martes, 22 de septiembre de 2015

Justicia para un héroe luego de 42 años

EN LA FOTO: El Mayor Mario Lavanderos Lataste, asesinado por el el teniente coronel David Reyes Farías, jefe de Operaciones Psicológicas del Estado Mayor.

Crimen en la Academia de Guerra

Por Mario López M. (cambio21.cl)


“No dé cuenta de este hecho,” ordenó el teniente coronel David Reyes Farías, jefe de Operaciones Psicológicas del Estado Mayor, al cabo 1°

Francisco Lazar Muñoz, en la Academia de Guerra. Acababa de asesinar al mayor Mario Lavanderos, jefe de Extranjería en el campo de concentración del Estadio Nacional, tras el golpe. La razón: Lavanderos había liberado a 68 prisioneros extranjeros por razones humanitarias.

Tardío reconocimiento

Debieron transcurrir más de 40 años para que por fin se conociera el acto humanitario y se condenara al criminal. La sentencia sin embargo consideró que Reyes Farías había actuado en un arranque de ira producto de la liberación de los detenidos y todo ello en estado de ebriedad, por lo que no se consideró que existieran agravantes. La víctima pagó caro el obrar compasivo. Hoy pasa a ocupar un lugar de honor entre aquellos que se opusieron a la bestialidad que siguió al golpe de Estado. El victimario sigue gozando de libertad y no pagará con cárcel.

Hasta el día de hoy se contabilizan 990 casos calificados de ex-funcionarios de las Fuerzas Armas, Carabineros, la Policía de Investigaciones y Gendarmería de Chile, que fueron exonerados o dados de baja por razones políticas por la dictadura, de los cuales solo 345 han conseguido obtener una pensión. Varios fueron asesinados por oponerse al golpe o, en otros casos, por resistir tratos inhumanos a prisioneros. También hubo quienes fueron asesinados por negarse a matar a sangre fría o los liquidaron simplemente por ayudar a los cautivos.

La reciente sentencia de la Segunda Sala de la Corte Suprema, estimó que el homicidio del mayor del Ejército Mario Lavanderos, fue obra del también oficial en retiro David Reyes Farías, por lo que lo condenó a 5 años de presidio con el beneficio de la libertad vigilada. La causa en primera instancia estuvo a cargo del juez Mario Carroza. El motivo del crimen, haber liberado a 68 prisioneros bolivianos y uruguayos que estaban recluidos en el Estadio Nacional de Santiago y entregarlos como refugiados al embajador de Suecia.

¿Por qué los liberó?

Quizás ese sea un asunto que jamás podrá resolverse. Las versiones dan cuenta de un oficial sensible y que, sin ser de izquierda o contrario al golpe, no estaba de acuerdo con ejecutar prisioneros de manera sumaria. Otros dan cuenta de su poca experiencia en cuestiones administrativas, lo que lo habría llevado a liberar a los detenidos saltándose los procedimientos habituales. Como sea, no deja de llamar la atención que no solo los haya liberado sino que los hubiera entregado al embajador de Suecia Harald Edelstam, conocido por su aporte en la liberación de presos políticos.

Un dato interesante: El día anterior a su asesinato, el mayor Lavanderos mantuvo un diálogo con el comandante de aviación Leopoldo Hugo Moya Bruce, secretario del general Herrera, jefe de la Oficina Coordinadora del Campamento de Detenidos. Más tarde Moya Bruce declararía que Lavanderos estaba "muy preocupado y nervioso" por haber hecho entrega de los prisioneros políticos a Edelstam. También declaró ante la fiscalía militar que le habría expresado "dudas si había actuado correctamente o no". Moya llegaría a afirmar que Lavanderos buscó excusarse señalando que lo había hecho para agilizar el procedimiento de liberación de ellos.

"Lavanderos, por lo que conversé con él, eludió todos los procedimientos que existían con esta gente (los prisioneros) y los entregó el día 16 de octubre al embajador aludido (Edelstam), explicando su resolución diciendo que tenía la intención de agilizar el procedimiento." El comandante FACH Napoleón Bravo, ratificó tal situación: "lo encontré muy nervioso" señalando que éste le habría mostrado una lista de ciudadanos uruguayos que según Bravo habría entregado por iniciativa propia al embajador de Suecia. Algunos de los liberados han declarado que habrían hablado con Lavanderos rogándole que intercediera por ellos, que les "salvara de ese infierno".

El iracundo Reyes

Reyes Farías estaba irritado, le parecía inaceptable que se hubiera permitido la liberación de los detenidos, más todavía que quien lo ordenó recién asumía cinco días antes como jefe de la Sección Extranjería del recinto de detenidos del Estadio Nacional. En tal condición había firmado un documento por el cual otorgaba la libertad a los detenidos de nacionalidad uruguaya y boliviana que se encontraban prisioneros en ese recinto deportivo, los que fueron entregados al Embajador de Suecia como refugiados.

Un iracundo Reyes se había encerrado a beber en el casino de la Academia de Guerra, magullando su molestia y fue allí donde esperó que apareciera el mayor Lavanderos. "Se encontraba en estado de ebriedad al momento de dar muerte a la víctima, pues había estado bebiendo alcohol desde horas antes y continuó haciéndolo cuando llegó a su mesa el oficial Lavanderos, quien por su parte no consumió bebidas alcohólicas", afirma la sentencia.

Apenas apareció el mayor lo increpó de manera violenta. No era primera vez que discutían, pues solían discrepar acerca del tratamiento a los prisioneros y en otros temas políticos, señalaron testigos en la causa. Se conocían bien, ambos vivían juntos en la calle García Reyes número 12, que era un edificio especial para oficiales y que estaba al lado de la Academia de Guerra. Ambos eran solteros y muchas veces se les vio junto, a pesar de sus obvias diferencias. Reyes Farías era Oficial de Inteligencia en la Academia de Guerra.

El extraño "suicidio"

Era bastante tarde, por lo que Reyes Farías ordenó al poco personal que quedaba a esa hora en el casino que se retirara, "yo cierro", les dijo. Así se quedó solo con la víctima, pero no reparó que el ayudante de mozo, Pedro Rivera, no se retiró del todo del lugar, sino que se recostó a dormir tras unos muebles del bar, en el suelo, fuera de la vista de quienes polemizaban. Deseaba asegurarse de cerrar el recinto una vez que se marcharan los oficiales. Ese fue un detalle sería más tarde muy importante.

De pronto, cerca de las 2:30 horas de esa madrugada, Reyes, tomó su arma de servicio y apunto al mayor Lavanderos, acercó el cañón de su pistola a la cara de la víctima y lo apoyó sobre el lado izquierdo del labio superior, según señala la resolución. Con frialdad, apretó el gatillo. "La impresión que a esta Corte provoca la conducta del autor es que correspondió a una reacción iracunda, a un arranque de ira motivado por la intervención de la víctima en la liberación de más de 30 prisioneros políticos extranjeros", indica el fallo.

La bala de la pistola Browning calibre 9 milímetros destrozó parte del cráneo del oficial, pero no le provocó la muerte inmediata. Mario Lavanderos Lataste, quien a esa fecha tenía 37 años, fue trasladado de inmediato al hospital Militar de Santiago, donde falleció durante la madrugada del día siguiente. El orificio dejado por la bala no presentaba desgarramiento de la piel como sucede al dispararse el arma apoyada como consignó el sumario, por tanto el tiro fue hecho de cierta distancia y no existen casos similares de suicidas que lo hagan de esa forma. La famalla de Reyes Farías fue aceptada por la Fiscalía Militar, la que jamás investigó el caso, sobreseyéndolo en dos oportunidades.

La puesta en escena

El alevoso crimen ocurrió la madrugada del 18 de octubre en el casino de la Academia de Guerra. Reyes Farías, con increíble frialdad, preparó la escena para simular un suicidio, colocando al lado del cuerpo agonizante de Lavanderos, el arma de fuego. Vera que estaba en el mismo lugar vio la escena en la cual el asesino colocaba el arma al lado del cuerpo. A la par, alertados por el disparo el centinela del segundo piso el cabo 1º Francisco Lazar Muñoz y un par de oficiales junto al suboficial mayor de turno esa noche, ingresaron raudos al lugar.

Las declaraciones judiciales del cabo Lazar, señalaron que el teniente coronel Reyes le pidió que no diera cuenta del hecho, cuando solicitó autorización para informar del incidente, según afirma el libro Estadio Nacional de Pascale Bonnefoy. También declaró el asistente de mozo que vio al comandante Reyes tratando de colocarle una pistola en la mano de Lavanderos que yacía de bruces sobre la mesa en medio de un charco de sangre. Así es posible colegirlo del expediente de la fiscalía. Uno de los oficiales, el mayor de apellido Hormazábal, también ingresó al casino apenas efectuado el disparo y ratificó las declaraciones, según consigna el expediente de la causa.

La prueba de parafina efectuada ese mismo día al cadáver, demostró que no había restos de pólvora en sus manos ni tampoco en la manga de su blusa militar. No existían huellas dactilares de Lavanderos en la pistola, sólo las del comandante Reyes, que la había desenfundado del cinto e instalado en el lugar. Las declaraciones de Reyes son increíbles. Según él, al ir al baño, dejó su arma en la cartuchera en una silla y el mayor Lavanderos la habría desenfundado para después, con ambas manos, dispararla apoyándola contra su labio superior izquierdo.

¡Yo lo maté!

Rivera, que había visto todo, salió en busca de un oficial para informarle el hecho. Se encontró de frente con el cabo Muñoz y el suboficial mayor que estaba a cargo del turno esa noche y que venían en sentido contrario. "¡Mi comandante mató a mi mayor y le estaba poniendo la pistola en la mano!" denunció. La imagen era dantesca con la que se encontraron los que llegaban, el mayor Lavanderos estaba sentado, con la cabeza destrozada, casi sobre la mesa, la sangre cubría el piso. A su lado, el arma de Reyes.

En tribunales, el teniente coronel siempre negó el crimen. No hizo lo mismo al día siguiente del asesinato. Llamó desde la misma Academia de Guerra al mayor Arturo Aranda Forés y le confesó: "Maté a Lavanderos,", al otro lado de la línea y después de un silencio, Aranda le gritó: "¡Desgraciado! ¡Si no tuviera mujer e hijos te metería no sólo una bala, sino que todas las de mi revólver!". Así se consignaría más tarde en el proceso...

Los testigos en la Fiscalía Militar mintieron descaradamente y encubrieron a Reyes. Más tarde, frente al juez Carroza se desdijeron y cambiaron sus declaraciones. "No me expliqué bien", señaló uno de ellos, emulando los "errores involuntarios". Lo que tampoco parece que se despejará, es si se trató de un crimen ideado solo por Reyes. Las amenazas que recibirían luego del asesinato los diplomáticos suecos de parte de los militares, daban cuenta que consideraron a los liberados como "delincuentes que escaparon". Alguien debía pagar.

¿Tupamaros?

Mucho se ha especulado acerca de quiénes eran los prisioneros que salvaron su vida gracias al actuar de Lavanderos. Recordado era el discurso oficial de la época que hablaba de miles de extranjeros que venían a apoyar una revolución armada en Chile. Entre ellos se rumoreaba que se contaba con un grupo grande de Tupamaros. De hecho, varios que no fueron liberados por Lavanderos y que fueron posteriormente trasladados a Tejas Verdes bajo las garras de Manuel Contreras, fueron torturados brutalmente en ese lugar y hasta hoy continúan desaparecidos.

También se ha afirmado que la urgencia de ponerles en libertad obedecía a que el embajador sueco estaba enterado que todos ellos serían fusilados al día siguiente. Por ello se habría acercado a Lavanderos y lo habría convencido de liberarlos. Incluso se ha afirmado que le habría señalado al mayor: "Mire, usted no se ve especialmente feliz con este trabajo. ¿Qué le parece si le ayudo un poco y lo alivio de la responsabilidad que se va a echar encima con esos uruguayos?

Como sea, lo concreto es que el mayor Mario Lavanderos Lataste fue asesinado por haber optado por la vida de los prisioneros. Sintomático el que los haya entregado a un embajador marcadamente defensor de los derechos humanos y además en calidad de refugiados. ¿Por qué no lo dejó simplemente libres echándolos a la calle a su suerte?

Justicia que tarda no es justicia

El día de su asesinato, fue complicado para Lavanderos, es más, esperaba que el día siguiente fuera peor. Por eso se excusó con su madre: "No podré ir a verla a la casa esta noche -le dijo-. Tengo que estar muy temprano mañana en el Ministerio de Defensa por un asunto sumamente importante. La llamo mañana". Sería su última vez.

Los padres del mayor Lavanderos bregaron cada vez que se cerró el sumario o se le cerraban puertas para encontrar la verdad. Recurrieron incluso hasta frente al mismo Pinochet y su mujer, Lucía Hiriart, sin resultados. Olga Lataste, la madre del oficial falleció en julio de 1977. Su esposo, Idilio Lavanderos, murió poco después. Ninguno pudo ver cómo se esclarecían los hechos y se develaba una verdad que intuían. Tampoco hubo justicia para ellos, como para miles que han muerto esperándola.

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