miércoles, 13 de noviembre de 2013

“Jamás en la vida olvidaré los gritos de los fusilados”

Josep Almudéver se quitó años para alistarse. / JOSÉ JORDÁN

APERITIVO CON... JOSEP ALMUDÉVER

El veterano es uno de los cinco supervivientes de las Brigadas Internacionales

FERRAN BONO


Se cruzaron por casualidad en una plaza de Marsella. Se miraron de arriba abajo y se fundieron en un abrazo. Ambos habían sido brigadistas internacionales y habían combatido contra el Ejército golpista durante la Guerra Civil española. Lo supieron enseguida porque llevaban puesto el mismo traje, el que regaló el Gobierno republicano a los brigadistas cuando tuvieron que abandonar España. “El doctor Juan Negrín nos vistió y nos dio 310 francos”, recuerda Josep Almudéver, mientras enseña la fotografía de su encuentro, en Marsella, con el tangerino Antonio Arenas. “No nos conocíamos de nada, pero al vernos vestidos con el mismo traje supimos que teníamos en común España y la República”, explica el excombatiente, de 94 años, sin inmutarse por la molesta arena de la playa de la Malva-rosa de Valencia que levanta el fuerte viento de poniente.

Tocado con una boina y con un aire al doctor Gachet que pintó Van Gogh, Almudéver espera en una terraza a unos amigos franceses y valencianos para comer en un conocido restaurante del paseo marítimo. No probarán la típica paella frente al mar. “No porque no la hagan buena aquí, ¿eh?, pero es que ya se sabe que como en casa, ninguna, y a nosotros nos sale de categoría”, interviene Antoni Simó, historiador y amigo del brigadista, al que acoge en su casa de Alcàsser, a 15 kilómetros de Valencia. Residente en Francia, Almudéver asiente y apura su refresco.

Ha sido un hombre de acción toda su vida. Y sigue sin parar, yendo allá donde le reclaman para contar su lucha en institutos, universidades y foros diversos. Nació en Marsella, fruto de otro encuentro casual. Su madre, valenciana, trabajaba en un circo de gira por Europa cuando estalló la I Guerra Mundial. En la ciudad francesa conoció al que sería su marido, que había abandonado su Alcàsser natal para eludir las represalias: intentó quemar la iglesia ante la negativa del cura a dejar bailar y celebrar una verbena.

La Alegría de la Huerta. Valencia
Un refresco de limón: 2,50 euros.
Una cerveza: 2,50.

Total: 5 euros.

El hispanofrancés Josep Almudéver heredó la militancia y el oficio de albañil de su padre. Cuando se declara la Guerra Civil ya vivía con su familia en Valencia y se alistó en el Ejército republicano quitándose años. Lo descubrieron y lo mandaron a casa. Volvió al frente y le hirieron. Se recuperó y vio la oportunidad de reincorporarse inmediatamente con la Brigada Garibaldi. Lo aceptaron como francés, traductor y combatiente. Y cuando los brigadistas se marcharon de España por decisión del Comité de No Intervención, se las apañó para regresar a Valencia. Era el final de la guerra. Después huyó con su padre al puerto de Alicante. Allí fue recluido en el campo de concentración de Albatera.

El tono vitalista del brigadista, que posteriormente fue maqui, se ensombrece. “No sé por qué, pero siempre me obligaban a mirar los fusilamientos de los que intentaban escapar del campo de concentración. Jamás en la vida olvidaré los gritos de los fusilados”, afirma. Mira un instante el horizonte, se reincorpora y continúa con la conversación.

Conserva una extraordinaria agilidad física y mental. Dice que conoce a algunos de los cinco brigadistas que quedan vivos, según la Asociación de Amistad con los Brigadistas Internacionales, de los más de 45.000 que llegaron a España para luchar por la República. “Yo soy de los pocos que puedo viajar. Y no voy a dejar de hacerlo mientras pueda”, concluye.

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