martes, 8 de septiembre de 2015

EL DRAMA DE LOS REFUGIADOS

MAYA BALANYA
Mahmud Abdi y su mujer (izquierda) con la esposa y los tres hijos de mohamed


CRISIS MIGRATORIA

Mohamed y su familia han huido del horror de la guerra de Siria. Hoy viven en un centro de refugiados de Getafe

MARÍA ISABEL SERRANO @ABC_MADRID / MADRID - Día 08/09/2015 - 10.56h


Mohamed, ingeniero de energías renovables, salió huyendo de Siria con su familia. Él, su mujer y sus tres hijos menores temían quedar aplastados por una bomba. Su hogar, una bonita casa en Kobani, quedó reducida a cenizas. Llevan unos meses en Madrid. «Había que venir a Europa para respirar y olvidar el horror», nos dice. Los cinco viven en un centro de refugiados de Getafe y se tienen que apañar con 90 euros al mes. «Lo que nos da el Estado español: 30 por cada adulto y 10 por cada niño».

La tragedia de una crisis migratoria sin precedentes ha traído hasta Madrid a esta familia. No había más camino que España. Y lo hicieron a través de Marruecos y Argelia. Antes pasaron por Estambul. Ahí, las mafias acabaron con los pocos ahorros que pudo llevarse Mohamed. A España entraron por Melilla.

«Entre 2012 y 2014 toda la familia salió de Kobani. Éramos 26. Tengo parientes en otros países europeos y están mucho mejor. Con 90 euros es imposible vivir. Su ministro de Asuntos Exteriores –nos dice– quiere que los refugiados vivamos con dignidad. ¿Pero qué dignidad hay en esos 90 euros?». A Mohamed no le importaría quedarse en nuestro país porque, además de que les gusta, «soy consciente de que Alemania ya se ha llenado». La meta alemana tiene, según este hombre afable que no pierde la sonrisa y que sólo habla kurdo e inglés, una razón de ser. «Allí te dan 350 euros y te ayudan a buscar una vivienda. Estar en un centro de refugiados es mejor que el horror de la guerra, pero, al final, estás como en una especie de gueto. No tiene intimidad. No puede haber integración. Y sin trabajo no hay forma de salir adelante».

La mujer de Mohamed, Tali, era presentadora de televisión en Siria. Apenas habla. Con la mirada medio perdida y pendiente de sus tres hijos, echa la vista, de vez en cuando, a la cadena Rudaw, del Kurdistán, que está encendida en la casa de Mahmud Abdi, un compatriota sirio que los tiene invitados hoy en su casa de Vallecas.

La bandera kuda

Mahmud, licenciado en Ciencias de la Información por la Complutense, es miembro de la Asociación de Apoyo por el Pueblo Sirio. Se deshace por su gente. Aunque él tiene nacionalidad española porque lleva aquí más de cuarenta años. Su hogar es el hogar de muchos sirios refugiados. Les ayuda y les orienta. Y en esta vivienda conviven también la bandera kurda y un escudo del Real Madrid.

Ni Mohamed ni Mahmud quieren hablar mucho de la guerra. Sólo lo suficiente para que nos hagamos a la idea de que el infierno está en la Tierra. «Es imposible comprender que Occidente acepte cosas como está. Países que se desangran y millones de inocentes que mueren y sufren», dice Mahmud.

Y, mientras Mohamed vuelve a sus recuerdos. «Mis hijos se aterrorizaban. La gente en Siria es buena; los malos son la guerra y el Gobierno. Cuando sonaban las primeras bombas, se venían corriendo a nuestra cama. Hoy andan como perdidos, como en un limbo. Mi mujer y yo procuramos no decirles toda la verdad de lo que pasa en Siria.Todavía tienen pesadillas. Tampoco les hablamos de nuestra precaria situación aquí, en Madrid, pero ellos no son tontos».

En el centro de refugiados de Getafe tienen alojamiento y comida. Lo que pide Mohamed es trabajo. Y no puede. «Tengo la cartilla roja, para seis meses, que da la Oficina de Asilo y Refugio. Pero con ella no accedes a un trabajo. Sin empleo, no hay forma de pagar un alquiler, abrir una cuenta en un banco... Sólo contamos con 90 euros. Este verano mis hijos veían como otros niños comían un helado. Yo no podía dárselo». «Si en España no puedo trabajar, que me dejen ir a otro país», exclama.

Tampoco eso es posible. Cuando a Mohamed le caduque la cartilla roja, pueden pasar dos cosas. una, que se la renueven por otros seis meses con lo que su situación no habrá cambiado. Dos, que le den una de larga duración. Con ella, sí podría trabajar. «Pero sospecho que me volverán a dar la roja», comenta con pocas esperanzas.

De momento, estos días, sus tres hijos van a empezar el colegio. Irán a un centro público y tendrán un «aula de enlace» para que aprendan español. Sueñan con jugar y ser felices.

Una acogida sin regular

M. I. S. MADRID

¿Cómo se articula? A través de centros oficiales que, principalmente, dependen de un organismo interministerial. Los hay también gestionados por ONG.

¿Se puede acoger a una familia siria? Están surgiendo muchas iniciativas, de ayuntamientos y de particulares. Éstos últimos ofrecen sus casas. Sin embargo, los expertos consultados aseguran que esta posibilidad «está sin reglamentar» y que habrá que esperar a un procedimiento.

La residencia. Cuando un refugiado pide asilo se le puede conceder por razones políticas o humanitarias. Recibe un permiso de residencia de seis meses prorrogables que conlleva alojamiento, asistencia sanitaria y psicológica. El permiso de residencia temporal (lo que se conoce como la tarjeta roja) es el documento que acredita que se ha solicitado la protección. Dura seis meses, no da acceso al trabajo ni es válida para el cruce de fronteras.

Si tras la renovación no le dan de larga duración sí puede trabajar.

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