jueves, 27 de agosto de 2015

Las Patronas de la Concordia

Norma Romero empaca el pan para los viajeros de La Bestia. / PEP COMPANYS

El grupo que ayuda a los migrantes de La Bestia opta al Premio Princesa de Asturias

FOTOGALERÍA Ellas, Las Patronas


ALBA CASAS Madrid 27 AGO 2015 - 12:08 CEST


Diez y media de la mañana. Las Patronas comienzan su ronda para recoger los víveres que supermercados, albergues y organizaciones sociales les donan. Luego los guisan y empacan. Hasta las siete de la tarde. Entonces, esperan a que pase La Bestia —el tren de mercancías en el que una media de 400.000 migrantes al año, sobre todo centroamericanos, intenta cruzar la frontera de EE UU—, para dar comida a los viajeros que pasan por Amatlán de los Reyes, en Veracruz (México). Lo hacen cada día, desde hace 20 años. Por eso Beatriz Becerra, eurodiputada de UPyD, ha querido apoyar su candidatura, promovida por un grupo de universitarios mexicanos y españoles, al premio Princesa de Asturias de la Concordia 2015.

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Todo comenzó cuando Bernarda y Rosa volvían de hacer la compra y los migrantes que cabalgaban sobre La Bestia les pidieron comida. En aquel momento, las leyes mexicanas sancionaban a quien prestara ayuda a un ilegal, pero no les importó. Su hermana Norma Romero, 45 años, asegura que no han parado desde entonces. Ahora, su labor llega mucho más allá: ayudan a repatriar los cuerpos de los que mueren en Estados Unidos, a las familias que buscan a desaparecidos, a los migrantes heridos y a los que se ven obligados a continuar su viaje a pie. "Hay grupos del crimen organizado que les exigen 100 dólares por montar en el tren. Si no pagan, les tiran", explica Romero a su paso por Madrid. Otros, saltan ante la posibilidad de que estas bandas les roben o les maten.

Las Patronas —que reciben su nombre del barrio La Patrona, en Amatlán de los Reyes— reparten unos 300 almuerzos diarios. "Un día nos pusimos a ver cuánta comida habíamos dado y contamos 30 kilos de arroz. Entonces nos preguntamos, ¿de dónde salió tanto? Del corazón de la gente buena", explica Romero. Este grupo de 14 mujeres y dos hombres —Romero lamenta que en México el machismo esté a la orden del día— trabaja en equipo con otras organizaciones solidarias y religiosas. "Todo es trabajo voluntario", asegura para aclarar que nadie se lucra con esta actividad.

Si las mercancías y las armas pueden pasar [la frontera], ¿por qué no las personas?

Norma Romero

En 2013, la labor de estas mujeres fue reconocida con el Premio Nacional de Derechos Humanos, concedido por la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México. El próximo 2 de septiembre, la Fundación Princesa de Asturias (que no hace público quiénes son los candidatos) anunciará si Las Patronas también merecen su galardón, dotado con una escultura de Joan Miró —símbolo representativo del evento—, una insignia, un diploma, y 50.000 euros. De ser así, Romero ya sabe qué hará con el dinero: "Dedicarlo a mejorar la vida de las personas, para que no tengan que emigrar". Para ello, planea construir escuelas, poner a disposición de las que ya existen los medios que les faltan, dar becas para estudios o deportivas... "Hay universitarios que no tienen trabajo y se meten a policía. Yo no veo que un joven con estudios universitarios tenga que trabajar de policía para acabar corrupto", asegura Romero. Por eso, también piensa en emprender con el dinero del premio: "Si se construyera un hotelito con una cafetería en nuestra zona, generaría trabajo para las mujeres y los jóvenes".

La educación y los jóvenes son dos de las preocupaciones a las que Romero se refiere cada dos por tres. "Hay que empezar en las casas a enseñar que la inmigración no es mala". A enseñar que son personas, y no "mercancías", para que se les trate como a seres humanos. "Ellos no vienen acá a hacer daño. Sólo quieren ayudar a sus familias", afirma y añade: "Si las mercancías y las armas pueden pasar [la frontera], ¿por qué no las personas?".

Otra motivación para venir a España, además de la candidatura al premio, era la de poder conocer de cerca los fenómenos migratorios en Europa. En su opinión, la solución no reside en estudiar cómo dar acogida en los países de destino a estas personas, sino en cómo arreglar sus lugares de origen para que no tengan que abandonarlos. "Nadie abandona a su familia por placer".

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