domingo, 7 de junio de 2015

Peña Nieto afronta en las urnas el gran examen a su presidencia

Federales resguardan las instalaciones de INE, en Oaxaca / MARIO ARTURO MARTÍNEZ (EFE)

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La probable victoria del PRI supondrá un alivio para el Gobierno, pero aún quedan tres años en los que gestionar un enorme descontento, la violencia y una economía dormida


JAN MARTÍNEZ AHRENS México 7 JUN 2015 - 15:46 CEST


Enrique Peña Nieto, calendario en mano, tiene más futuro que pasado. Pero en el mundo de la política, el tiempo nunca traza una línea recta. Con las elecciones intermedias, a las que están convocados este domingo 83 millones de mexicanos, su Gobierno entra, sin haber cruzado el ecuador, en la fase final. Tres años en los que tendrá que gestionar un enorme descontento, enfrentarse al reto salvaje de la violencia y esperar que la economía, tras décadas de letargo, despierte. La cuenta atrás, para el presidente de México, ha empezado.

El sistema mexicano impone dos limitaciones de partida a sus jefes de Estado: ganan los comicios sin segunda vuelta y no pueden presentarse a la reelección. El resultado son presidencias de mayoría corta (38% en el caso de Peña Nieto) y muy susceptibles a la erosión. No solo su base electoral es exigua sino que la imposibilidad de volver a presentarse desata, a medida que se acerca el fin de sexenio, tensiones dentro y fuera de su partido, el PRI. El poder presidencial mengua, mientras arrecia la batalla por la sucesión.

La abstención, el gran refugio de los descontentos, superará previsiblemente el 45%

Difícilmente cambiarán este horizonte las elecciones de hoy. Los comicios, en los que el mandatario se ha mantenido al margen, decidirán la Cámara de Diputados, nueve gobernaturas y el color de 16 congresos estatales y 1.009 municipios. La probable victoria del PRI en escaños, aunque por la mínima, supondrá un alivio momentáneo para Peña Nieto. Habrá conjurado el castigo más inmediato a su gestión y demostrado, si alcanza la mayoría absoluta con sus aliados, la formidable capacidad de supervivencia de su partido, ahormada a lo largo de décadas de poder único. Pero a pocos se les escapará la fragilidad sobre la que se asienta este hipotético resultado. Casi dos tercios del voto, vaticinan expertos como Francisco Abundis, habrán quedado en manos contrarias, y la abstención, el gran refugio de los descontentos, superará previsiblemente el 45%.

Esta distribución, habitual en las elecciones mexicanas, explica en parte la escasa valoración del presidente, una de las más bajas de la serie histórica. Y también el empeño que su equipo muestra en generar una agenda que le permita encarar la recta final sin demasiados vaivenes. Para ello han puesto sobre la mesa proyectos destinados a ampliar el apoyo popular, como el sistema anticorrupción y la justicia cotidiana. Pero ninguno de estos intentos ha hecho girar, de momento, las agujas demoscópicas. La tragedia de Iguala y los escándalos inmobiliarios aún pesan demasiado. El descontento y la desconfianza, como ha admitido el propio presidente, ocupan el centro del escenario político. “Peña Nieto tocó suelo a finales del año pasado, no ha repuntado, pero tampoco bajará. Su objetivo es consolidar las reformas”, señala el analista Roy Campos.

Con la violencia jugueteando en el abismo y la economía aletargada, los estrategas de Peña Nieto se enfrentan a tres años agitados

La posibilidad de un cambio de rumbo para después del verano gana enteros cada día que pasa. El giro no sería ajeno a la constatación de que las reformas estructurales con las que se abrió el sexenio ya han sido aprobadas y no han cumplido aún su objetivo prioritario: hacer crecer el PIB al 5%, el umbral mínimo para luchar contra la pobreza. A esta anemia se suma el varapalo que ha supuesto la inesperada crisis del crudo. El desplome de los precios ha eclipsado el fin del monopolio estatal del petróleo, la gran estrella del mandato, y abiertola espita de los recortes.

Otras reformas tampoco han corrido mejor suerte. La educativa, una de las grandes banderas regeneracionistas, ha sufrido un constante y salvaje hostigamiento sindical. En un universo donde las plazas docentes aún se heredan y venden clandestinamente, estas fuerzas han atacado la evaluación docente que impone la ley. Durante meses, el Gobierno ha resistido el pulso, pero la semana pasada, presumiblemente por temor a una escalada violenta en el tramo final de campaña, suspendió la medida. El desencanto, con esta cesión, ganó nuevos adeptos.

En este horizonte, la lucha contra el narcotráfico sigue cuesta arriba. El descabezamiento de las grandes organizaciones, objetivo prioritario del mandato, se ha cumplido a rajatabla. Pero la caída de capos legendarios como El Chapo, el Z-40 o La Tuta no ha traído la paz. La violencia emerge a diario por las costuras del sistema. Organizaciones de vuelo rasante, como el cártel de Jalisco, han dado un salto exponencial y han humillado al Estado cercando a plena luz del día una capital como Guadalajara. Tras un año de ocupación militar, Tamaulipas sigue siendo una tumba abierta, y en Guerrero y Michoacán la implosión de los grandes cárteles ha liberado una miríada de grupúsculos ultraviolentos que suplen sus deficiencias logísticas con la práctica casi universal del secuestro y la extorsión.

La posibilidad de un cambio de rumbo para después del verano gana enteros

La respuesta del Gobierno a esta vorágine ha sido, en ocasiones, brutal. El pasado 22 de mayo, en Michoacán, la policía federal mató en un solo enfrentamiento a 42 supuestos sicarios del Cártel de Jalisco. Del lado de los agentes, se registró una única baja. “En México hay una enorme decepción por la criminalidad”, afirma la profesora del Centro de Investigación y Docencia Económica María Amparo Casar.

Con la violencia jugueteando en el abismo y la economía aletargada, los estrategas de Peña Nieto se enfrentan a tres años agitados. Pero fundamentales. En ellos, el presidente tendrá que fijar su lugar en la historia y hacer valer la paradoja que le aupó a la presidencia: la de devolver al PRI al poder para demostrar que ya no era el PRI. Al menos, el del siglo XX. En esta tarea tiene a favor una sociedad que camina muy por delante de sus gobernantes. En su contra, un reloj que hoy, con las elecciones intermedias, ha empezado la cuenta atrás.

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