Imagen de archivo de Mahmoud Jibril con la entonces ministra de Exteriores española, Trinidad Jiménez
El ex primer ministro libio Si la situación en mi país sigue deteriorándose podría afectar a la estabilidad de Egipto, Argelia e incluso del sur de Europa
DAVID ALVARADO / TÁNGER - Día 15/11/2013 - 09.46h
Organizado por el Instituto Amadeus, un think tank marroquíque en pocos años se ha convertido en todo un referente en el continente africano, el pasado miércoles dio comienzo en Tánger la VI Edición del Forum Medays. Hasta 140 especialistas y responsables políticos debaten sobre un contexto marcado por la crisis económica y una escena regional caracterizada por la incertidumbre tras los levantamientos populares de la «primavera árabe». Entre las voces autorizadas para abordar estas cuestiones destaca la del ex primer ministro libio y presidente de la Alianza de Fuerzas Nacionales, Mahmoud Gebril, quien ha abordado para ABCalgunas de las claves del delicado momento que atraviesa su país.
—La situación en su país es muy violenta e inestable. Las milicias dictan su ley y se suceden los ataques, los secuestros e incluso asesinatos. ¿A quién considera se debe imputar tal estado de cosas?
—A la comunidad internacional. A pesar de todas nuestras advertencias para no abandonar a Libia, la comunidad internacional nos ha dejado de lado. La OTAN no tuvo en consideración nuestras demandas para ampliar la misión militar en nuestro país. Estados Unidos y la Unión Europa han hecho caso omiso a nuestras llamadas de atención sobre la situación de caos que se avecinaba si no se acompañaba como era debido el proceso de transición, ya no sólo en términos militares sino también en lo que concierne a una adecuada asistencia técnica o consejo. Nada de esto tuvo lugar. Por otra parte, se convino con Naciones Unidas que los haberes del Estado libio en bancos extranjeros no fueran desbloqueados y repatriados más que de forma puntual, para satisfacer de forma progresiva las necesidades de reconstrucción del país. Finalmente, en connivencia con el Gobierno libio y el Banco Central, la ONU ha acordado restituir a Libia todo su dinero. El resultado es que en apenas dos años se han esfumado 200 mil millones de dólares, desperdiciados, dilapidados.
—Cada vez se invoca más el argumento de que Libia se ha convertido en un refugio terrorista, donde la rama magrebí de Al Qaida no cesa de crecer. ¿Es esto cierto? ¿Es su país una plataforma privilegiada por los violentos islámicos para propagar sus proyectos de terror a escala regional?
—Sobre este particular no podemos sino volver a arremeter contra la inacción y dejadez de la comunidad internacional. Es evidente que aún no somos un Estado. Los tres pilares sobre los que se debe articular todo Estado, que son la institución militar, la policial y la judicial, están ausentes. El Estado no ostenta el monopolio de la violencia legítima dentro de su territorio y se encuentra en competencia constante con milicias armadas que protagonizan ataques, secuestros y asesinatos. Y es en este contexto que el terrorismo no ha cesado de crecer. Se ha verificado desde hace tiempo la conducción de armas hacia Libia por parte de los extremistas islámicos. La amenaza de Al Qaida es real, y su peligro se ha ignorado a sabiendas. Ni Washington ni Bruselas se han movido. Así las cosas, mucho me temo que Occidente esté buscando algún tipo de pretexto para intervenir nuestro país.
—Acaba de afirmar que Occidente está buscando una excusa para intervenir en Libia y hacerse con las riendas de la situación. ¿En qué se basa? ¿Qué pruebas tiene de que esto sea así?
—No es un secreto. Los Estados Unidos han hablado francamente. El titular del Foreign Policy británico ha hecho unas declaraciones en esta línea. Al igual que Francia, a través de su ministro de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius. Todos ellos han invocado una posible intervención en Libia porque se ha convertido en un refugio de terroristas, transmitiendo al mundo un mensaje que no podemos pasar por alto y que no debemos tolerar. El terrorismo islámico es el pretexto para intervenir.
—Así las cosas, ¿es su país efectivamente una amenaza para la seguridad regional?
De seguir deteriorándose la situación quizás Egipto y Argelia, los estados de mayor entidad y más próximos a nosotros, podrían verse directamente afectados por el incremento de la inestabilidad en Libia. Además, no se podría descartar que estos efectos llegasen al Sur de Europa, sobre todo a países como España, Italia o Grecia.
—¿Por qué no logran acabar con la inestabilidad? ¿Por qué las milicias armadas se niegan a entregar las armas? ¿Podría ser la solución la integración en un ejército regular bajo la bandera libia de todos estos combatientes armados?
—Los motivos por los que las milicias no entregan las armas son varios. Por una parte, un buen número de estos milicianos han sufrido la tortura bajo el régimen de Gadafi y han quedado marcados. Temen quedar indefensos ante el retorno de una situación como la que se había vivido anteriormente. Por otro lado, hay muchos de estos combatientes armados que han protagonizado violaciones de los derechos humanos y tienen miedo de ser juzgados por ello y acabar en prisión si acaso abandonan las armas. También hay quien se ha enriquecido sobremanera en este río revuelto y tiene miedo de perder sus privilegios recientemente adquiridos sin un arsenal a la altura para defender su patrimonio. Ante tal situación es imperativo avanzar hacia la integración de todos estos individuos en el Ejército o en la Policía con vistas a defender la soberanía nacional y el orden público.
—¿Quiénes son los actores que hoy día juegan un rol destacado en la transición libia?
—Al igual que en los inicios de la revolución el actor principal sigue siendo la gente, la calle libia. La gente que inunda la vía pública en nuestras ciudades para hacer oír su voz. Es cierto que el dinamismo de los libios ha sido inferior al de tunecinos y egipcios, pero no debemos olvidar que aquí existe una cultura de la renta que no existe en otras partes. Y es que se espera que el Estado lo haga todo en nuestro lugar. Pero la juventud debe tomar nuevamente la calle, para reconducir la transición y también para evitar una eventual intervención occidental a gran escala. Además, también hay que tener en cuenta el rol de los grupos armados y de los actores tribales. Estos últimos aún no han sido determinantes pero poco a poco van ganando peso, y si llegaran a imponerse podrían hacer cambiar la actual relación de fuerzas. Ya por último, también como actor de primer orden, no quisiera dejar de señalar a los servicios de inteligencia que operan sobre el terreno y que defienden intereses bien determinados de ciertas potencias extranjeras.
—El derrocamiento del coronel Muamar Gadafi ha sido uno de los grandes hitos en el marco de la primavera árabe que han vivido varios países de la región. ¿Era previsible el advenimiento de un movimiento de estas características en la zona, como fue el caso?
—Las revoluciones árabes - ¡porque para mi son auténticas revoluciones! - responden al curso reciente de la historia, al cambio sustantivo que tuvo lugar a finales del pasado siglo con la caída del Muro de Berlín y la revolución cultural que supuso la mundialización. Este proceso tuvo un impacto particular en el mundo árabe, sobre todo entre las jóvenes generaciones, que ya no entendían eso de que el poder se hereda y que un pueblo está condenado a vivir bajo la mano dura de un dictador. A esto hay que añadir que los modelos económicos erigidos tras las independencias no han aportado ni desarrollo ni el bienestar de la población. Un fracaso cada vez más patente, como demuestras el hecho de que en 2010 Libia contabilizaba más de un 33% de parados. La transnacionalización del modelo cultural, el marasmo económico y la pérdida del miedo de unos pueblos hastiados se sitúan en el origen de las revoluciones árabes. La dinámica había cambiado. Sólo era cuestión de tiempo que la calle se despertara.
—Como hombre importante en el seno del Consejo Nacional de Transición, ex primer ministro y presidente de la Alianza de Fuerzas Nacionales, el partido político que usted encabeza, su nombre se baraja continuamente para encabezar un nuevo Gobierno en su país. ¿Cuál sería su prioridad de confirmarse esta eventualidad?
—Creo que más allá de pelearnos por quién encabezara un futuro gabinete gubernamental la prioridad absoluta en este momento debe ser la instauración de un auténtico Estado, con instituciones fuertes, capaz de gestionar y dotar de estabilidad al país. La nueva Constitución no puede ver la luz en presencia de milicias armadas que dictan su ley. La lucha contra el incremento de la inseguridad y la violencia es otro de los grandes caballos de batalla. La calle debe pronunciarse, hacer oír su voz una vez más y decir basta. Y para ello se antoja determinante relanzar el diálogo nacional con iniciativas como la que ha visto la luz la pasada semana a través de la reunión de unas 1.500 personas que representaban a las diferentes componentes de nuestra sociedad. El miedo a la desintegración del país real, sobre todo habida cuenta que tenemos un sistema tribal fuerte. Algunos hablan de federalismo y en la Cirenaica incluso ha habido iniciativas para avanzar en este sentido. Debemos dejar de lado lo que nos separa y tratar de reforzar lo que nos une como nación, que es mucho.
Organizado por el Instituto Amadeus, un think tank marroquíque en pocos años se ha convertido en todo un referente en el continente africano, el pasado miércoles dio comienzo en Tánger la VI Edición del Forum Medays. Hasta 140 especialistas y responsables políticos debaten sobre un contexto marcado por la crisis económica y una escena regional caracterizada por la incertidumbre tras los levantamientos populares de la «primavera árabe». Entre las voces autorizadas para abordar estas cuestiones destaca la del ex primer ministro libio y presidente de la Alianza de Fuerzas Nacionales, Mahmoud Gebril, quien ha abordado para ABCalgunas de las claves del delicado momento que atraviesa su país.
—La situación en su país es muy violenta e inestable. Las milicias dictan su ley y se suceden los ataques, los secuestros e incluso asesinatos. ¿A quién considera se debe imputar tal estado de cosas?
—A la comunidad internacional. A pesar de todas nuestras advertencias para no abandonar a Libia, la comunidad internacional nos ha dejado de lado. La OTAN no tuvo en consideración nuestras demandas para ampliar la misión militar en nuestro país. Estados Unidos y la Unión Europa han hecho caso omiso a nuestras llamadas de atención sobre la situación de caos que se avecinaba si no se acompañaba como era debido el proceso de transición, ya no sólo en términos militares sino también en lo que concierne a una adecuada asistencia técnica o consejo. Nada de esto tuvo lugar. Por otra parte, se convino con Naciones Unidas que los haberes del Estado libio en bancos extranjeros no fueran desbloqueados y repatriados más que de forma puntual, para satisfacer de forma progresiva las necesidades de reconstrucción del país. Finalmente, en connivencia con el Gobierno libio y el Banco Central, la ONU ha acordado restituir a Libia todo su dinero. El resultado es que en apenas dos años se han esfumado 200 mil millones de dólares, desperdiciados, dilapidados.
—Cada vez se invoca más el argumento de que Libia se ha convertido en un refugio terrorista, donde la rama magrebí de Al Qaida no cesa de crecer. ¿Es esto cierto? ¿Es su país una plataforma privilegiada por los violentos islámicos para propagar sus proyectos de terror a escala regional?
—Sobre este particular no podemos sino volver a arremeter contra la inacción y dejadez de la comunidad internacional. Es evidente que aún no somos un Estado. Los tres pilares sobre los que se debe articular todo Estado, que son la institución militar, la policial y la judicial, están ausentes. El Estado no ostenta el monopolio de la violencia legítima dentro de su territorio y se encuentra en competencia constante con milicias armadas que protagonizan ataques, secuestros y asesinatos. Y es en este contexto que el terrorismo no ha cesado de crecer. Se ha verificado desde hace tiempo la conducción de armas hacia Libia por parte de los extremistas islámicos. La amenaza de Al Qaida es real, y su peligro se ha ignorado a sabiendas. Ni Washington ni Bruselas se han movido. Así las cosas, mucho me temo que Occidente esté buscando algún tipo de pretexto para intervenir nuestro país.
—Acaba de afirmar que Occidente está buscando una excusa para intervenir en Libia y hacerse con las riendas de la situación. ¿En qué se basa? ¿Qué pruebas tiene de que esto sea así?
—No es un secreto. Los Estados Unidos han hablado francamente. El titular del Foreign Policy británico ha hecho unas declaraciones en esta línea. Al igual que Francia, a través de su ministro de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius. Todos ellos han invocado una posible intervención en Libia porque se ha convertido en un refugio de terroristas, transmitiendo al mundo un mensaje que no podemos pasar por alto y que no debemos tolerar. El terrorismo islámico es el pretexto para intervenir.
—Así las cosas, ¿es su país efectivamente una amenaza para la seguridad regional?
De seguir deteriorándose la situación quizás Egipto y Argelia, los estados de mayor entidad y más próximos a nosotros, podrían verse directamente afectados por el incremento de la inestabilidad en Libia. Además, no se podría descartar que estos efectos llegasen al Sur de Europa, sobre todo a países como España, Italia o Grecia.
—¿Por qué no logran acabar con la inestabilidad? ¿Por qué las milicias armadas se niegan a entregar las armas? ¿Podría ser la solución la integración en un ejército regular bajo la bandera libia de todos estos combatientes armados?
—Los motivos por los que las milicias no entregan las armas son varios. Por una parte, un buen número de estos milicianos han sufrido la tortura bajo el régimen de Gadafi y han quedado marcados. Temen quedar indefensos ante el retorno de una situación como la que se había vivido anteriormente. Por otro lado, hay muchos de estos combatientes armados que han protagonizado violaciones de los derechos humanos y tienen miedo de ser juzgados por ello y acabar en prisión si acaso abandonan las armas. También hay quien se ha enriquecido sobremanera en este río revuelto y tiene miedo de perder sus privilegios recientemente adquiridos sin un arsenal a la altura para defender su patrimonio. Ante tal situación es imperativo avanzar hacia la integración de todos estos individuos en el Ejército o en la Policía con vistas a defender la soberanía nacional y el orden público.
—¿Quiénes son los actores que hoy día juegan un rol destacado en la transición libia?
—Al igual que en los inicios de la revolución el actor principal sigue siendo la gente, la calle libia. La gente que inunda la vía pública en nuestras ciudades para hacer oír su voz. Es cierto que el dinamismo de los libios ha sido inferior al de tunecinos y egipcios, pero no debemos olvidar que aquí existe una cultura de la renta que no existe en otras partes. Y es que se espera que el Estado lo haga todo en nuestro lugar. Pero la juventud debe tomar nuevamente la calle, para reconducir la transición y también para evitar una eventual intervención occidental a gran escala. Además, también hay que tener en cuenta el rol de los grupos armados y de los actores tribales. Estos últimos aún no han sido determinantes pero poco a poco van ganando peso, y si llegaran a imponerse podrían hacer cambiar la actual relación de fuerzas. Ya por último, también como actor de primer orden, no quisiera dejar de señalar a los servicios de inteligencia que operan sobre el terreno y que defienden intereses bien determinados de ciertas potencias extranjeras.
—El derrocamiento del coronel Muamar Gadafi ha sido uno de los grandes hitos en el marco de la primavera árabe que han vivido varios países de la región. ¿Era previsible el advenimiento de un movimiento de estas características en la zona, como fue el caso?
—Las revoluciones árabes - ¡porque para mi son auténticas revoluciones! - responden al curso reciente de la historia, al cambio sustantivo que tuvo lugar a finales del pasado siglo con la caída del Muro de Berlín y la revolución cultural que supuso la mundialización. Este proceso tuvo un impacto particular en el mundo árabe, sobre todo entre las jóvenes generaciones, que ya no entendían eso de que el poder se hereda y que un pueblo está condenado a vivir bajo la mano dura de un dictador. A esto hay que añadir que los modelos económicos erigidos tras las independencias no han aportado ni desarrollo ni el bienestar de la población. Un fracaso cada vez más patente, como demuestras el hecho de que en 2010 Libia contabilizaba más de un 33% de parados. La transnacionalización del modelo cultural, el marasmo económico y la pérdida del miedo de unos pueblos hastiados se sitúan en el origen de las revoluciones árabes. La dinámica había cambiado. Sólo era cuestión de tiempo que la calle se despertara.
—Como hombre importante en el seno del Consejo Nacional de Transición, ex primer ministro y presidente de la Alianza de Fuerzas Nacionales, el partido político que usted encabeza, su nombre se baraja continuamente para encabezar un nuevo Gobierno en su país. ¿Cuál sería su prioridad de confirmarse esta eventualidad?
—Creo que más allá de pelearnos por quién encabezara un futuro gabinete gubernamental la prioridad absoluta en este momento debe ser la instauración de un auténtico Estado, con instituciones fuertes, capaz de gestionar y dotar de estabilidad al país. La nueva Constitución no puede ver la luz en presencia de milicias armadas que dictan su ley. La lucha contra el incremento de la inseguridad y la violencia es otro de los grandes caballos de batalla. La calle debe pronunciarse, hacer oír su voz una vez más y decir basta. Y para ello se antoja determinante relanzar el diálogo nacional con iniciativas como la que ha visto la luz la pasada semana a través de la reunión de unas 1.500 personas que representaban a las diferentes componentes de nuestra sociedad. El miedo a la desintegración del país real, sobre todo habida cuenta que tenemos un sistema tribal fuerte. Algunos hablan de federalismo y en la Cirenaica incluso ha habido iniciativas para avanzar en este sentido. Debemos dejar de lado lo que nos separa y tratar de reforzar lo que nos une como nación, que es mucho.
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