martes, 29 de noviembre de 2011

Tercer mundo

La decisión de Chávez de repatriar el oro no responde a criterios de sana política sino más bien al temor que el país acosado por decenas de demandas internacionales ante el Ciadi lo viese confiscado por sus litigantes. Además la voracidad fiscal del gobierno en época electoral añade elementos de preocupación sobre el futuro de ese patrimonio nacional

por Juan Antonio Muller

El espectáculo montado por el gobierno con la llegada de los primeros lingotes de oro, pareciera sacado de una novela latinoamericana del siglo pasado. El presidente del BCV Nelson Merentes dando saltos de júbilo competía con el encendido verbo de Soto Rojas, como si hubieran bajado de la montaña de El Bachiller después de haber derrotado a un ejército al servicio del imperialismo.

Las contradicciones de los discursos populistas resaltaron de inmediato. ¡qué este acto histórico reivindicaba el despojo y el robo del oro realizado por gobiernos anteriores! ¡qué ahora el oro estaba bien custodiado en manos de los venezolanos!

¿De que robo hablan? Regresan al país los mismos lingotes que se colocaron en el exterior para que de acuerdo con la sana práctica monetaria fueran certificadas por las instituciones especializadas.

Es más, el valor del oro repatriado se incrementó durante esas dos décadas con creces gracias a que ese aborrecido mercado del oro muestra una revalorización de más del cuatro mil por ciento cotizándose en la actualidad en niveles cercanos a los mil setecientos dólares la onza.

Pero cuidado con esa fiebre nacionalista extrema. Hoy las reservas de oro representan casi las dos terceras partes de las reservas internacionales. De quererse liquidar para atender obligaciones perentorias se confrontarían dificultades dado que ese oro ya no está bajo custodia internacional globalmente aceptada.

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