo exacerbado o displicencia política todo el proceso electoral.

Lo que sí es claro es que si un adversario percibe que al frente tiene un contendor con problemas de capacidad de gestión, baja confianza ciudadana, dificultades de unidad política, o que sus Fuerzas Armadas tienen un mando debilitado, sabe perfectamente que puede sumar puntos a su favor y ser más audaz en sus pretensiones. La integridad del mando político y del militar es fundamental para que la importancia de los dispositivos tecnológicos adquiera su relevancia.

Son estas implicaciones las que obligan a ser extremadamente cuidadosos en el manejo de la Defensa Nacional. Porque puede ocurrir que Chile gane todo, absolutamente, como que pierda de manera indeterminada aún en su postura. De ahí el requerimiento de templanza de quienes gobiernan o aspiran a gobernar.

Uno de los autores más citados sobre la dinámica de los conflictos modernos, Frederick H. Hartmann, muchos años Titular de la Cátedra Alfred Thayer Mahan en el Colegio de Guerra Naval de los Estados Unidos, destaca como uno de los elementos esenciales del Poder Nacional el organizativo-administrativo, esto es el gobierno y su eficiencia y capacidad para gestionar el potencial de la nación. Señala categórico: “Si un gobierno es inadecuado e incapaz de aplicar de modo apropiado el poder potencial de la nación a la resolución de un problema, lo mismo daría que ese poder no existiese”. Y agrega: “La buena actuación teórica de un gobierno no indica realmente hasta qué punto funcionan sus mecanismos” (Poder Nacional y Política Exterior. Página 62). Vaya si lo sabe el país a raíz del 27/F.

Sin duda, a lo que se refiere Hartmann no es exclusivamente al poder militar al mencionar el poder potencial de la nación. Su mirada comprende un arco sistémico de aspectos mucho más amplios, que van desde la economía y los elementos demográficos hasta los tecnológicos, históricos y psicológicos.

Una mirada especialmente atenta sobre el gobierno de lo militar es fundamental. Si se acepta la premisa que las Fuerzas Armadas son un componente esencial y permanente del Poder Nacional y una expresión de voluntad colectiva del país para ser aplicada detrás de un objetivo político, lo que el Ejecutivo haga con ellas o como las use no resulta indiferente.

El gobierno, conductor de toda política pública del Estado, debe ser consciente, de manera permanente, que la política de Seguridad y Defensa —y dentro de ella la militar—, expresan de manera importante la representación del interés nacional ante la comunidad internacional. Por lo mismo, debe hacerlo con prudencia y equilibrio, concitando el mayor apoyo y confianza de la ciudadanía y del resto de las fuerzas políticas.

Lamentablemente, una serie de hechos políticos e incompetencias técnicas del Ministerio de Defensa, y algunas del propio Presidente, han demostrado que el ejercicio de gobierno en esta área se ha alejado cada vez más de esa doctrina, hasta transformarse en algo excéntrico a la naturaleza del sector en democracia.

No se trata solo del problema suscitado a raíz de la llamada Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa, distribuida urbi et orbi, y que resultó un simple y confuso borrador que involucró de mala manera tanto el prestigio nacional como la palabra del Presidente de la República. Se trata también de una enorme presión sobre el mando institucional de las Fuerzas Armadas, originado de manera casi exclusiva en afanes mediáticos del actual ministro de Defensa, que las distrae de su función principal en la hora actual.

Ha pasado casi desapercibido para la opinión pública el impacto que sobre el mando en cada una de las ramas de las Fuerzas Armadas han tenido episodios como el accidente aéreo en Juan Fernández, el instructivo del Ejército o los temas de responsabilidad profesional derivados del tsumani.

Solamente se conoce como conjetura de qué manera puede evolucionar un conflicto. Lo que sí es claro es que si un adversario percibe que al frente tiene un contendor con problemas de capacidad de gestión, baja confianza ciudadana, dificultades de unidad política, o que sus Fuerzas Armadas tienen un mando debilitado, sabe perfectamente que puede sumar puntos a su favor y ser más audaz en sus pretensiones. La integridad del mando político y del militar es fundamental para que la importancia de los dispositivos tecnológicos adquiera su relevancia.

A propósito de las reacciones de Perú por declaraciones del Presidente Piñera, un ex canciller chileno expresó que el vecino país, en su oportunidad, “abusó” al colocar el problema marítimo en La Haya, y que ahora el Presidente “dijo cosas que sabíamos” (…), pero en este caso la prudencia, la reserva es la norma que debe aplicarse desde el Presidente de la República y para abajo.

Las tensiones creadas por declaraciones son naturales en contextos como el que viven Chile y Perú, y se van a seguir produciendo, por lo que es sumamente aceptable la tesis de la prudencia. De allí que no sea natural que el propio gobierno divulgue en el exterior, por boca del Presidente, que en Chile no habría seguridad jurídica para los empresarios. Esa es una mala manera de administrar el potencial poder nacional.

Pero tampoco lo es que una candidatura presidencial del ministro de Defensa use los temas militares por delante de los diplomáticos, o tensione de manera impropia y de manera pública el mando castrense, para anotar algunos puntos de popularidad en las encuestas.

La conformación del alto mando militar es un proceso estructural que lleva muchos años, y no se resuelve de la noche a la mañana en un solo año. Es parte de una política de largo plazo, que incluye formación y especialidad. Ya bastante tuvo el país en el pasado con un Comandante en Jefe que duró 25 años en el cargo, distorsionando algo esencial para la institución militar.

Por lo mismo, una consideración estratégica de buen gobierno es que la conformación del nuevo mando institucional de las Fuerzas Armadas, actualmente en pleno proceso, no quede supeditada a la coyuntura política de la elección presidencial, por lo que urge el cambio ministerial en este sector, para hacerlo en la serenidad del interés nacional. Esa es una prudente señal también hacia nuestros vecinos.

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