DISCURSO SOBRE EL ESTADO DE LA UNIÓN
El presidente intenta con su discurso sobre el estado de la Unión recuperar la iniciativa para no ser irrelevante antes de tiempo
ANTONIO CAÑO Washington
En un momento crítico de su gestión, cuando se juega su relevancia como presidente y su influencia dentro de su partido, Barack Obama ha presentado en el discurso sobre el estado de la Unión nuevas ideas y nuevos métodos con los que tratar de recuperar la credibilidad perdida. Hoy mismo respaldó sus palabras con una gira en la que insiste en que está dispuesto a actuar por decreto para restablecer la igualdad de oportunidades y una mayor justicia distributiva.
Su intervención el martes por la noche ante el pleno de ambas cámaras del Congreso y la representación de todos los poderes de la nación –la tradicional demostración anual de unidad y vigor del sistema político de Estados Unidos- fue convincente y brillante, tal vez el mejor de los cinco discursos sobre el estado de la Unión que ha pronunciado hasta ahora Obama. Pero la firmeza de sus promesas no se corresponde con su capacidad actual para hacerlas cumplir, y el presidente corre un gran riesgo de que sus palabras, de nuevo, se las lleve el viento.
“Estoy dispuesto a trabajar con todos ustedes”, dijo el presidente a los congresistas, “pero Estados Unidos no puede quedarse parado ni yo me quedaré. Así es que, cuando sea y como sea, yo voy a dar los pasos sin legislación para extender las oportunidades a más familias norteamericanas; eso es lo que voy a hacer”.
Las palabras de Obama reflejan su comprensible frustración con el comportamiento de la oposición en el Congreso, que ha entorpecido durante estos últimos cinco años muchas de las principales iniciativas de la Casa Blanca
Uno de los pasos que va a dar sin legislación es el de aumentar el salario mínimo a los empleados del Gobierno federal. Poco más se sabe de lo que va a hacer –algunas sugerencias vagas sobre la protección del medio ambiente o la reforma educativa- y poco más puede hacer.
Las palabras de Obama reflejan su comprensible frustración con el comportamiento de la oposición en el Congreso, que ha entorpecido durante estos últimos cinco años muchas de las principales iniciativas de la Casa Blanca, desde el cierre de Guantánamo hasta la reforma migratoria, y trata de satisfacer la ansiedad de sus seguidores, que constantemente le piden más arrojo.
Sin embargo, fuera de esa descarga emocional, en realidad es poco lo que puede esperarse que Obama haga sin el respaldo del Congreso, especialmente en lo que atañe a la política nacional, donde sus manos están constitucionalmente muy atadas. Esa misma decisión de aumentar el salario mínimo, tendrá que limitarse a los funcionarios federales porque para extenderla a todos los trabajadores es precioso una ley a la que se niegan los republicanos.
Los republicanos se niegan también a aprobar en la Cámara de Representantes la legalización de inmigrantes indocumentados que ya fue aprobada en el Senado, y han paralizado otras propuestas de la Casa Blanca para el desarrollo de energías alternativas o algunos incrementos de impuestos a los ricos en busca de un mayor equilibrio fiscal.
El respaldo a Obama apenas se mantiene ya sobre el 40%, con menos del 30% de la población optimista sobre el rumbo del país
Ese obstruccionismo, que no ha llegado a impedir la reforma sanitaria aunque sí ha deslucido su entrada en vigor, ha oscurecido en términos generales la gestión de Obama y amenaza ahora con hacer irrelevantes los tres años que aún le quedan por delante. Pocas concesiones puede esperar Obama en este tiempo –a menos que los republicanos sufran una derrota estrepitosa, pero improbable, en las elecciones legislativas del próximo noviembre- y pocos movimientos políticos pueden esperarse.
No puede descartarse que la oposición acabe pagando un precio en las urnas por su actitud de hoy. Pero lo que es seguro es que Obama está sufriendo ya un fuerte quebranto de su credibilidad por esta situación. Si las cosas no avanzan, el último responsable a los ojos de los ciudadanos es el presidente, que ha sido incapaz de encontrar los mecanismos para hacerlas avanzar.
El respaldo a Obama apenas se mantiene ya sobre el 40%, con menos del 30% de la población optimista sobre el rumbo del país. Aunque no puede decirse aún que su nombre empiece a ser tóxico, es llamativa la falta de interés de muchos candidatos demócratas de contar con la presencia del presidente en sus campañas electorales.
Este que el presidente llamó en su discurso del martes “un año de acción”, puede ser también su última oportunidad de robustecer su legado. Quedan pocos meses para que Obama consiga sacar adelante proyectos relevantes. Después de las elecciones legislativas ambos partidos se concentrarán en extraer las lecciones adecuadas de cara a las presidenciales de 2016. Dentro de la precipitación diabólica con que se viven los ciclos políticos en la actualidad, Obama podría convertirse en lame duck a final de este año, dos antes de acabar su presidencia. En los medios de comunicación ya vende más la imagen de Hillary Clinton.
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