LUIS DONCEL Berlín
A Angela Merkel no le gusta correr riesgos. Pero a veces, cuando detecta la oportunidad, la canciller alemana se lanza a la piscina. Lo hizo en 1999, cuando publicó una carta demoledora contra su mentor político, Helmut Kohl, por el escándalo de financiación ilegal que corroía a la Unión Cristianodemócrata. A los cuatro meses, el partido la elegiría como presidenta. Y lo ha hecho estos días, al embarcarse en una misión diplomática sembrada de minas para pacificar el este de Ucrania. Es aún muy pronto para saber si el acuerdo firmado el viernes en Minsk evitará la guerra abierta que parecía inminente, pero sí puede afirmarse que ha servido para coronar el protagonismo alemán en la política exterior europea.
Berlín-Kiev-Berlín-Moscú-Múnich-Berlín-Washington-Ottawa-Berlín-Minsk-Bruselas-Berlín. Los cerca de 22.500 kilómetros recorridos por Merkel en poco más de una semana han marcado unas de las jornadas más intensas de sus diez años en el poder. Todo comenzó hace un mes con una carta en la que el presidente ruso,Vladímir Putin, ofrecía una vía de diálogo a su homólogo ucranio,Petró Poroshenko. Esta posibilidad y el agravamiento de una crisis en la que los muertos se cuentan ya por miles empujó a la canciller a buscar el 5 de febrero, con el apoyo del presidente francés, François Hollande, una solución casi a la desesperada.
“No hay ninguna certidumbre de éxito. Pero el presidente Hollande y yo estamos de acuerdo en que merecía la pena intentarlo. Se lo debemos a la población de Ucrania”, dijo un día más tarde en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Más tarde se haría público que, tras las visitas de Merkel y Hollande a Kiev y a Moscú, los líderes ruso y ucranio aceptaban un encuentro cuatripartito en la capital bielorrusa.
Al alabar el “liderazgo” de Merkel, Obama dio algo de margen a la diplomacia
Hace años que Alemania marca el paso a la política económica de la eurozona, pero el protagonismo en asuntos de seguridad exterior evidenciado estos días —con una prensa alemana entregada, alabando los desvelos de su canciller que tras 16 horas de negociaciones a cara de perro con Putin y Poroshenko viaja a Bruselas para plantar cara al nuevo líder griego, Alexis Tsipras— es más reciente.
Esta actuación se enmarca en el debate que hace tiempo que flota entre las élites del país sobre la necesidad de asumir su condición de potencia regional y la responsabilidad que ello conlleva. Es la política que la ministra de Defensa, la democristiana Ursula von der Leyen, bautizó el pasado fin de semana en Múnich como “liderazgo desde el medio”, y que se refleja en recientes decisiones como la de armar a los kurdos iraquíes que luchan contra los yihadistas de Estado Islámico.
“En Minsk hemos visto un buen ejemplo de la nueva política exterior alemana. Merkel ha desempeñado un papel muy importante en el conflicto ucranio, pero esta nueva orientación no es algo aislado, sino un proceso de mayor involucración en las crisis internacionales. Por supuesto que es peligroso, pero la responsabilidad conlleva siempre riesgos”, asegura Eberhard Sandschneider, director del Instituto de Investigación del think-tank de política exterior DGAP. Fuentes del Gobierno matizan que la iniciativa diplomática en Ucrania no obedece a consideraciones teóricas sobre el papel de Alemania en el mundo, sino a la necesidad imperiosa de buscar soluciones a una crisis de un gran potencial destructor.
Los riesgos a los que se enfrenta Merkel quedaron patentes en su visita a Washington de esta semana. Cuando el presidente de EE UU alabó el “liderazgo” y la “extraordinaria paciencia” de “Angela” en Ucrania, le estaba enviando un mensaje ambiguo. Barack Obama, presionado dentro y fuera de su Gobierno para que envíe armas a Kiev, daba con sus palabras algo de tiempo a la diplomacia de Merkel, ferviente opositora a armar la región. Pero también dejaba entrever que si la iniciativa fracasa, la responsabilidad sería solo de los europeos. Habría llegado entonces el turno de los duros que exigen dotar a los ucranios de medios para defenderse de la agresión rusa.
El plan francoalemán es, pues, importantísimo no solo porque de su éxito dependerá la relación de la UE con Rusia, sino también porque supondría una especie de acta notarial de la mayoría de edad europea, capaz de resolver conflictos internacionales sin la ayuda militar del amigo americano. “EE UU está cansado de gestionar crisis en todo el mundo. Si la situación en Ucrania se estabiliza, dejará más espacio a las potencias europeas. Pero el hueco no lo ocupará en solitario Alemania, que militarmente sigue teniendo menos peso que Francia o Reino Unido”, resume Nikolas Busse, experto en política exterior del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
El creciente poder de Berlín llega además en un momento en el que el Gobierno de Merkel choca con algunos socios en asuntos tan importantes como la gestión de la crisis del euro. Niels Annen, portavoz de los socialdemócratas para Asuntos Exteriores, admite ciertas tensiones. “Nuestros socios y amigos están en una situación complicada y esperan más de nosotros. Tenemos más peso, y eso conlleva más responsabilidad”, concluye.
Berlín-Kiev-Berlín-Moscú-Múnich-Berlín-Washington-Ottawa-Berlín-Minsk-Bruselas-Berlín. Los cerca de 22.500 kilómetros recorridos por Merkel en poco más de una semana han marcado unas de las jornadas más intensas de sus diez años en el poder. Todo comenzó hace un mes con una carta en la que el presidente ruso,Vladímir Putin, ofrecía una vía de diálogo a su homólogo ucranio,Petró Poroshenko. Esta posibilidad y el agravamiento de una crisis en la que los muertos se cuentan ya por miles empujó a la canciller a buscar el 5 de febrero, con el apoyo del presidente francés, François Hollande, una solución casi a la desesperada.
“No hay ninguna certidumbre de éxito. Pero el presidente Hollande y yo estamos de acuerdo en que merecía la pena intentarlo. Se lo debemos a la población de Ucrania”, dijo un día más tarde en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Más tarde se haría público que, tras las visitas de Merkel y Hollande a Kiev y a Moscú, los líderes ruso y ucranio aceptaban un encuentro cuatripartito en la capital bielorrusa.
Al alabar el “liderazgo” de Merkel, Obama dio algo de margen a la diplomacia
Hace años que Alemania marca el paso a la política económica de la eurozona, pero el protagonismo en asuntos de seguridad exterior evidenciado estos días —con una prensa alemana entregada, alabando los desvelos de su canciller que tras 16 horas de negociaciones a cara de perro con Putin y Poroshenko viaja a Bruselas para plantar cara al nuevo líder griego, Alexis Tsipras— es más reciente.
Esta actuación se enmarca en el debate que hace tiempo que flota entre las élites del país sobre la necesidad de asumir su condición de potencia regional y la responsabilidad que ello conlleva. Es la política que la ministra de Defensa, la democristiana Ursula von der Leyen, bautizó el pasado fin de semana en Múnich como “liderazgo desde el medio”, y que se refleja en recientes decisiones como la de armar a los kurdos iraquíes que luchan contra los yihadistas de Estado Islámico.
“En Minsk hemos visto un buen ejemplo de la nueva política exterior alemana. Merkel ha desempeñado un papel muy importante en el conflicto ucranio, pero esta nueva orientación no es algo aislado, sino un proceso de mayor involucración en las crisis internacionales. Por supuesto que es peligroso, pero la responsabilidad conlleva siempre riesgos”, asegura Eberhard Sandschneider, director del Instituto de Investigación del think-tank de política exterior DGAP. Fuentes del Gobierno matizan que la iniciativa diplomática en Ucrania no obedece a consideraciones teóricas sobre el papel de Alemania en el mundo, sino a la necesidad imperiosa de buscar soluciones a una crisis de un gran potencial destructor.
Los riesgos a los que se enfrenta Merkel quedaron patentes en su visita a Washington de esta semana. Cuando el presidente de EE UU alabó el “liderazgo” y la “extraordinaria paciencia” de “Angela” en Ucrania, le estaba enviando un mensaje ambiguo. Barack Obama, presionado dentro y fuera de su Gobierno para que envíe armas a Kiev, daba con sus palabras algo de tiempo a la diplomacia de Merkel, ferviente opositora a armar la región. Pero también dejaba entrever que si la iniciativa fracasa, la responsabilidad sería solo de los europeos. Habría llegado entonces el turno de los duros que exigen dotar a los ucranios de medios para defenderse de la agresión rusa.
El plan francoalemán es, pues, importantísimo no solo porque de su éxito dependerá la relación de la UE con Rusia, sino también porque supondría una especie de acta notarial de la mayoría de edad europea, capaz de resolver conflictos internacionales sin la ayuda militar del amigo americano. “EE UU está cansado de gestionar crisis en todo el mundo. Si la situación en Ucrania se estabiliza, dejará más espacio a las potencias europeas. Pero el hueco no lo ocupará en solitario Alemania, que militarmente sigue teniendo menos peso que Francia o Reino Unido”, resume Nikolas Busse, experto en política exterior del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
El creciente poder de Berlín llega además en un momento en el que el Gobierno de Merkel choca con algunos socios en asuntos tan importantes como la gestión de la crisis del euro. Niels Annen, portavoz de los socialdemócratas para Asuntos Exteriores, admite ciertas tensiones. “Nuestros socios y amigos están en una situación complicada y esperan más de nosotros. Tenemos más peso, y eso conlleva más responsabilidad”, concluye.
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