El primer ministro chino, Wen Jiabao, con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama
Obama y Romney utilizan el miedo de la sociedad de EE.UU. a China como potencia económica para captar votos
LUIS P. ARECHEDERRA / MADRID
Día 28/09/2012 - 03.00h
Cuando la antorcha de los Juegos Olímpicos de Pekín cruzó la ciudad de San Francisco (California, Estados Unidos) el 9 de abril de 2008, los agentes de seguridad tuvieron que planear una ruta alternativa a la oficial. Miles de norteamericanos ocupaban las calles del recorrido. Clamaban contra el régimen chino y su represión del Tibet. China sintió, una vez más, que los países de Occidente le querían aguar la fiesta. Desde las sanciones impuestas tras la masacre de Tiananmen en 1989, el Gobierno comunista chino difundió entre su sociedad un discurso victimista, según el profesor de la Universidad de Oklahoma, Peter Hays,:Occidente quiere humillar a China. Desde el otro punto de vista, EE.UU. tiende a obsesionarse con un enemigo externo como amenaza a su trono de primera potencia mundial. Y China es ahora ese lobo feroz.
Esta relación psicológica está provocando chispas en la economía, el actual frente de combate. La riqueza sigue siendo muy superior en EE.UU. Mientras que el PIB de China en 2011 «solo» superó los 5 billones de euros, el de EE.UU. ascendió a más de 11 billones. Pero la velocidad de crecimiento favorece al gigante asiático. Entre 1981 y 2010, el PIB norteamericano se multiplicó por cinco; el chino por treinta. La crisis de deuda en Europa y la incertidumbre que sobrevuela EE.UU. han frenado esta tendencia. En el segundo trimestre de 2012, el crecimiento de la economía china descendió hasta el 7,6%. Frente al 8,1% del primer trimestre y al 9,2% del año 2011. Aún así, la gran liquidez de las arcas chinas le han permitido convertirse en el primer acreedor de deuda de EE.UU. después de la Reserva Federal. El dragón asiático posee el 7,6% de la deuda norteamericana: unos 1.164 billones de dólares en el mes de junio. Y la balanza comercial también le favorece.
Día 28/09/2012 - 03.00h
Cuando la antorcha de los Juegos Olímpicos de Pekín cruzó la ciudad de San Francisco (California, Estados Unidos) el 9 de abril de 2008, los agentes de seguridad tuvieron que planear una ruta alternativa a la oficial. Miles de norteamericanos ocupaban las calles del recorrido. Clamaban contra el régimen chino y su represión del Tibet. China sintió, una vez más, que los países de Occidente le querían aguar la fiesta. Desde las sanciones impuestas tras la masacre de Tiananmen en 1989, el Gobierno comunista chino difundió entre su sociedad un discurso victimista, según el profesor de la Universidad de Oklahoma, Peter Hays,:Occidente quiere humillar a China. Desde el otro punto de vista, EE.UU. tiende a obsesionarse con un enemigo externo como amenaza a su trono de primera potencia mundial. Y China es ahora ese lobo feroz.
Esta relación psicológica está provocando chispas en la economía, el actual frente de combate. La riqueza sigue siendo muy superior en EE.UU. Mientras que el PIB de China en 2011 «solo» superó los 5 billones de euros, el de EE.UU. ascendió a más de 11 billones. Pero la velocidad de crecimiento favorece al gigante asiático. Entre 1981 y 2010, el PIB norteamericano se multiplicó por cinco; el chino por treinta. La crisis de deuda en Europa y la incertidumbre que sobrevuela EE.UU. han frenado esta tendencia. En el segundo trimestre de 2012, el crecimiento de la economía china descendió hasta el 7,6%. Frente al 8,1% del primer trimestre y al 9,2% del año 2011. Aún así, la gran liquidez de las arcas chinas le han permitido convertirse en el primer acreedor de deuda de EE.UU. después de la Reserva Federal. El dragón asiático posee el 7,6% de la deuda norteamericana: unos 1.164 billones de dólares en el mes de junio. Y la balanza comercial también le favorece.
Miedo al dragón
El ascenso de China ha sembrado la duda en EE.UU. ¿Debe temer su progresión?, ¿acabará superándole como primera potencia económica? Goldman Sachs lo advirtió antes del estallido de la crisis de 2008. Vaticinó que la economía china superaría a la norteamericana en el año 2027. Unas previsiones que podrían acelerarse en la coyuntura actual. La economista del Instituto de Empresa (IE) Gayle Allard habla del año 2020. Esta hipótesis se cuela como un fantasma por la mente de la sociedad norteamericana. Y provoca temor. Según el estudio «Transatlantic Trends» para 2012 de la Fundación BBVA, para el 59% de los norteamericanos China representa «más una amenaza que una oportunidad económica». Michel Schumann, de la revista Time, explica que la razón de dicha actitud también es ideológica. El imparable modelo económico chino, denominado «capitalismo estatal», ataca los principios liberales de Occidente. Su éxito se basa en ideas maldecidas por EE.UU. El periodista la compara con el Japón de los años ochenta. Con una diferencia importante: China sí tiene tamaño y capacidad para asaltar el trono.
El automóvil como símbolo
La campaña electoral ha resucitado este fantasma. China se ha convertido en un bumerán político que los candidatos se lanzan para excusar o criticar el desempleo. Y como un bumerán, las críticas vuelan en ambas direcciones. El presidente Obama aprovechó un mitín en Ohio para anunciar una denuncia a China ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). El Gobierno de EE.UU. considera que Pekín adopta políticas contrarias al libre comercio: le acusa de subvencionar ilegalmente las exportaciones de automóviles y sus componentes. Según el representante comercial de EE.UU., Ron Kirk, estos subsidios «proporcionan una ventaja injusta» a los fabricantes chinos, lo que perjudica a los de EE.UU. Allard afirma que la preocupación ciudadana está en la competencia por el empleo. Un informe del grupo «Alliance for American Manufacturing» cifra en 2,7 millones los empleos perdidos por el déficit comercial con China entre 2001 y 2011.
El lugar elegido no es casualidad. El estado de Ohio forma parte del cinturón industrial del Medio Oeste, una de las regiones más afectadas por la deslocalización de empresas y cuyo estado colindante es Michigan, donde se ubican las fábricas de automóviles del país. Allí todavía suena el eco del rescate de las empresas General Motors y Chrysler, una de las bazas electorales del presidente. La intención de Obama con su dardo a China es captar el voto obrero en dos estados decisivos para las elecciones.
La respuesta de Romney criticó el retraso de la acción: «Demasiado poco, demasiado tarde». Según el candidato republicano, la Administración de Obama ha decepcionado en su confrontación a las «prácticas de comercio desleales de China». Romney ha prometido un giro radical desde su primer día en la Casa Blanca. Desarrollar una «estrategia integral de litigio». Extender este enfrentamiento a la política monetaria. El gabinete republicano defiende que China devalúa «artificalmente» el valor del yuan para fomentar sus exportaciones. Consecuencia: los productos chinos son más baratos y se venden más. Ello explicaría el desequilibrio comercial con China. Una tesis que Obama aparcó cuando fue nombrado presidente. Lo mismo que haría Romney en caso de ser elegido, opina Allard. Lo contrario abriría un gran conflicto diplomático entre el águila y el dragón, las dos grandes potencias que se necesitan y temen en la misma medida.
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