Varios supervivientes esperan la llegada de un avión militar en el aeropuerto de Tacloban para volar a Manila
El mal tiempo, la desorganización y los destrozos en las calamitosas infraestructuras ralentizan el reparto de ayuda humanitaria
ABLO M. DÍEZPABLODIEZ_ABC / ENVIADO ESPECIAL A CEBÚ (FILIPINAS) - Día 13/11/2013 - 10.40h
Poco más de cien kilómetros separan la , que haquedadoarrasada por el paso del tifón Haiyan isla de Leyte, de la de Cebú, uno de los destinos turísticos más populares de Filipinas gracias a los resorts de lujo que pueblan sus paradisíacas playas de aguas cristalinas y arena dorada. Mientras las «señoritas» del lugar se buscan la vida a plena luz del día en el lobby del Hotel Marriott, donde incluso cargan sus móviles ante la mirada divertida de los guardias de seguridad, los supervivientes del Haiyan desembarcan a cientos en los nueve barcos diarios que vienen de Ormoc, en la isla vecina.
«Allí el 95 por ciento de las casas están destrozadas y no hay agua potable ni electricidad porque el viento derribó todos los postes y generadores», explica a ABC nada más bajarse del ferry Ron Mitchel, un soldado retirado estadounidense que vivía junto a su esposa y sus tres hijos en Albuera, a 15 kilómetros de Ormoc. Su casa no resultó demasiado dañada por el tifón pero, como ya le han dicho que la luz no será restablecida hasta dentro de tres meses, no le ha quedado más remedio que trasladarse a Cebú, donde buscará un apartamento para alojarse temporalmente hasta que pueda volver a su hogar. «Tres o cuatro días te arreglas, pero no se puede vivir sin electricidad», sentencia con toda lógica.
Dos mundos
Con el puerto de Tacloban devastado por Yolanda, como llaman en Filipinas al tifón, Ormoc es la última frontera entre los dos mundos que han salido a relucir con esta catástrofe natural. A un lado, sin agua, comida ni electricidad, la miseria, la destrucción y la muerte que reinan en Leyte. Al otro, entre cócteles, langostas y neones de colores, la opulencia, el desarrollismo y la vida desatada en Cebú.
Gracias al mayor aeropuerto internacional del archipiélago de las Bisayas y a su puerto para barcos de pasajeros y cargueros, que está a entre dos y cuatro horas de la «zona cero» de la catástrofe, Cebú es el nudo de comunicaciones perfecto para canalizar la ayuda a los damnificados por el tifón. Pero, cinco después de la tragedia, no hay ni rastro de dicha ayuda ni en un lado ni en el otro porque Haiyan ha dejado al descubierto las graves carencias de Filipinas en infraestructuras y su caótica organización, que ha saltado por los aires con la tragedia.
«Cebú, de hecho, está siendo el "hub" logístico, pero el problema es el acceso a las zonas afectadas porque las comunicaciones están interrumpidas y es muy difícil llegar a ellas por la destrucción que ha dejado a su paso el tifón», explica en un correo electrónico Llanos Ortiz, responsable adjunta de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF). Con un equipo de 20 personas desplegado en Cebú desde el sábado, un día después del tifón, MSF tiene previsto enviar nueve aviones con material sanitario y aumentar su dotación hasta el centenar de personas, incluyendo doctores, enfermeras, cirujanos, psicólogos y expertos en potabilizar el agua.
Pero, según reconoce en un comunicado, hasta ahora sus técnicos «no han podido evaluar en toda su extensión las necesidades sobre el terreno porque el acceso a las áreas afectadas es extremadamente difícil». Una auténtica «pesadilla logística», como la define MSF, que este martes impidió que su equipo pudiera volar hasta la arrasada ciudad de Tacloban, y que probablemente obligará a desviar sus aviones con asistencia médica al aeropuerto de Manila, a 600 kilómetros de distancia, porque el de Cebú está tan congestionado que no podrán aterrizar en él.
Los aviones seguían llegando llenos de turistasSin embargo, y como pudo comprobar el martes este corresponsal, que viajó de Manila a Cebú, los aviones seguían llegando llenos de turistas. Desde Cebú, además, se puede volar ya al derruido aeropuerto de Tacloban, reabierto a las líneas comerciales durante los dos últimos días. Pero para subirse a uno de estos aviones hay una serie de prioridades como, por ejemplo, pertenecer a grupos de ayuda humanitaria o ser periodista.
A la vista de la escasa asistencia que han recibido hasta ahora los damnificados del Haiyan, y de la abundancia de reporteros y cámaras de televisión que pululaban por el aeropuerto de Cebú, parece que laPrensa le ha ganado a las ONG la carrera por llegar a la «zona cero» de Tacloban, una ciudad reducida a escombros y donde los cadáveres se siguen amontonando por sus calles.
Sin un mendrugo que echarse al estómago, los supervivientes no han tardado en recurrir a la violencia para asaltar las tiendas y darse al pillaje. «Lo entiendo porque no tienen nada y el dinero carece de valor allí», justifica Rodel Cabelín, que el martes vino desde Carigara, a una hora al sur de Tacloban, para comprar provisiones en Cebú para su familia. En su lista, latas de atún, «noodles» instantáneos y garrafas de agua, artículos básicos en un país corroído por la miseria y donde millones de personas malviven hacinadas en las chabolas de latón que han proliferado al dispararse la población y la emigración rural a las ciudades, sobre todo en la costa. Sin ir más lejos, Tacloban ha pasado en 40 años de 70.000 a 220.000 habitantes y uno de cada cuatro filipinos mora ya en infraviviendas en zonas inundables.
Aunque la comunidad internacional se está volcando enviando ayuda humanitaria a Filipinas, la magnitud de la catástrofe, el mal tiempo y, sobre todo, la desorganización propia de este caótico país en vías de desarrollo están retrasando su reparto entre los damnificados. Un claro ejemplo es el de los 25 sanitarios de la organización alemana International Search And Rescue (ISAR), que llegaron a Manila la madrugada del lunes con un hospital de campaña para operar a cien heridos y aún siguen allí. «Íbamos a volar (el martes) a Tacloban, pero ha habido problemas con el tiempo y el aeropuerto, y no tendremos vuelo hasta las doce del mediodía (de este miércoles)», explica por teléfono desde Alemania uno de sus miembros, Tim Poluzy.
«Los dos primeros días son siempre un desastre»Acostumbrado a lidiar con estas emergencias porque el equipo se desplazó al tsunami del Índico en 2004 y al terremoto de Haití en 2010, le quieta hierro a la desorganización filipina al asegurar que «los dos primeros días son siempre un desastre en cualquier desastre natural del mundo».
Pero lo cierto es que Filipinas no es un país como otro cualquiera por su archipiélago con más de 7.000 islas y sus 96 millones de habitantes, de los cuales un tercio subsiste con menos de un dólar al día mientras un puñado de poderosas familias, como los López, Cojuango, Velarde, Ayala y Arroyo, se reparten desde hace generaciones los negocios como si se tratara de su hacienda particular.
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