domingo, 11 de octubre de 2015

Las metáforas del Rey

Felipe VI, el pasado 2 de octubre en Valencia. / MANUEL QUEIMADELOS ALONSO (GETTY IMAGES)

Los discursos del jefe del Estado encierran referencias sutiles a la situación política que vive España con el proceso soberanista catalán

Pablo Iglesias declina la invitación a la recepción de la Fiesta Nacional


MIQUEL ALBEROLA Madrid 11 OCT 2015 - 12:10 CEST


Un año después de la proclamación, Felipe VI no solo ha afianzado e internacionalizado su posición (con viajes oficiales a Francia, México o Estados Unidos) sino que ha contribuido a mejorar la imagen de la Corona, sensiblemente deteriorada en los últimos años de Juan Carlos I. Sin embargo, en el camino del Rey hay un obstáculo territorial (su padre lo tuvo con Euskadi, aunque en otras proporciones) que se ha intensificado hasta partir en dos la sociedad catalana.

El pulso soberanista de Cataluña es el principal elemento de distorsión que tiene ante sí la Corona. Y su desafío más urgente. En su condición de jefe del Estado, Felipe VI no solo simboliza la unidad y permanencia del Estado, sino que tiene que ejercer una función arbitral y moderadora del funcionamiento regular de las instituciones.

Antes de su proclamación, en cuyo discurso incidió en estos términos, el Rey ya se mostró sensibilizado con lo que estaba ocurriendo en Cataluña. Su visión sobre la unidad de España no era la tradicionalista. El 12 de octubre de 2013 sustituyó a Juan Carlos I en la recepción de la Fiesta Nacional en el Palacio Real y dirigió unas palabras a los asistentes en las que, con Cataluña como fondo, reemplazó el término “unidad” por “lo que nos une”.

En ese mismo acto, pero un año antes, el todavía Príncipe de Asturias comentó: “Cataluña no es un problema. Confío más en la Cataluña real que en la espuma que estamos viendo con lo que hacen unos y lo que hacen otros”. Cuatro años después, su posición es idéntica. Considera que Cataluña “nunca” es un problema, pero que en Cataluña hay problemas.

Sin embargo, muchos españoles pueden tener la sensación de que Felipe VI solo asiste al desafío planteado por una parte de los partidos catalanes como un espectador pasivo, mientras la batalla se dirime en la refriega política y los tribunales. Pero su actividad para enfriar las tensiones que han ido creciendo entre el Gobierno de España y la Generalitat de Cataluña ha sido indudable, aunque, ciertamente, poco visible.

El Rey no puede ir más allá de sus atribuciones ni hacer declaraciones institucionales al respecto, pero ha mantenido todo el tiempo las líneas de diálogo abiertas con las partes enfrentadas. Todavía hoy. El pasado mes de julio, en medio de la escalada entre el Gobierno central y la Generalitat, la Casa del Rey activó una serie de audiencias con representantes de las Administraciones, la mayoría con presidentes autonómicos, cuyo objeto era incluir un encuentro con Artur Mas en apariencia de formato ordinario.

En esa audiencia, celebrada el 17 de julio, el Rey constató que Mas no iba a ceder y que el proceso que había impulsado era “irreconducible”, según reveló el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, tras ser recibido por Felipe VI. La hoja de ruta, con las recientes elecciones autonómicas revestidas de plebiscitarias, corría hacia su objetivo.

Hasta ese momento, las referencias explícitas a la situación solo se habían producido en los discursos pronunciados por el Rey con motivo de los Premios Princesa de Asturias (llamamiento a “cuidar” la vida en común que ampara Constitución) y de los Premios Princesa de Girona (“el futuro pasa por unir y no dividir”).

Señales semienterradas

A partir de ahí, en la mayoría de los discursos de Felipe VI, aunque centrados en contextos ajenos, hay constantes señales semienterradas que aluden al problema. Hay que decir que excepto los discursos de Navidad y los de los premios Princesa de Asturias, que están escritos por la Casa del Rey, los textos que lee Felipe VI en sus actos están elaborados por el Gobierno, aunque el Monarca realiza sus retoques y aportaciones.

Días después de su encuentro con Mas, y con motivo del acto de entrega de despachos a la 65ª promoción de jueces, el Rey mandó un mensaje al presidente catalán encriptado en el discurso que cobraba mucho sentido ante la estrategia del independentismo de eludir la Constitución para, mediante una ley de transitoriedad, definir un marco legal para Cataluña al margen de España: “Para el poder judicial como para el resto de instituciones del Estado (…) respetar la ley es fuente de legitimidad y la exigencia ineludible para una convivencia democrática en paz y libertad”.

Tras el resultado de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre, en las que las opciones independentistas han superado en diputados a las que defienden la continuidad de Cataluña en España, la mayoría de discursos del Rey contiene alguna metáfora relativa, en el sentido que el Diccionario de la Real Academia Española da al vocablo: “Aplicación de una palabra o expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto)”.

El discurso pronunciado el 2 de septiembre en Valencia con motivo de la entrega de los Premios Jaime I (el rey paradigmático de catalanes, valencianos, baleares y aragoneses, al que Felipe VI designó como “uno de los grandes monarcas de la historia de España”) estuvo plagado de connotaciones del momento político. El Rey ponderó la importancia de los galardones como uno de “los acontecimientos ciertamente positivos y esperanzadores que nos hacen confiar más en nuestro futuro común”, frase que en el contexto de una España en tensión territorial no admitía anfibologías.

Alusiones adaptables

En ese mismo acto, el Rey insertó otras alusiones adaptables al escenario político alertando contra la compartimentación y llamando a la conciliación y la conjunción: “La investigación no se ciñe a un país o a una sociedad determinada porque la ciencia es universal y busca solucionar problemas y desafíos comunes y compartidos. Desafíos que hay que abordar y superar de forma conjunta y coordinada”.

El 6 de octubre, un día antes de su intervención en el Parlamento Europeo (en la que sin ambages defendió “una España unida y orgullosa de su diversidad”), empleó el Camino de Santiago como antítesis de la segregación planteada por las fuerzas que conformarán el próximo gobierno de la Generalitat. En las palabras pronunciadas en Santiago al recibir la credencial como Embajador de Honor del Camino de Santiago, el Rey aludió a la ruta jacobea como un generador de vínculo, infiriendo un flagrante contraste con la tendencia disgregadora liderada por Mas. “El Camino une, no separa. En todas sus vías, une Galicia con otras tierras de España, y a España con el resto de Europa y viceversa. El Camino suma y no resta. Suma la voluntad de compartir, de ser solidarios, de entendernos entre personas de todo nuestro país”, recalcó.

Las referencias veladas a los problemas que hay en Cataluña se han convertido en un ingrediente habitual. El martes Felipe VI volverá a Barcelona (desde su coronación ha estado en Cataluña casi todos los meses). Es su primera visita tras las elecciones del 27-S, en medio del fragor de las negociaciones para lograr un acuerdo de gobierno en la Generalitat. Asistirá a los debates de la asamblea anual del Foro Iberoamericano, pero se descartó que lo inaugurara, un acto que obligaba a que leyese un discurso y a encontrarse con Mas.

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