martes, 6 de marzo de 2012

Paulmann y el pecado de la elite económica: la sombra de Pinochet

Si por el “título de empresario” se entiende crear riqueza y no sólo heredarla, pocos en nuestro país lo merecen como Horst Paulmann. Su fortuna no es fruto ni de la suerte histórico-social ni de la cercanía al poder político. Es de esos casos que recuerdan las historias legendarias del “sueño americano”.

Por GONZALO BUSTAMANTE*

Si es así, ¿cómo entender el rechazo generado en Alemania al honor que se le concedió de ser el orador principal de la Grimm-Mahl organizada por el club de Leones? Como informase El Mostrador esto llevó a la inédita suspensión de la cena-homenaje. Primera vez en su historia. Hay que tener presente que es una nación donde ser homenajeado por las sociedades que recuerdan a sus grandes figuras de la cultura, como los hermanos Grimm, es más significativo que premio alguno de cualquier confederación empresarial. No era una instancia cualquiera.

Vamos por parte. Lo primero, sería suponer que la revelación de que su padre fue un alto administrativo nazi se encontraría en la base de la polémica. De ser así, sería incomprensible. No sólo por lo absurdo de hacer extensiva a los hijos los defectos o virtudes de sus progenitores sino porque además, como es obvio, la casi totalidad de las grandes empresas alemanas estuvieron de una u otra forma ligadas al régimen nazi. Es más, lo estuvieron empresas francesas, bancos suizos y suecos, empresas norteamericanas, británicas, etc. Sin una red internacional extensa hubiese sido imposible el desarrollo de la industria, el financiamiento y el esfuerzo bélico desplegado por la Alemania nazi. Otros como el modisto Hugo Boss se dedicaron a diseñar los uniformes de la SS de Himmler y así llegar a ser una marca “cool”.

Bastó que el empresario del elefantito hubiese vendido galletas y kuchenes de Colonia Dignidad y el haber asistido a los funerales de Pinochet, para que su indiscutible mérito empresarial, que le valió ser condecorado con la Orden de Mayo por Néstor Kirchner y que Ricardo Lagos promoviera su nacionalidad por gracia, pasara al olvido.

Lo segundo sería suponer que se debe a las situaciones laborales de sus empresas. Tampoco parecería muy razonable. Los temas de injusticia laboral que se le pueden imputar afectan al retail a nivel mundial. En ese caso esas quejas deberían hacerse extensivas a H&M, Ikea, Walmart y los supermercados alemanes Aldi, entre muchos otros. Todos ellos, más de alguna vez, han estado envueltos en acusaciones de prácticas seriamente reñidas con los derechos laborales. Por cierto, lo generalizado de estas prácticas no las hacen justificables ni menos reprochables, sólo muestran que es un sector en el cual se da de modo más extendido que en otros.

¿Qué lo explica entonces? Algo que una parte importante de nuestra elite empresarial aún no comprende: la sombra de Pinochet.

La retórica normativa del mundo democrático desarrollado, ese al cual aspiramos integrar, deja fuera la posibilidad de validar situaciones de violaciones a los derechos humanos y regímenes de tipo dictatorial. Por ejemplo, las reformas económicas de la Dictadura o los logros industriales y de infraestructura delApartheid, de modo alguno son elementos que contrapesen el carácter antitético de esos gobiernos respecto de lo que se consideran valores fundamentales en esas sociedades. Por eso, para esa sensibilidad, frases del tipo “hubieron sus lados oscuros y grises, la historia juzgará” o “se avanzó mucho en lo económico, aunque también existieron situaciones no deseables”, son incomprensibles.

A lo anterior, se suma la imagen de Salvador Allende. Era internacionalmente respetado ya antes del golpe. Éste la acrecentó. La ignorancia de nuestra derecha económica y política sobre éste factor, no les permitió, hasta el día de hoy, dimensionar el nivel de rechazo que generó su derrocamiento. Se evaluó como el término violento de un intento serio por buscar una vía democrática al socialismo. La figura de Allende, en imaginarios colectivos como el europeo, se acerca a un Olof Palme, no es la de guerrillero alguno.

En esas sociedades, parece inadmisible el ser “partidario del 11, pero no del 12”. Ese consenso de la Europa desarrollada es de derecha a izquierda. Sus únicas excepciones son la extrema derecha anti-sistémica y algunos grupos del conservadurismo británico.

Por eso, bastó que el empresario del elefantito hubiese vendido galletas y kuchenes de Colonia Dignidad y el haber asistido a los funerales de Pinochet, para que su indiscutible mérito empresarial, que le valió ser condecorado con la Orden de Mayo por Néstor Kirchner y que Ricardo Lagos promoviera su nacionalidad por gracia, pasara al olvido.

La protesta contra Paulmann, más que contra una persona en particular, puede ser leída como el rechazo transversal en el mundo culto europeo de lo que significa una elite económica que no sólo apoyó una dictadura, sino que ayudó a generar las condiciones para su surgimiento y que décadas después continúa considerando alabable lo obrado bajo ese período.

El que se hubiese unido el significado de esa elite con patrimonios culturales como el representado por los hermanos Grimm, para muchos sectores fue intolerable.

Parte importante de nuestra elite es global sólo para exportar y veranear, pero provinciana en su acercamiento a los cánones normativos que rigen el mundo democrático.

(*) GONZALO BUSTAMANTE
Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez

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