CRISIS EN COREA
Hace 60 años, Lee Yoo-song huyó de Corea del Norte dejando atrás a su mujer y a su hijo, a quienes jamás ha vuelto a ver. Como él, diez millones de familias siguen separadas
PABLO M. DÍEZPABLODIEZ_ABC / ENVIADO ESPECIAL A YEONPYEONG/TONGILCHON (COREA DEL SUR) - Día 10/04/2013 - 13.01h
Sesenta años después de la guerra de Corea, diez millones de familias siguen separadas a ambos lados de la frontera del Paralelo 38. A pesar de los reencuentros organizados en años pasados por la Cruz Roja, e interrumpidos desde hace tiempo por la tensión creciente entre Seúl y Pyongyang, la mayoría de ellas no saben nada de sus parientes porque no hay vías de comunicación entre ambos países.
«Mis padres me obligaron a marcharme para salvar así el apellido familiar»
Es el caso de Lee Yoo-song, un norcoreano de 85 años que, durante la contienda, escapó al Sur dejando atrás a su mujer y a su hijo, a quienes jamás ha vuelto a ver. «Como yo era hijo único, mis padres me obligaron a marcharme cuando no había cumplido aún los 25 años para evitar que me mataran y salvar así el apellido familiar», recuerda para ABC el anciano, a quien lo casaron cuando tenía sólo 17 años con otra chica de su edad. «La vida era tan dura en el Norte que los campesinos tenían que ocultar la comida en escondrijos secretos porque el Ejército les requisaba el 60 por ciento de las cosechas», rememora Lee Yoo-song.
Nacido en el seno de una familia campesina en la provincia costera de Hwang Hae del Sur, huyó a bordo de un barco pesquero a la pequeña isla de Yeonpyeong, que hoy pertenece a Corea del Sur. Aunque sólo está a diez kilómetros de su antiguo hogar, nunca pudo regresar para buscar a su esposa y a su hijo, que tenía entonces ocho años, porque el final de la guerra dividió la Península Coreana. «Es una pena que llevaré siempre en el corazón. Si los viera hoy, no los reconocería», confiesa en el mirador de la isla desde donde se divisa Corea del Norte, en cuyo parque se exhiben tanques, anfibios y helicópteros que lucharon en la guerra.
Lee Yoo-song también lo hizo. Enrolado en la milicia, ayudaba a las tropas de Estados Unidos cargando munición y construyendo de noche carreteras que eran bombardeadas al día siguiente por el Ejército del Norte. «Las guerras son tan crueles y absurdas que están más allá de cualquier comportamiento humano», sentencia con gravedad antes de recordar que «lo peor es ver morir a tus amigos delante de ti».
Criado durante la ocupación nipona de la Península Coreana, apenas pudo ir al colegio porque enseguida tuvo que ayudar a su familia en el campo, pero Lee Yoo-song sorprende por la profunda lucidez de su relato. «Aunque yo no era más que un crío por aquel entonces, sabía que se libraba una lucha entre la democracia y la dictadura comunista del Norte, que nos inculcaba la propaganda para luchar por Kim Il-sung», analiza refiriéndose al fundador del país y abuelo del actual dictador, el joven Kim Jong-un.
«No creo que Kim se atreva a atacarnos»
«No creo que se atreva a atacarnos, pero me preocupa porque es muy joven y puede que no piense en las consecuencias”, reconoce Lee Yoo-song, quien sobrevivió en noviembre de 2010 al bombardeo norcoreano sobre la isla de Yeonpyeong que mató a dos soldados y dos civiles. «Si nos disparan otra vez, responderemos y estallará una guerra en la que moriremos todos. Pero no lo harán porque ellos también quieren vivir», reflexiona apurando un cigarrillo Esse Lights.
Tras instalarse en la isla cuando acabó la guerra, trabajó como agricultor y se casó con otra refugiada norcoreana, con la que tuvo cinco hijos. Uno de ellos sirve como «marine» profesional en la base que la Armada surcoreana tiene en Yeonpyeong y ahora se encuentra en alerta ante las amenazas de Kim Jong-un, que sueña con reconquistar estas islas próximas a su territorio. Con el fin de mantener a los 2.200 habitantes de Yeonpyeong, el Gobierno surcoreano ha reclutado a los parados y jubilados como Lee en brigadas civiles para llevar a cabo trabajos de limpieza y reciclaje por los que paga 40.000 wons (27 euros) al día. «He pasado por tanto que, aunque haya un nuevo enfrentamiento, ya no me preocupo», se resigna Lee Yoo-song, quien se lamenta de que «nos ha tocado vivir tiempos de guerra».
Los colonos del Paralelo 38
Al igual que en las islas situadas a sólo diez kilómetros de Corea del Norte, el Gobierno del Sur mantiene población civil en dos enclaves de la frontera militar del Paralelo 38. Dentro de la denominada «Zona Desmilitarizada», el primero es el Pueblo de la Libertad (Daeseong Dong), donde sus 200 habitantes viven protegidos las 24 horas por las tropas estadounidenses y surcoreanas del vecino Campamento Bonifas. Como compensación por residir en uno de los lugares más peligrosos del mundo, no pagan impuestos y sus jóvenes están exentos de los dos años de servicio militar obligatorio, pero el toque de queda les impide salir de casa después de las once de la noche.
«Somos inmunes al miedo; ya hemos vivido muchas situaciones de tensión»
El segundo lugar es el Pueblo de la Unificación (Tongilchon), una colonia fundada en los 70 por el dictador Park Chung-hee, padre de la actual presidenta, donde viven 500 personas. «Nos dieron casa gratis, un tractor y una hectárea y media para cultivar», explica Kim Sun-jo, quien se acababa de licenciar del Ejército. A sus 70 años, se ha pasado la mayor parte de su vida en este pueblo rodeado de soldados a pocos kilómetros de Corea del Norte. «Somos inmunes al miedo porque ya hemos vivido muchas situaciones de tensión», bromea mientras planta pimientos en un invernadero.
«Aquí hay pocos beneficios y muchas restricciones a la hora de salir y recibir la visita de familiares, que tienen miedo de venir a pasar la noche», indica su compañero, Hwan Seo-jeung, antes de añadir que «al menos, la tierra es buena».
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