lunes, 15 de junio de 2015

La derecha mexicana inicia la carrera hacia la presidencia

Felipe Calderón junto a su esposa, Margarita Zavala, en 2012. / STRINGER/MEXICO (REUTERS)

MARGARITA ZAVALA »

Margarita Zavala, esposa del expresidente Calderón, se postula como candidata a la presidencia del PAN

La crisis de México

JAN MARTÍNEZ AHRENS México 15 JUN 2015 - 08:58 CEST


La batalla en la derecha mexicana ha comenzado. Espoleada por los pésimos resultados obtenidos en las pasadas elecciones por el Partido de Acción Nacional (PAN), Margarita Zavala, la esposa del expresidente Felipe Calderón (2006-2012), sorprendió a propios y extraños al anunciar su intención de disputar la presidencia de México. Este sorprendente paso marca el inicio de una contienda interna que se prevé larga y dolorosa para la segunda fuerza mexicana, pero también muestra que, superadas las elecciones intermedias, el país ha entrado en un nuevo ciclo político. En México ha empezado la carrera por la presidencia.

El desafío de Zavala, de 47 años, es un efecto directo de la crisis que devora al PAN. Ni es diputada ni tiene poder orgánico dentro de la formación. Sus aspiraciones han sido dinamitadas hasta la fecha por el presidente, Gustavo Madero, un político de talante moderado, que hace un año derrotó con el 57% de los votos al sector calderonista en unas primarias. Una vez afianzado en el poder, Madero llevó a cabo una implacable purga en la que no le importó humillar públicamente a Zavala el dejarla fuera de las listas electorales. A la par, Madero, al que sus críticos atribuyen un excesivo entreguismo al PRI, se impuso como gran meta la mejora de los resultados electorales.

El partido, desde la victoria presidencial de Vicente Fox en 2000, con el 42,5% de los votos, ha sufrido un largo declive. Con Calderón descendió al 35,8%, y en las pasadas presidenciales perdió con el 25%. Madero consagró sus energías a romper esta tendencia a la baja. Pero las elecciones del 7 de junio echaron por tierra su esfuerzo. El PAN, aunque sin perder demasiados diputados, solo obtuvo un 21% del voto. Nada había frenado la caída.

El traspié electoral abrió la caja de los truenos. Y Margarita Zavala aprovechó la brecha para atacar. Pero para sorpresa de sus correligionarios no buscó la presidencia del partido, sino de la nación. La apuesta máxima. El anuncio lo efectuó mediante un vídeo sobrio y de factura apresurada, con constantes y extraños primeros planos a su boca y sus manos. En su discurso (2,01 minutos) busca atraer fuerzas más allá del perímetro del partido. Tras unas elecciones que han demostrado el fuerte auge de las candidaturas independientes, con fenómenos telúricos como la victoria de El Bronco en Nuevo León, Zavala propone “construir un proyecto nacional que congregue a panistas, pero también a quienes han votado por otras alternativas y a quienes han dejado de creer en los partidos”. Este ensanchamiento de la base electoral no será fácil.

De modos tranquilos y bien considerada por sus adversarios, la presencia de Margarita Zavala en la arena política es anterior a su matrimonio con Calderón. En los últimos meses ha cultivado con esmero esta personalidad propia. Ha evitado en sus intervenciones cualquier referencia al pasado y se ha tallado una figura almibarada con constantes apariciones en revistas. Pero pocos dudan de que por mucha que sea la distancia actual, su unión con el presidente que desató la infernal guerra contra el crimen organizado le pasará factura. México aún vive el espanto de las 80.000 muertes y 23.000 desapariciones que dejó el mandato de Calderón. Y esta carga la perseguirá en cualquier contienda.

Pero no es solo al pasado a quien tendrá que enfrentarse Zavala. Su enemigo ya ha dado el primer movimiento para cerrarle el paso. Madero abandonará previsiblemente la presidencia del PAN y dejará el puesto a su epígono Ricardo Anaya, actual jefe del grupo parlamentario. La salida le permitiría reducir las críticas y, como ya hizo el año pasado, teledirigir a través de su delfín las riendas del partido. Anaya, en esta línea, ha pedido que se adelante la elección a la presidencia del PAN. Si en esta jugada Madero logra mantener el aparato bajo su control, las posibilidades de Zavala, según los expertos, se verán seriamente reducidas.

Pero sea cual sea el resultado final de la batalla, la postulación de Zavala muestra que el universo político mexicano ha entrado en un nuevo ciclo. Pasadas las elecciones intermedias, donde se medía básicamente la implantación local y estatal, todos los grandes partidos tienen la vista puesta en 2018, fecha de los comicios presidenciales. En la izquierda ya hay un aspirante declarado: el carismático e incombustible Andrés Manuel López Obrador. Dos veces candidato presidencial con el PRD, ahora dispone de su propia formación, Morena, para la contienda. Pero su base es exigua. Su estreno electoral, aunque potente en zonas clave como la Ciudad de México, no le ha permitido pasar del 8% del voto y ha supuesto la fractura de la izquierda.

En el PRI, el proceso de elección aún está en los albores. Los diferentes barones, temerosos de caer fulminados, apenas han empezado a moverse. El interrogante, dados los poliédricos equilibrios de poder mexicanos, necesitará tiempo para su resolución, y será con seguridad Peña Nieto el que, antes de abandonar la presidencia, tome la decisión. La batalla no ha hecho más que empezar.

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