El primer ministro británico, David Cameron, atiende a la prensa en Bruselas el pasado jueves
Pese a los buenos datos económicos hay empate técnico entre los grandes partidos
LUIS VENTOSO / CORRESPONSAL EN LONDRES - Día 14/02/2015 - 18.19h
Cuando los comicios no arrojan una mayoría clara, los ingleses hablan de «un Parlamento ahorcado». El próximo jueves 7 de mayo se celebran las elecciones generales más disputadas de las últimas décadas en el Reino Unido. Faltan solo 81 días y lo único que se vislumbra claramente es la soga del ahorcado de la metáfora. Conservadores y laboristas registran un empate técnico en las encuestas. Ambos están muy lejos de los 326 escaños de la mayoría absoluta.
El confortable bipartidismo clásico es historia también en Westminster. David Cameron, un antiguo relaciones públicas de 48 años, forjado en Eton y Oxford como buen patricio que es, ostenta mejor valoración personal que el Partido Conservador que lidera. Pero no logra desplegarse de Ed Miliband, de 45, un tipo un tanto sui géneris, emocional y de rostro desencajado. Graduado también por Oxford, se trata de un socialista a la vieja usanza, de origen judío y excelente currículo académico, cuestionado en sus propias filas por el recalcitrante sector de los «blairistas». Miliband pone los pelos de punta a casi todo el empresariado. Y aun así, ni siquiera la buena hoja de servicios económicos de Cameron le ha permitido despegarse, cuando la tasa de paro ha caído al 5,8% y el país está creciendo al 2,6, lo que lo convierte en un faro en medio de la atonía de la UE.
Hay algo que diferencia radicalmente la precampaña británica de la española: los políticos hablan de asuntos concretos, hacen propuestas con números. Cameron anuncia más recortes, «pero justos y sensatos, no se va a caer el mundo», añade. Ha anunciado como bandera electoral su intención de reducir el tope de ayudas sociales que puede recibir una familia, que bajarán de 34.7000 euros anuales a 30.700. También retirará las ayudas para vivienda a los parados de 18 a 21 años. «Fijar un techo a las subvenciones provoca una estampida de gente hacia las oficinas de empleo», explica con un liberalismo sin complejos, que en España sería estricnina en las urnas. También promete pleno empleo y bajadas de impuestos: «Debemos partir de la premisa de que el dinero es de la gente y donde mejor está es en su bolsillo».
Promesas incumplidas
Pero parte de la clase media no ha olvidado que durante la crisis sus salarios menguaron seriamente, aunque en el 2014 han vuelto a subir. También recuerdan que la coalición de conservadores y liberales subió el IVA nada más llegar, incumpliendo una promesa electoral. Otro punto débil de Cameron es que ha calado el mantra de la izquierda de que los tories quieren privatizar el Servicio Nacional de Salud, el NHS. Institución queridísima por los británicos, Miliband se ha erigido en su paladín. En ese debate no le ha ayudado a Cameron que su cuñado Carl, un cardiólogo, haya salido a quejarse de que los hospitales están siendo sometidos a «extraordinarios desafíos».
Lo conservadores padecen de siempre un agujero negro en Escocia. El sistema electoral británico, donde el primero se lo lleva todo, hace que no existan allí. Tampoco funcionan bien en el peleón Norte de Inglaterra. Con todo, lo que los aparta de los corazones para poder firmar una mayoría absoluta es una cuestión social-sentimental. Sigue vivo cierto arraigo de clase y muchos votantes no conectan con el porte aristocráticos de Cameron y su ministro de Economía, George Osborne. Ambos proponen un conservadurismo «moderno y compasivo», y en cierto modo lo es. Pero muchos votantes siguen vislumbrando al hijo de un agente de Bolsa de linajuda familia, pariente lejano incluso de la Reina (Cameron) y a un vástago de la nobleza anglo-irlandesa de porte bastante arrogante (Osborne); ambos formados en Oxford. Cameron tampoco funciona entre las madres con hijos pequeños, donde está muy mal valorado por el peso de las ayudas sociales.
Si Cameron tiene hándicaps, Miliband es un poema. Todo le sale mal. Cuando quiere mostrarse humano y se para a dar unas monedas a una mendiga rumana que pide en la calle, la prensa descubre que le ha dado solo unos peniques (y encima sale en la foto con cara de repelús). Cuando presenta su programa en la convención laborista, se convierte en la broma nacional al olvidarse citar uno de los caballos de batalla de estos comicios, la lucha contra el déficit, esos 2,004 billones que debe el Reino Unido, el 87,90% de su PIB (España: 1,02 billones de euros, el 96,80% del PIB). Cuando hacen una encuesta callejera con simpatizantes laboristas, muchos describen a su líder como «un hombre extraño». El consejero de Boots, la mayor cadena de farmacias-droguerías del Reino Unido, con 70.000 empleados, acaba de afirmar que si Miliband llega al Gobierno será «una catástrofe para Gran Bretaña» y tilda su programa de «antiempresas». Por su parte Blair practica un poco el juego de Aznar con Rajoy: pellizcos de monja desde la atalaya de su prestigio, que arman gran polvareda y luego suaviza.
El programa laborista es izquierda de libro. «Caos económico», según George Osborne. Tras su amnesia en el atril, Miliband ha prometido que acabará con el déficit en la próxima legislatura, pero sin concretar cómo. Anuncia un plan a diez años para salvar el Servicio Nacional de Salud, subirá los impuestos a las rentas altas y creará uno nuevo que gravará las viviendas valoradas en más de dos millones, que en Londres distan de ser pocas.
El laborismo puede perder su granero de votos escocés. El Partido Nacionalista Escocés (SPN) es inmensamente popular tras la polarización del referéndum y se podría llevar 54 de los 59 escaños de Escocia en el Parlamento de Londres. Los laboristas bajarían de 41 actuales a solo cuatro. Puede darse la sangrante paradoja de que el SPN, el partido que abomina de la Unión y detesta a Londres, sea quien le facilite a Miliband el alojarse en el número 10 y se convierta en árbitro de la política del país que desea romper.
Cameron ha prometido un referéndum sobre la continuidad en la UE para el 2017, que algunos tories proponen adelantar ya. Miliband, al igual que el grueso del empresariado brtiánico, es pro UE. El debate sobre Europa y la inmigración sigue vivo, pero ya no pesa tanto como a finales del año pasado; se piensa más con el bolsillo. Tal vez coincida con la pérdida de fuelle de UKIP, el partido eurófobo, cuyo líder, el extravertido Nigel Farage, se ha tomado un enero abstemio, sin sus relajantes pintas. Su salida del pub coincide casualmente con que su formación parece tener menos gas.
La gran paradoja es que aunque hoy Miliband marcha por delante casi todo el mundo cree que pasado el 7 de mayo en el número 10 de Downing Street seguirá viviendo David Cameron. Pero el partido está muy abierto.
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