El Gobierno confía en la ola antirecortes para minimizar el coste de su desafío
CARLOS E. CUÉ Madrid
Angela Merkel parecía tener mucha prisa el pasado 26 de enero. Subía a toda velocidad la inmensa escalinata de la cancillería en Berlín, con Mariano Rajoy siguiéndola como podía. La delegación española no acaba de entender el motivo. Era el viaje más importante del presidente. Y todo estaba medido. Hasta que, 48 horas antes, se torció: el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, amigo del presidente, dijo en Antena 3 que Merkel siempre llega “15 minutos tarde a los problemas”. Nadie en la delegación española sabía cómo suavizar ese incendio. Entonces Merkel arrancó la reunión con una broma. Y los demás entendieron sus prisas en las escaleras.
“Bueno, he visto que en España hablan de los 15 minutos de retraso de los alemanes. Supongo que se refieren a lo que nosotros llamamos minutos de cortesía académica, el tiempo que dejamos de margen antes de empezar una clase. Ya ven que hoy ni siquiera eso, somos puntuales”, soltó la canciller con tono burlón y una sonrisa. Las dos delegaciones se rieron. Era evidente que Merkel quería llevarse bien con Rajoy, y resolvió con una broma un posible conflicto. “Este tema pertenece a la historia”, remató Rajoy en la rueda de prensa posterior. La alemana volvió a reírse, y en privado le comentó de nuevo a Rajoy la broma.
La reunión con Merkel fue tan bien que ese día, según varias fuentes del Gobierno y del PP consultadas, el presidente empezó a pensar que tenía más margen para el déficit del que había pensado. En la cita, en el más puro estilo de Rajoy, nunca directo ni claro, no llegó a pedirle ese margen, ni a anunciarle lo que iba a hacer. Pero entendió que ella, y otros, solo querían de España tres cosas: reformas y garantías de que en 2013 llegará al 3% del déficit.
Ella pedía una reforma laboral muy dura, una ley de estabilidad inflexible, y que España garantizara que iba a recortar el gasto autonómico. Si les daba todo eso, pensó Rajoy, podría forzar en lo otro, el objetivo de déficit en 2012.
Es lo que hizo. Precipitó todas las reformas, se armó de argumentos de dureza, y al final, buscó el margen. El presidente y su equipo, fieles a su estilo, han escondido las cartas del 5,8% —1,4 puntos más de lo pactado— hasta el final. No solo a sus socios europeos. También a la mayoría de sus ministros. Se cerró el jueves, en la Comisión Delegada para Asuntos Económicos, antes de Rajoy se fuera a Bruselas.
Siempre se pensó en un 5,5% de máximo. Eso era cuando se creía que el déficit de 2011 se iría al 8,2%, explican fuentes gubernamentales. Cuando se fue al 8,5%, se le añadieron tres décimas al número previsto. La clave, señalan en La Moncloa, es una reducción de 3,5 puntos del déficit estructural. Una barbaridad en plena recesión, recuerdan, que afectará a las autonomías y al gasto social.
Rajoy ocultó así sus cartas definitivas, como hace siempre, pero llevaba semanas preparando el terreno a su manera. Luis de Guindos era el principal responsable de ese trabajo, pero no el único. Medio Gobierno estaba dedicado a esa tarea. Desde Margallo hasta Íñigo Méndez Vigo, su secretario de Estado para Europa, pasando por otros ministros. Y sobre todo el equipo de confianza del líder, el que le sigue a todos los viajes: Jorge Moragas, con sus contactos internacionales, y Álvaro Nadal, jefe de la oficina económica del presidente y encargado de hablar con los alemanes, entre otras cosas porque domina el idioma.
Con algunos ese trabajo funcionó, con otros, sobre todo los países nórdicos, no tanto. Pero el Gobierno está convencido de que esa batalla en Bruselas se puede ganar, y en cualquier caso era mucho más grave generar un destrozo enorme en España haciendo un recorte de 44.000 millones de euros.
El presidente no es un hombre de acción, uno de esos políticos que abren camino, pero es un especialista en aprovechar a su favor todo lo que sucede a su alrededor. Es lo que ha hecho toda su vida, según los que le conocen bien. Y en esta ocasión, poco a poco vio como el mundo entero iba girando a su favor. En Davos, en el G-20, en el Fondo Monetario Internacional, en EE UU, casi en todas partes, menos Alemania y el BCE, la presión para suavizar los recortes europeos es creciente.
En algún momento, el presidente confió en que eso haría que la UE diera un margen expreso a España. El Ejecutivo decía entonces que confiaba en una revisión de los objetivos. Era una jugada demasiado arriesgada. Cuando vio que era imposible lograrlo a tiempo, se tomó él mismo ese margen, convencido de que no habrá sanción.
Por eso, mientras en público Rajoy insistía en que cumpliría el 4,4% sí o sí y se hacía el sorprendido con las cifras de déficit de 2011, en privado ya se anunciaba a todos los socios que el déficit se iría al menos al 8,2% y que el 4,4% era inviable.
Rajoy, una vez más, busca el hueco para ver qué le puede favorecer. Ahora, por ejemplo, el presidente, según fuentes gubernamentales, da por hecho que Nicolas Sarkozy va a perder en Francia. No es que nadie lo desee en el Gobierno —es su socio— pero si sucede, se buscarán las ventajas: los socialistas franceses presionarán a Alemania para suavizar la política de ajustes y le pedirán medidas de estímulo para fomentar el crecimiento. Eso podría ser útil para España, y Rajoy no lo desaprovechará, dicen los suyos. Se adaptará, una vez más.
Es lo que hizo con la carta de 12 países del euro que fue interpretada como un toque de atención al eje franco-alemán. No era una iniciativa suya, sino de Mario Monti, pero España vio que le podía beneficiar y se sumó. Es su estrategia de siempre: esperar a que las cosas se pongan de cara. Y a esa, añade otra que destacan algunos veteranos: Rajoy lo pone todo muy negro, y cuando cunde la desesperanza, en el último momento aparece él para suavizar. Las malas noticias ya las dan los demás, los ministros. Las próximas vendrán con los Presupuestos, después de las andaluzas.
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