La construcción de una gran colonia israelí en la zona E-1, cerca de Jerusalén, desbarata la continuidad territorial de Cisjordania
ANA CARBAJOSA Jerusalén
E-1 es a primera vista un páramo palestino con vistas al mar Muerto. Pero en términos políticos es el culpable de que la paciencia europea se haya quebrado; de que la tensión entre Israel y los países europeos haya alcanzado máximos históricos por culpa del crecimiento de los asentamientos. Porque E-1 no es un proyecto de colonia más. Es para algunas cancillerías occidentales el último clavo en el ataúd de la solución de los dos Estados, la que debe culminar en la creación de un Estado palestino que viva al lado del israelí. Porque por su emplazamiento estratégico, si Israel termina construyendo en E-1, Cisjordania se partiría prácticamente en dos. La continuidad territorial de una futura Palestina quedaría de facto hecha trizas.
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Una votación con consecuencias
La ONU acepta a Palestina
Por eso Washington ha hecho de E-1 durante años su línea roja. Y por eso, Israel ha anunciado que ha comenzado los trabajos preliminares para construir en esta zona justo ahora, a pesar de que los planes existen desde hace décadas. Los israelíes han pronunciado conscientemente la palabra tabú, “E-1”. Porque al margen de anunciar la construcción de 3.000 nuevas viviendas en territorio ocupado, se trataba sobre todo de tocar una fibra muy sensible y de dejar claro que el reconocimiento mundial de los palestinos ante la ONU el pasado jueves no ha sido de su agrado.
A E-1 se llega por la carretera que une Jerusalén con Jericó. Un desvío da paso a una larga cuesta, que termina en la cúspide de una de las clásicas colinas empedradas cisjordanas. Una comisaría de policía israelí corona el monte. Es el único edificio de una zona que, por lo demás, está lista para la urbanización. La carretera de subida, de hasta tres carriles, está trufada con glorietas que llevan a ninguna parte, pero de las que deben salir nuevas calles el día que se empiece a construir. Hay farolas, electricidad y abastecimiento de agua. Todo está listo desde hace años. Solo falta que la coyuntura política permita empezar a enladrillar.
Junto a la comisaría, hay un pequeño mirador con un panel explicativo, firmado por varios parlamentarios israelíes que estuvieron allí hace tres años y que aseguran que “con la ayuda de Dios este lugar será construido”. Una cita bíblica (Salmos 118) encabeza el manifiesto: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”.
Ante el panel, Aviv Tatrasky, investigador de campo de la organización israelí Ir Amim, ofrece su diagnóstico. “Si esto se queda dentro de Israel, supondrá el fin del Estado palestino”. Los datos que maneja esta organización, que sigue de cerca la expansión de los asentamientos en torno a Jerusalén, indican que la idea es construir 3.500 viviendas y 2.100 plazas hoteleras en este monte pelado. Centros comerciales y una zona industrial completan la lista. El área suma unos 12 kilómetros cuadrados, parte de ellos de propiedad privada palestina. Al margen de cuestiones geoestratégicas, la urbanización forzaría la expulsión de 11.000 beduinos que malviven en este enclave semidesértico, aseguran en Ir Amim.
Desde el mirador de E-1 se divisa Jerusalén oriental, el mar Muerto y hasta Jordania. Enfrente, como una mole, aparece Maale Adumim, uno de los mayores asentamientos de Cisjordania, donde viven unos 40.000 israelíes y que sería el núcleo de población encargado de acoger en sus límites municipales la polémica expansión. La urbanización de E-1 es una de las grandes ambiciones del alcalde de Maale Adumim, del gubernamental Likud, que aspira a convertir su asentamiento en una gran ciudad a las puertas de Jerusalén.
El Gobierno acelera también el plan de construir 1.700 viviendas en Jerusalén Este
Hoy Maale Adumin es un conjunto de chalés adosados y edificios de pisos rodeados de zonas ajardinadas. Piscinas municipales, escuelas, autobuses de línea y todo tipo de servicios dan una idea de hasta qué punto para muchos israelíes este territorio forma parte de su país, a pesar de que el consenso internacional y los mapas digan lo contrario.
Amir Chesin, vive en Maale Adumim desde hace casi 30 años, aunque dice que no comulga con los planes colonizadores israelíes. Señala que en su ciudad los vecinos están deseosos de crecer gracias a la urbanización del E-1. Añade que la población de Maale Adumim se está derechizando hasta un punto que él mismo está pensando en mudarse.
Para el negociador palestino Saeb Erekat, Maale Adumim y sus alrededores “tienen como función poner la lápida a la solución de dos Estados”. “Destruye cualquier horizonte de paz”, añade. Sus afirmaciones las comparten no pocos diplomáticos occidentales, porque aunque la construcción de E-1 no corta en sentido estricto la conexión entre el norte y el sur de Cisjordania, sí reduce la continuidad territorial de un futuro Estado de forma drástica.
Fuentes del Ejecutivo israelí explican que la idea de construir en E-1 no es nada nuevo. Que es un proyecto que se remonta a los años noventa, a la época del entonces primer ministro Isaac Rabin, y que la idea sigue siendo la misma de entonces. “Israel quiere que cuando se decida el estatus final de los territorios, Maale Adumim quede conectada con E-1 y con Jerusalén. Forma parte de nuestros intereses”. Desde que la idea naciera hace 20 años, los asentamientos en Cisjordania y en Jerusalén Este no han dejado de crecer, hasta formar un cordón alrededor de la Ciudad Santa.
El Gobierno israelí ha decidido también acelerar el plan de construir 1.700 viviendas en la colonia de Ramat Shlomo, en Jerusalén Este, según el diario Haaretz, en respuesta a la votación de la ONU. El comité de planeamiento y edificación de la ciudad estudiará en dos semanas el controvertido plan, que fue anunciado en marzo de 2010 en plena visita oficial a Israel del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Ramat Shlomo es un barrio habitado por judíos ultraortodoxos en el sector oriental de Jerusalén, de mayoría árabe y que fue anexionado por Israel en 1967. El proyecto que ahora se pretende relanzar quedó paralizado tras provocar una grave crisis diplomática entre EE UU e Israel. La Casa Blanca condenó entonces el plan de ampliar Ramat Shlomo por socavar el proceso de paz. Los palestinos, por su parte, cancelaron las conversaciones indirectas con Israel tras el anuncio.
E-1 es a primera vista un páramo palestino con vistas al mar Muerto. Pero en términos políticos es el culpable de que la paciencia europea se haya quebrado; de que la tensión entre Israel y los países europeos haya alcanzado máximos históricos por culpa del crecimiento de los asentamientos. Porque E-1 no es un proyecto de colonia más. Es para algunas cancillerías occidentales el último clavo en el ataúd de la solución de los dos Estados, la que debe culminar en la creación de un Estado palestino que viva al lado del israelí. Porque por su emplazamiento estratégico, si Israel termina construyendo en E-1, Cisjordania se partiría prácticamente en dos. La continuidad territorial de una futura Palestina quedaría de facto hecha trizas.
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A E-1 se llega por la carretera que une Jerusalén con Jericó. Un desvío da paso a una larga cuesta, que termina en la cúspide de una de las clásicas colinas empedradas cisjordanas. Una comisaría de policía israelí corona el monte. Es el único edificio de una zona que, por lo demás, está lista para la urbanización. La carretera de subida, de hasta tres carriles, está trufada con glorietas que llevan a ninguna parte, pero de las que deben salir nuevas calles el día que se empiece a construir. Hay farolas, electricidad y abastecimiento de agua. Todo está listo desde hace años. Solo falta que la coyuntura política permita empezar a enladrillar.
Junto a la comisaría, hay un pequeño mirador con un panel explicativo, firmado por varios parlamentarios israelíes que estuvieron allí hace tres años y que aseguran que “con la ayuda de Dios este lugar será construido”. Una cita bíblica (Salmos 118) encabeza el manifiesto: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”.
Ante el panel, Aviv Tatrasky, investigador de campo de la organización israelí Ir Amim, ofrece su diagnóstico. “Si esto se queda dentro de Israel, supondrá el fin del Estado palestino”. Los datos que maneja esta organización, que sigue de cerca la expansión de los asentamientos en torno a Jerusalén, indican que la idea es construir 3.500 viviendas y 2.100 plazas hoteleras en este monte pelado. Centros comerciales y una zona industrial completan la lista. El área suma unos 12 kilómetros cuadrados, parte de ellos de propiedad privada palestina. Al margen de cuestiones geoestratégicas, la urbanización forzaría la expulsión de 11.000 beduinos que malviven en este enclave semidesértico, aseguran en Ir Amim.
Desde el mirador de E-1 se divisa Jerusalén oriental, el mar Muerto y hasta Jordania. Enfrente, como una mole, aparece Maale Adumim, uno de los mayores asentamientos de Cisjordania, donde viven unos 40.000 israelíes y que sería el núcleo de población encargado de acoger en sus límites municipales la polémica expansión. La urbanización de E-1 es una de las grandes ambiciones del alcalde de Maale Adumim, del gubernamental Likud, que aspira a convertir su asentamiento en una gran ciudad a las puertas de Jerusalén.
El Gobierno acelera también el plan de construir 1.700 viviendas en Jerusalén Este
Hoy Maale Adumin es un conjunto de chalés adosados y edificios de pisos rodeados de zonas ajardinadas. Piscinas municipales, escuelas, autobuses de línea y todo tipo de servicios dan una idea de hasta qué punto para muchos israelíes este territorio forma parte de su país, a pesar de que el consenso internacional y los mapas digan lo contrario.
Amir Chesin, vive en Maale Adumim desde hace casi 30 años, aunque dice que no comulga con los planes colonizadores israelíes. Señala que en su ciudad los vecinos están deseosos de crecer gracias a la urbanización del E-1. Añade que la población de Maale Adumim se está derechizando hasta un punto que él mismo está pensando en mudarse.
Para el negociador palestino Saeb Erekat, Maale Adumim y sus alrededores “tienen como función poner la lápida a la solución de dos Estados”. “Destruye cualquier horizonte de paz”, añade. Sus afirmaciones las comparten no pocos diplomáticos occidentales, porque aunque la construcción de E-1 no corta en sentido estricto la conexión entre el norte y el sur de Cisjordania, sí reduce la continuidad territorial de un futuro Estado de forma drástica.
Fuentes del Ejecutivo israelí explican que la idea de construir en E-1 no es nada nuevo. Que es un proyecto que se remonta a los años noventa, a la época del entonces primer ministro Isaac Rabin, y que la idea sigue siendo la misma de entonces. “Israel quiere que cuando se decida el estatus final de los territorios, Maale Adumim quede conectada con E-1 y con Jerusalén. Forma parte de nuestros intereses”. Desde que la idea naciera hace 20 años, los asentamientos en Cisjordania y en Jerusalén Este no han dejado de crecer, hasta formar un cordón alrededor de la Ciudad Santa.
El Gobierno israelí ha decidido también acelerar el plan de construir 1.700 viviendas en la colonia de Ramat Shlomo, en Jerusalén Este, según el diario Haaretz, en respuesta a la votación de la ONU. El comité de planeamiento y edificación de la ciudad estudiará en dos semanas el controvertido plan, que fue anunciado en marzo de 2010 en plena visita oficial a Israel del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Ramat Shlomo es un barrio habitado por judíos ultraortodoxos en el sector oriental de Jerusalén, de mayoría árabe y que fue anexionado por Israel en 1967. El proyecto que ahora se pretende relanzar quedó paralizado tras provocar una grave crisis diplomática entre EE UU e Israel. La Casa Blanca condenó entonces el plan de ampliar Ramat Shlomo por socavar el proceso de paz. Los palestinos, por su parte, cancelaron las conversaciones indirectas con Israel tras el anuncio.
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