El sector, que hizo un Gobierno paréntesis de cuatro años, enfrenta los comicios en su momento más complejo
ROCÍO MONTES Santiago
Las presidenciales chilenas de este domingo 17 de noviembre encuentran a la derecha en su momento más complejo desde la vuelta a la democracia en 1990. No solo porque el presidente Sebastián Piñera no ha logrado reconocimiento político —pese a que su gestión de cuatro años ha sido un éxito en muchos aspectos— sino sobre todo porque el oficialismo parece no tener proyección ni continuidad en el actual escenario y ha entrado en una fase de perplejidad.
La candidata del sector, Evelyn Matthei, alcanza un 14% de las preferencias de acuerdo con el Centro de Estudios Públicos (CEP), lo que la sitúa en segundo lugar después de la expresidenta socialista Michelle Bachelet. La exdirectora de ONU Mujeres, sin embargo, obtiene un 47% de las preferencias en una carrera presidencial con nueve candidatos, lo que la deja a un paso de convertirse en presidenta electa este domingo sin necesidad de una segunda vuelta.
El oficialismo realiza grandes esfuerzos públicos porque sus electores concurran a las urnas y lleven a Matthei una segunda vuelta. Pero en privado los pronósticos son pesimistas: existen dirigentes que reconocen que lo mejor que le puede ocurrir a la derecha es evitar el bochorno de ser arrollados por Bachelet el 15 de diciembre, la fecha programada para una segunda vuelta, por lo que resultaría conveniente que la presidencial se defina de una vez este domingo 17.
Existen dos factores que explican en parte esta tormenta perfecta. Los reclamos de equidad del movimiento estudiantil que surgió en 2011, en el segundo año de mandato de Piñera, calaron hondo en la clase media chilena y la derecha no supo tomarles el peso a tiempo. También contribuyó el rechazo que la ciudadanía comenzó a manifestar contra las élites y todo lo que representaba el Gobierno y su Presidente, un empresario exitoso con más habilidad para los negocios que para la política.
Algunos sectores conservadores preferirían la victoria de Bachelet en primera vuelta para evitar el bochorno
Pero los dirigentes de derecha sienten ser víctimas de una injusticia: no logran entender que un Gobierno que ha crecido a una tasa promedio anual de 5,5%, alcance índices de aprobación de un 36%, de acuerdo a la encuesta Adimark conocida a comienzos de noviembre. A los chilenos parece no importarles que el desempleo se sitúe por debajo del 7% en todas las regiones del país y con este panorama en contra, una segunda administración de este bloque parece imposible, según reconocen en la Alianza por Chile.
La amistad cívica de los dos partidos que conforman el conglomerado, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), se ha quebrado en los últimos meses y semanalmente ocurren episodios que sorprenden a toda la clase política chilena, acostumbrada a la mesura. El lunes pasado, el presidente de RN, Carlos Larraín, a menos de una semana de las elecciones apuñaló a la candidata Matthei, que milita en la UDI. El dirigente dijo en el periódico La Terceraque fue un error desestimar la postulación a La Moneda del exministro Laurence Golborne, que ganó popularidad con el rescate de los 33 mineros en 2010.
El presidente tampoco ha contribuido a la paz de la derecha y, por el contrario, ha reflotado la disputa entre liberales y conservadores dentro el sector. En septiembre pasado, cuando se conmemoraban los 40 años del Golpe de Estado, Piñera señaló que en la dictadura hubo muchos “cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber”. El jefe de Estado, que votó contra Pinochet en el plebiscito de 1988, está convencido de que difundiendo esos valores la derecha puede zafarse de la herencia pinochetista que arrastra. Con su frase, sin embargo, descalificó política y éticamente a su propia coalición y a miembros de su equipo de ministros.
El oficialismo ha enfrentado la campaña presidencial más accidentada de su historia reciente. La UDI desechó el 29 de abril la candidatura del exministro Golborne por omitir en su declaración patrimonial una sociedad en Islas Vírgenes y el candidato que había triunfado en las primarias del 30 de junio, Pablo Longueira, renunció un mes después a causa de una depresión fulminante. La postulación de Matthei surgió de forma fortuita y la economista de 60 años no solamente ha tenido que trabajar a contrarreloj y enfrentar los dardos de su propio sector, sino competir con el fenómeno político y electoral de Bachelet.
La campaña de Matthei en una alegoría de la situación actual que enfrenta la derecha. En estos cuatro meses de campaña, no ha sido capaz de explicar las líneas de acción que pretende llevar a cabo de llegar a La Moneda, a diferencia de la expresidenta socialista que ha instalado con destreza el concepto de igualdad y las tres reformas clave que pretende llevar a cabo entre 2014 y 2018: educacional, tributaria y Constitucional. La postulante, que es más boxeadora que misionera, según la describen en el propio sector, ha preferido concentrar sus energías en denunciar los gatos de campaña de su contrincante Bachelet.
El sector se prepara para ser derrotado en las elecciones presidenciales y parlamentarias, pero lo que aún no es claro y se conocerá recién este domingo con los resultados, es la profundidad de ese fracaso. A no ser que el electorado oficialista de una sorpresa, los analistas pronostican que Matthei alcanzará con suerte un 25%, muy por debajo de la votación histórica de la derecha en Chile que bordea el 40%. El escenario se vuelve todavía más complejo si el independiente Franco Parisi, tercero de acuerdo a los sondeos, la destrona del segundo lugar.
En la derecha también se preparan para que la coalición que apoya a Bachelet, que va desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana, obtenga mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado.
No es claro lo que ocurrirá en la derecha a partir del lunes próximo y ni siquiera es posible prever los liderazgos de esta nueva etapa que enfrentará el sector desde la oposición. El Presidente Piñera, que habrá realizado un Gobierno de paréntesis durante cuatro años, posiblemente intentará jugar un papel importante al mando de su coalición, con la mirada puesta en las elecciones de 2017. Pero el problema es mayor, de fondo: la derecha no ha logrado entender el nuevo Chile y deberá sacudirse de su herencia autoritaria, como reconocen desde el propio sector.
La candidata del sector, Evelyn Matthei, alcanza un 14% de las preferencias de acuerdo con el Centro de Estudios Públicos (CEP), lo que la sitúa en segundo lugar después de la expresidenta socialista Michelle Bachelet. La exdirectora de ONU Mujeres, sin embargo, obtiene un 47% de las preferencias en una carrera presidencial con nueve candidatos, lo que la deja a un paso de convertirse en presidenta electa este domingo sin necesidad de una segunda vuelta.
El oficialismo realiza grandes esfuerzos públicos porque sus electores concurran a las urnas y lleven a Matthei una segunda vuelta. Pero en privado los pronósticos son pesimistas: existen dirigentes que reconocen que lo mejor que le puede ocurrir a la derecha es evitar el bochorno de ser arrollados por Bachelet el 15 de diciembre, la fecha programada para una segunda vuelta, por lo que resultaría conveniente que la presidencial se defina de una vez este domingo 17.
Existen dos factores que explican en parte esta tormenta perfecta. Los reclamos de equidad del movimiento estudiantil que surgió en 2011, en el segundo año de mandato de Piñera, calaron hondo en la clase media chilena y la derecha no supo tomarles el peso a tiempo. También contribuyó el rechazo que la ciudadanía comenzó a manifestar contra las élites y todo lo que representaba el Gobierno y su Presidente, un empresario exitoso con más habilidad para los negocios que para la política.
Algunos sectores conservadores preferirían la victoria de Bachelet en primera vuelta para evitar el bochorno
Pero los dirigentes de derecha sienten ser víctimas de una injusticia: no logran entender que un Gobierno que ha crecido a una tasa promedio anual de 5,5%, alcance índices de aprobación de un 36%, de acuerdo a la encuesta Adimark conocida a comienzos de noviembre. A los chilenos parece no importarles que el desempleo se sitúe por debajo del 7% en todas las regiones del país y con este panorama en contra, una segunda administración de este bloque parece imposible, según reconocen en la Alianza por Chile.
La amistad cívica de los dos partidos que conforman el conglomerado, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), se ha quebrado en los últimos meses y semanalmente ocurren episodios que sorprenden a toda la clase política chilena, acostumbrada a la mesura. El lunes pasado, el presidente de RN, Carlos Larraín, a menos de una semana de las elecciones apuñaló a la candidata Matthei, que milita en la UDI. El dirigente dijo en el periódico La Terceraque fue un error desestimar la postulación a La Moneda del exministro Laurence Golborne, que ganó popularidad con el rescate de los 33 mineros en 2010.
El presidente tampoco ha contribuido a la paz de la derecha y, por el contrario, ha reflotado la disputa entre liberales y conservadores dentro el sector. En septiembre pasado, cuando se conmemoraban los 40 años del Golpe de Estado, Piñera señaló que en la dictadura hubo muchos “cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber”. El jefe de Estado, que votó contra Pinochet en el plebiscito de 1988, está convencido de que difundiendo esos valores la derecha puede zafarse de la herencia pinochetista que arrastra. Con su frase, sin embargo, descalificó política y éticamente a su propia coalición y a miembros de su equipo de ministros.
El oficialismo ha enfrentado la campaña presidencial más accidentada de su historia reciente. La UDI desechó el 29 de abril la candidatura del exministro Golborne por omitir en su declaración patrimonial una sociedad en Islas Vírgenes y el candidato que había triunfado en las primarias del 30 de junio, Pablo Longueira, renunció un mes después a causa de una depresión fulminante. La postulación de Matthei surgió de forma fortuita y la economista de 60 años no solamente ha tenido que trabajar a contrarreloj y enfrentar los dardos de su propio sector, sino competir con el fenómeno político y electoral de Bachelet.
La campaña de Matthei en una alegoría de la situación actual que enfrenta la derecha. En estos cuatro meses de campaña, no ha sido capaz de explicar las líneas de acción que pretende llevar a cabo de llegar a La Moneda, a diferencia de la expresidenta socialista que ha instalado con destreza el concepto de igualdad y las tres reformas clave que pretende llevar a cabo entre 2014 y 2018: educacional, tributaria y Constitucional. La postulante, que es más boxeadora que misionera, según la describen en el propio sector, ha preferido concentrar sus energías en denunciar los gatos de campaña de su contrincante Bachelet.
El sector se prepara para ser derrotado en las elecciones presidenciales y parlamentarias, pero lo que aún no es claro y se conocerá recién este domingo con los resultados, es la profundidad de ese fracaso. A no ser que el electorado oficialista de una sorpresa, los analistas pronostican que Matthei alcanzará con suerte un 25%, muy por debajo de la votación histórica de la derecha en Chile que bordea el 40%. El escenario se vuelve todavía más complejo si el independiente Franco Parisi, tercero de acuerdo a los sondeos, la destrona del segundo lugar.
En la derecha también se preparan para que la coalición que apoya a Bachelet, que va desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana, obtenga mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado.
No es claro lo que ocurrirá en la derecha a partir del lunes próximo y ni siquiera es posible prever los liderazgos de esta nueva etapa que enfrentará el sector desde la oposición. El Presidente Piñera, que habrá realizado un Gobierno de paréntesis durante cuatro años, posiblemente intentará jugar un papel importante al mando de su coalición, con la mirada puesta en las elecciones de 2017. Pero el problema es mayor, de fondo: la derecha no ha logrado entender el nuevo Chile y deberá sacudirse de su herencia autoritaria, como reconocen desde el propio sector.
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