Kevin Warwick en la presentación del libro del BBVA '0Hay futuro, visiones para un mundo mejor', en Madrid. / BERNARDO PEREZ
KEVIN WARWICK PROFESOR DE CIBERNÉTICA
Un cultivo de neuronas naturales ¿podría llegar a tener los mismos derechos que las personas?
ALICIA RIVERA Madrid
Kevin Warwick hace experimentos insólitos, como conectarse él mismo a un ordenador implantándose unos electrodos en el brazo o hacer cultivos de neuronas de rata para probar algo así como el aprendizaje mediante refuerzo. Pero su visión de las potencialidades de la cibernética son casi más provocadoras, tanto como le permite investigar en la frontera de la ciencia y casi asomarse a lo que muchos considerarían ciencia ficción. “Se trata de mejorar el cerebro humano para darle más habilidades... si es posible, por ejemplo, mejorar su capacidad de comprensión, puede que podamos hacer más cosas y comprender las más completas”, propone este profesor de cibernética de la Universidad de Reading (Reino Unido). “Es que a veces el científico puede ir más lejos aún que la ciencia ficción”, añade. Y reconoce que sus investigaciones apuntan hacia logros que plantearían en el futuro problemas éticos. Pero Warwick también trabaja en lo más próximo y urgente cuando experimenta la aplicación de estímulos cerebrales en personas con problemas de Parkinson para controlar los episodios agudos de la enfermedad, o la interfaz hombre-máquina en pacientes con determinadas lesiones o discapacidades.
“Está claro que conectar un cerebro humano, a través de un implante, con una red informática podría ampliar a largo plazo las claras ventajas de la inteligencia de las máquinas, así como las habilidades comunicativas y sensoriales del individuo implantado”, explica Warwick en el libro Hay futuro, visiones para un mundo mejor, del proyecto Fronteras del Conocimiento del BBVA, presentado recientemente en Madrid. No solo plantea teóricamente las ventajas que tendría mejorar el rendimiento del cerebro humano, superando sus liminaciones sensoriales y dándole acceso directo a las enormes capacidades de la inteligencia artificial y la memoria de los ordendores, sin necesidad de pasar por intermediarios limitados, como el habla. Warwick mismo se ha sometido a un experimento en su laboratorio para explorar la interacción dierecta cerebro-ordenador. Se hizo implantar en su nervio mediano una red de microelectrodos. Logró así “un mayor control de una mano robótica, a través de internet”, para dar una sensación de fuerza aplicada a un objeto. Pero además, desarrolló lo que califica de “una forma primitiva de comunicación telegráfica directa entre sistemas nerviosos de dos humanos”. El otro humano era su propia esposa que se prestó a estos experimentos de telepatía electrónica con un interfaz directo cerebro-ordenador.
“¿Que cómo me sentí con el experimento del implante? Estupendamente, porque ganamos al grupo americano con el que competíamos en esto”, responde Warwick, con humor y sinceridad. Los resultados, explica tras la presentación dle libro. apuntan hacia hipotéticos avances terapeúticos revolucionarios, como conferir sentido ultrasónico a una persona ciega. Él queria explorar la posibilidad de entrada extrasensorial directamente al cerebro y afirma que los ensayos “demuestran que es una posibilidad práctica”, abriendo tal vez el camino hacia la mejora de la memoria, el pensamiento multidimensional y la comunicación a través del pensamiento.
En otro experimento, Warwick y sus colaboradores colocan neuronas de rata en una placa de cultivo con unos electrodos (contactos eléctricos) en el fondo. “Alimentamos las neuronas y mantenemos la temperatura apropiada, de manera que se desarrollan”, explica el profesor de cibernética. “Al principio no hacen nada, pero al cabo de un tiempo las neuronas empiezan a conectarse unas a otras, formando una red”. Entonces comienza lo emocionante del experimento: los científicos conectan los electrodos a un robot y el cultivo de neuronas empieza a recibir información diretamente de él, por ejemplo cuando llega a una pared o ha alcanzado una determianda distancia. “Esta señales estimulan el cultivo de neuronas y llega un momento en que es capaz de enviar él señales para cambia la dirección del robot, por ejemplo. Es aprendizaje por el hábito o el refuerzo: a medida que el robot cumple determinadas rutinas día a día, podemos observas como crecen las conexiones entre neuronas”.
Por ahora, el cerebro artificial de neuronas naturales solo reacciona a estímulos muy simples, reconoce Warwick, “pero podemos hacer cosas más complicadas”. Y resume: “Estamos empezando a comunicarnos con ese cultivo de neuronas”. En los experimentos se llega a 30 millones de neuronas, pero con 100.000 o 150.000 las cosas son ya demasiado complejas “para comprenderlas globalmente”, explica. Y el cerebro humano, añae, tiene unos 100.000 millones de neuronas.
Aún en un nivel incipiente el cultivo de neuronas naturales apunta hacia posibles problemas éticos futuros. Si el cerebro experimental alcanzase el mismo número de neuronas que el humano normal ¿Deberia tener los mismos derechos que las personas? Y si fuera aún mayor, con un millón de veces más neuronas, ¿tomarían estos cerebros cultivados decisiones sobre los humanos? Warwick plantea las preguntas y responde que, como ahora mismo nadie va a construir un cerebro tan potente, no tenemos que contestar hoy. Pero las cuestiones quedan abiertas.
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