sábado, 16 de noviembre de 2013

«Por seguridad, llevé a mis padres a un hotel... y murieron»

PABLO M. DÍEZ
Aaron Almadro delante de su casa, totalmente arrasada, en Tacloban

A Aaron Almadro, el tifón de Filipinas, Yolanda, le dejó sin casa y sin padres

PABLO M DÍEZ / ENVIADO ESPECIAL A TACLOBAN (ISLAS FILIPINAS) - Día 16/11/2013 - 11.04h

Aaron Almadro estará arrepintiéndose toda su vida. Por seguridad, llevó a sus padres a un hotel de Tacloban días antes del tifón que arrasó el centro de Filipinas la semana pasada. Su humilde casa, a 20 kilómetros en la vecina ciudad de Palo, le ofrecía pocas garantías por sus endebles tejados de latón y muros de madera y pensó que estarían más protegidos en un edificio mejor. La mala suerte y la fuerza incontrolable de la Naturaleza se aliaron para demostrarle que, contra todos los pronósticos, estaba equivocado.

«Murieron todos los huéspedes del hotel porque el agua llegó a la segunda planta, donde se quedó a la altura de la barbilla», relata a ABC ante lo que queda de su hogar, derribado también por el tifón. Mientras los fuertes vientos, de hasta 310 kilómetros por hora, casi le sepultan bajo su vivienda en Palo, que parece arrasada por una bomba, en Tacloban levantaron un tsunami de seis metros que ahogó a sus progenitores, Virgilio, un ingeniero civil ya jubilado de 70 años, y Guadalupe, de 67.

«Tras la tormenta, en la que sobreviví de milagro, intenté llamarlos a su móvil y, como los teléfonos no funcionaban, salí andando hacia Tacloban. Cuando llegué allí al cabo de varias horas, encontré el cadáver de mi madre, junto a otros cuerpos sin vida, en la puerta del hotel», recuerda emocionado. A su padre lo halló en la habitación porque, según indica, «ni siquiera le dio tiempo a escapar». Una semana después, ambos siguen envueltos en bolsas negras del Departamento de Salud junto a más de una docena de cadáveres ante las ruinas del Hotel Budget.

Carcomido por los remordimientos, este joven periodista, que dirige una pequeña revista local de ocio y viajes a sus 31 años, rompe a llorar cuando explica que «es difícil imaginarse que estás con tu padre y tu madre un día y, al siguiente, han desaparecido y te han dejado solo». Como único consuelo le queda su hermano Carlo Mark, quien a sus 36 años trabaja en Australia como ingeniero de sistemas. «Incluso habíamos planeado llevarlos a vivir allí en diciembre y esta semana teníamos que recoger sus pasaportes», se lamenta con la voz quebrada, refiriéndose a ese futuro que ya nunca ocurrirá.

Como una familia

Desamparado, se aferra a su hermano y a los vecinos de su «Barangay», el barrio donde creció y que son como una familia para él. A pesar de los violentos episodios de pillaje que estallaron en la ciudad de Tacloban tras el paso del tifón Yolanda, que los damnificados atribuyen a «gente desesperada que no tenía nada y se volvió loca», en descargo de los filipinos hay que decir que este corresponsal ha sido recibido con sonrisas en plena tragedia y ayer fue invitado a comer dos veces en sendas casas de damnificados que tenían poco más para ofrecer que un cuenco de arroz frío. Junto a lo peor, lo mejor de cada ser humano también aflora en esta catástrofe.

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